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            Afán imposible
        
          Por 
Gonzalo Contreras
         
         
        "Landas áridas del secano 
  costero,  hierba hirsuta, dando la impresión de que  el viento pudiera cambiar a su amaño. Abajo, a distancia, el mar, Cartagena. De  sobra es sabido que tiempo atrás, mi ambicioso e iluso ser pactó con el Olimpo  y sus dioses anacrónicos que, sin embargo, disponen de una cierta solvencia y  disponen de nosotros los artistas". Son las primeras líneas del libro  postumo de Adolfo Couve, que lleva un título no menos expresivo: Cuando Pienso  en mi Falta de Cabeza, libro que, en su momento, nadie quiso publicar. Couve sí  había hecho un pacto con el Olimpo. Un riesgo demasiado alto, pero en su caso,  inequívoco. Puede uno dudar si los dioses bajan del Olimpo para dar la mano  al artista. Pero no era el caso de Couve. Para él, la creación era una tarea  de índole distinta a cualquier otra labor terrena. A partir de esa convicción  puede comprenderse su método de trabajo, su estilo, tanto en su pintura como en  su escritura.
  
  Autor  secreto, casi confidencial, alejado de todo ruido mediático se aisló en su casa  de Cartagena para terminar una obra singular cuyos signos fueron la medida, la mot juste, el equilibrio, la estructura. Se lo tildó  de naturalista, minimalista y también de anacrónico. Ninguno de esos adjetivos  le viene bien. Hizo suya la célebre y paradójica frase de Da Vinci: "El  arte gana por la contención, sólo la libertad la pierde". Tal vez sí fue  un irremediable formalista, un obcecado de la "obra maestra". De ahí  su concisión, su economía de recursos, su laconismo. Así como en su pintura  podían vislumbrarse los paisajes velados de un Turner, en su escritura es  inútil rastrear los énfasis, porque los escabullía como si se trataran de un  mal de época. La literatura debía remontarse a esa cualidad apolínea de las  primeras frases citadas, a una perfección que no era de aquí, y tal vez de  ningún Olimpo posible. Como sea, hizo de su vida un arte. Su suicidio, a poco  de acabar su último libro, no deja de ser un signo. Pocos como él llevaron a la  práctica su radical postura en cuanto a la búsqueda de una materia artística  libre de toda impureza, de toda polución. Por lo mismo, no fueron pocos los que  tacharon su escritura de una mera artesanía impenitente y, no sin razón, ya  que su obra quedará, sin duda, como un testimonio de un afán imposible.