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Infancia artificial: Alamiro, de Adolfo Couve

Por Macarena Valenzuela
Revista Grifo n°6
www.revistagrifo.cl


 

El breve relato o poema Alamiro, de Adolfo Couve, es el germen de una concepción estética que el autor irá desarrollando a lo largo de su obra. Publicado en 1965, el libro consiste en una serie de cuadros, de escenas de la infancia, hiladas por una voz adulta que recuerda pero no interviene en la representación, más bien intenta "borrarse", como decía Flaubert. La voz que habla se baña en el niño recordado, se vuelve ambigua, neutra, espectral. Alamiro, si acaso éste es el nombre de la voz del hombre-niño, es un fantasma que recrea su infancia también fantasma.

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"¿Es luz, corredor o lugar?", pregunta la voz del poema-cuento sin una respuesta precisa.

Alamiro es luz: saca de la sombra al pasado como en un claroscuro;
Alamiro es corredor, pasillo, por el que la voz corre hacia el pasado o desde el pasado hacia el presente, trayendo la imagen fresca del olvido;
Alamiro es lugar: es el pasado recreado. La luz y el corredor son los medios de acceso a ese lugar.
Alamiro sustituye un tiempo que no puede ser reconstituido idénticamente, sino sólo a partir de un trabajo mnemotécnico, traduciendo las impresiones que ha dejado el tiempo ido, sustituyéndolo. Alamiro es, como decía Baudelaire, un convaleciente, un niño o más bien un hombre que recupera la ensoñación. Alamiro reproduce una infancia artificial. La artificialidad como un juego que efectúa la voz de quien recuerda, desplazándose por la memoria. El corredor es doble: hacia la oscuridad del pasado, hacia la luz que saca de las sombras; es en este doble trayecto donde el hombre y el niño recordado se funden.

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Adolfo Couve intenta que la literatura proceda como la pintura: deteniéndose en la forma del objeto en cuestión. De ahí provienen las imágenes que constituyen la obra, sólo posibles a partir de una esmerada síntesis.

De la presencia de la imagen en Alamiro, es posible referirse al concepto de écfrasis, que se utiliza para aludir a la representación verbal que hace el poema de una representación visual; el problema radica en cómo la representación verbal, que goza de movimiento temporal, logre la inmediatez de la imagen que se percibe sensorialmente: "incapacidad de las palabras de reunirse en un instante", como dice Murria Krieger. La écfrasis intenta representar lo inmediato de la imagen sin la necesidad de la referencia visual: en eso reside la efectividad de un poema ecfrástico.

Burchard, un texto publicado por Couve apenas un año después que Alamiro, puede ser comprendido como una especie de poema ecfrástico, en la medida en que cada fragmento poético que compone dicho libro remite a diversas pinturas de Pablo Burchard seleccionadas por el propio Couve. En el caso de Alamiro, la écfrasis no es enteramente aplicable, porque sus fragmentos no tienen un referente pictórico como en el poema ecfrástico, sino que alude a imágenes de un pasado que se vuelve presente en la medida en que esas imágenes son recuperadas. Sin embargo, la infancia recordada, las imágenes que componen el pasado, funcionan como el referente visual que permite la creación de Alamiro: reproducción transfigurada de la realidad. Al igual que la ilusión creada por el poema ecfrástico, al intentar reproducir su referente pictórico, la infancia recreada se vuelve también una ilusión, pues se trata de percibir una imagen ya no real en el presente de la voz, sino transfigurada, artificial.

Aunque esta obra no responda necesariamente a la definición de écfrasis, resulta interesante el modo en que el lenguaje debe resolver el problema de la representación visual. ¿Cómo Couve se enfrenta a este problema? Básicamente ateniéndose a la síntesis y a un trabajo depurado del lenguaje que permite la expresión de la imagen -nunca inmediata, pero sí posible gracias al lector-. Lenguaje depurado que actúa como un foco de luz sobre esas escenas que son rescatadas de la sombra.


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Es imposible no preguntarse si existe alguna relación entre las imágenes literarias de Couve y su pintura. Sus cuadros, trabajados a partir de la espontaneidad de la mancha, dejan la sensación de que la mirada del pintor se encuentra ante un vidrio empañado: vemos colores tratados por la luz y figuras que podrían fundirse con el fondo, que se esfuman como si el tiempo estuviese pasando sobre ellas a la vez que el pintor las detiene. En Alamiro ese empañamiento no existe del todo: el tiempo pasa pero ya no en la esfumación, sino en el movimiento que otorga el lenguaje. Así, es posible encontrar fragmentos que representan una imagen casi inmediata (de no ser porque el lenguaje no pinta) que adquiere movimiento fílmico: "Yo niño, niño, que pedalea una bicicleta grande de mujer por una calle oscura sobre el puente. Pongo los pedales a nivel en la pendiente y contra el viento voy tocando la campanilla. Entro en la quinta con gran velocidad, una ampolleta en el parrón, otra ampolleta en el parrón, uvas en el suelo."

Si comparamos su pintura con su literatura prevalece una vaga sensación de unidad, de atmósfera en común, intimista quizás. Más allá de los medios que utilicen la literatura y la pintura para representar, en ambos casos las imágenes han sido realizadas por una misma paleta de color. Un ejemplo de ello es el cuadro Jardín a través de una ventana comparado con esta imagen de Alamiro: "Llueve contra la ventana de mi pieza. Tu jardín y tu calle están mojados. Es el primer plano el que hiere mi corazón; el vidrio golpeado por el agua."

Couve llega a la literatura porque cree poder realizar en ella un trabajo de la forma que no lograba en su pintura; en este sentido, efectivamente es un buen "dibujante literario". Si ciertas imágenes literarias fueran "pintadas", probablemente dominaría el dibujo por sobre la mancha. Esto, claro, porque los fragmentos de Alamiro asemejan fotografías -una imagen proyectada por el lenguaje ¿logra un efecto similar al de la mancha en pintura? La mancha se parece a la fotografía sólo en su espontaneidad, como la síntesis, luz que permite la representación de la escena en los fragmentos de esta obra-ilumina el pasado, lo trae al presente-, la imagen captada en la fotografía, es posible por la luz que fija en la película los cuerpos en los cuales se refleja: Alamiro como una película activada por la luz.

La fotografía es un desprendimiento de la realidad, un pedazo que adquiere vida propia, independiente del tiempo y la vida. Cada fragmento de Alamiro es esa fotografía desprendida del pasado que intenta adquirir autonomía -ahí radica su artificialidad-, ya sea en cada fragmento como en la suma de estos: Alamiro como un fotograma.

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"Los epílogos", de Alamiro: "Se sucederán inviernos ¿Qué puede aquel que navega en el alba y sueña con la noche? Aquí vengo a liquidar imágenes."

Alamiro como liquidación de imágenes de la infancia, como creación de una infancia artificial. Alamiro como collage.

"Los epílogos" aparecen como una refragmentación caótica de la infancia. La secuencia temporal de la obra se pierde por efecto de la liquidación de imágenes. La infancia retratada desaparece respondiendo al epígrafe de "Los epílogos": "Salí tras ti, clamando, y eras ido". Como si el tiempo tratase de borrar incluso la recreación del pasado. Alamiro como alguien que navega en el alba, en la infancia, mientras se suceden los inviernos de quien lo recuerda.

16 de septiembre de 2006

 

 

 

 

 

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