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Allende la cordillera

por Alejandra Costamagna
El Mostrador, 11 de Septiembre de 2007


Yo no conocí a Allende. Dice mi madre que lo conocí, que ella me llevó sobre sus hombros a más de una concentración donde habló Allende. Pero no me acuerdo. Con el tiempo, sin embargo, fui haciéndome una imagen muy precisa y delineada sobre el personaje. Que le dijeran el Chicho ya lo hacía buena tela. El Chicho, como quien dice el Pepe, el Flaco, el Tito. Mi padre hablaba con infinito respeto del Chicho. Decía Chicho con una entonación finita, como si afinara un koto japonés, se me ocurre. Y eso que mi padre es argentino. O tal vez sea por eso, precisamente: porque mis padres eran extranjeros en esta tierra entonces y trabajaban en la Universidad Técnica del Estado, la combativa UTE, que hoy es la deslustrada Usach.

Y mientras allá, allende la cordillera, todo se pudría en seguidilla de dictaduras militares de las que mis padres se habían salvado, acá, Allende la cordillera, todo florecía en el jardín del socialismo a la chilena que entonces parecía más que un puro sueño. Cierto que algo olía mal también por debajo, pero ése era un mensaje que nadie aún podía descifrar. Yo escuchaba las conversaciones apasionadas en la mesa, palabras con énfasis nada más, y La batea o Las casitas del barrio alto sonando atrás, en los discos de Quilapayún y de Víctor Jara que después fueron sepultados quizás dónde, y los bailes en la mitad del living y el relajo en la cara de esos tipos que eran mis padres y sus amigos que llegaban en citroneta. O a lo mejor no era relajo, sino pura vida cotidiana sin miedo. Puede que el recuerdo se haya infectado en el contraste con lo que vendría. El asunto es que el Chicho estaba ahí, como quien dice en el aire, y la gente andaba jaranera. Ésa puede ser otra distorsión de los recuerdos de los recuerdos de los otros, que son los que hoy reconstruyen la historia. La mejor parte del documental que hace justo un año estrenó Patricio Guzmán en Chile (“Allende” se llama, de hecho), es para mí la escena donde un hombre dice algo así como que el Presidente tenía enamorado al pueblo, que la Unidad Popular era toda una sociedad en estado amoroso. Suena rico. Mi madre decía que era rico. Mis padres no tenían pitutos ni amigos del GAP y les costaba de repente conseguir las cosas, pero estaban ilusionados ellos y no querían ni mirar hacia el otro lado de la cordillera, pobre Argentina. Estaban en la república socialista del Chicho y eso bastaba.

Por debajo las cosas olían mal, es cierto: el Golpe ya venía. Yo no conocí a Allende ni viví el Golpe de Estado en carne propia. Pero de eso (o de las secuelas, más bien) sí que tengo recuerdos. Hay uno muy primario y muy pero muy encendido: una fila de hormigas marcha por el borde de una muralla y mi hermana, igual de chica que yo, las va aplastando una a una con su dedo índice mientras murmura “toque de queda, toque de queda, toque de queda”. El dedo le va quedando negro. Afuera ya está el pudridero. Pero ésa es otra historia.

 

 

 

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Por Alejandra Costamagna.
El Mostrador, 11 de Septiembre de 2007.