Antología y otros poemas nos presenta una selección de poesía de Guillermo Enrique Fernández (1966) realizada por David Marchant con prólogo de Carlos Contreras Guala, editada y publicada por la editorial de la Universidad Central. Este libro de 192 páginas se compone de siete publicaciones anteriores: El desencadenamiento de la caja negra (1993), Descalzado de culpa (1997), Silencio a dos gritos (1998), Estado de decepción (2010), Camino de la bala (2013), Ciencia lugubris (2017), Molina“la literatura chilena soy yo” (2022), a los que se anexan dos secciones finales tituladas Otros poemas e Inéditos, completando de esta manera un conjunto de textos que poseen como eje transversal una escritura punzante y eficaz, sin mayores artificios que los de alguien que en medio de la embriaguez de la noche ha tenido un descubrimiento o una visión y ha querido expresarla.
Ahora bien, lo que diga en adelante podría parecer innecesario. Los poemas se sostienen por sí mismos en el aire o se desploman sobre las páginas como pájaros muertos. El acto de comentar, es entonces, decir algo aparte del texto que logre entusiasmarlos para que ustedes corran a perderse en el libro. Más que ensayar al respecto una interpretación determinada, sin evadir lo anterior, mi misión es contribuir a estimular la lectura de esta antología. Lo que se añade, por tanto, debe colaborar a que sea el texto el que se asome y salude, el que se diga frente a ustedes, el que no deje de realizarse. Pienso que esto último es el verdadero objetivo de un comentario, más que crear una nueva versión de los poemas de Fernández a propósito de su lectura, es conveniente prescindir de cualquier interpretación y yo debería desaparecer, dejar que ellos hablen.
Quisiera entonces partir comentándoles que me siento como “Elizabeth cuando lee la metamorfosis de Kafka” y que los veo a todos ustedes como bichos hambrientos esperando que les diga algo. ¿Quién es Elizabeth? se preguntarán, pues tampoco lo sé, talvez una respuesta que podría luego darnos el autor de los poemas de esta antología que contiene este texto que está muy loco y que es de los que más me volaron la cabeza al leerla. Podrán saber de ella si van a la página 161 del libro donde su voz dice lo siguiente:
“Ahora, cuenta la historia
en que todos son bichos que sueñan
temblando en sus labios
y la vida se hace un poderoso sueño”
En “Elizabeth lee «La metamorfosis» de Franz Kafka”, poema recuperado de otra antología de 1994 (como se indica al pie), Guillermo Enrique Fernández, por medio de Elizabeth entra en su propio delirio, entregándonos una interpretación breve, pero jugosa y exquisita de la novela de Kafka. Escribir bien es una cosa, arriesgar en poesía es otra. Muchos “escriben bien” y crean “buenos poemas”, pocos son los que arriesgan y se enfrentan con su locura. En efecto, podríamos decir que, lo más cercano que uno puede estar de sí mismo, de una persona o en este caso de un poeta, es cuando estamos cerca de su vehemencia, es decir, de nuestra propia locura. Bienvenidos a la locura de Fernández.
Así comienza este libro si es que uno lo toma a partir del final, desde las secciones que no aborda el prólogo y que se titulan Otros poemas e Inéditos. Pero ustedes pueden iniciar su lectura de donde quieran. Si bien, esta antología cumple con la formalidad de entregar cronológicamente la trayectoria poética de Fernández desde lo que fue su poesía publicada inicialmente en 1993 hasta sus escritos más recientes en 2024. Pueden realizar una lectura random como fue la que hice en una primera aproximación constatando que la calidad y multiplicidad temática del poeta, nos indica que estamos ante un escritor que, si bien fue desplegando su escritura a lo largo de los años, como un trabajo en progreso, ya desde su juventud había algo que lo hacía distinto, dueño de un estilo bastante sólido y que despuntaba en lo que se suele identificar como una voz propia. Escuchen este sonido de la página 21:
“Mi escritura es un nudo.
Un nudo solitario, pero no aislado,
que golpea las ventanas
en La Nada de esta Noche”
De este modo se inicia realmente la antología, con este texto titulado “Mi escritura” que creo, es una pieza clave a la hora de desencadenar el sentido general, si se quiere, o definir el cariz de esta obra como un gran nudo que golpea el ventanal de la realidad. Una totalidad que se compone a partir de otras obras-nudos, cuestión que da cuenta de lo inacabado que tiene el proceso escritural de Guillermo Enrique Fernández puesto que se trata de la antología de un escritor en pleno desarrollo de su imaginario y capacidades inventivas.
Desentrañar, entonces, al menos un sentido de ese nudo que es la escritura de Guillermo es lo que quisiera proponerles a ustedes realizar cuando se enfrenten a las páginas de esta antología en sus casas o donde sea. No obstante, atendiendo, que son múltiples los sentidos que surgen al desatar ese gran nudo que es esta escritura. Lo importante es que quien lee pueda desencadenar sus propias lecturas que lo extravíen y a la vez enfrenten con lo desconocido de sí mismo. Así la poética de Guillermo Enrique Fernández es, como dije al inicio, un descubrimiento, un acto de conocimiento, de reflexión; del pensamiento que a través de sus versos se nos manifiesta más poético que racional.
Cada poema de este libro es un “rotativo desgaste” también una forma de crear que se escribe y nos piensa o como el mismo poeta señala es “un volver flexible lo que dejó de ser” (23). A medida que la caja se va desencadenando vamos entrando desde la oscuridad hacia la luz. Los poemas son, al fin y al cabo, una experiencia de la luz de la conciencia, pues es la conciencia el insumo de estos poemas. En el Desencadenamiento de la caja negra, Silencio a dos gritos o en Estado de decepción, lo que el poeta en definitiva nos muestra es un viaje hacia nosotros mismos, esto es, hacia nuestra desaparición. Y bien, como dijera de lo que es la escritura, Roland Barthes, en El grado cero de la escritura esta, “de cualquier modo es soledad”, agregaremos, libertad.
La idea, entonces es desaparecer, que los poemas hablen por sí mismos en una lectura desordenada dentro de nosotros. Sin embargo, no omitir, quitar o añadir nada, pero extraer nuestras propias lecturas, robarle nuestros propios sentidos al texto. Y a la contra de Pound en El arte de la poesía, cuando señala que, “lo único que el crítico puede hacer por el lector, o el público, o el espectador, es enfocarle la vista o el oído” (22), en mi caso será el deseo de no hacer absolutamente nada por ustedes, que se vayan tan desorientados como llegaron, incluso si es factible, desorientarlos malévolamente aún más, motivarles a que se pierdan entre las páginas, sin nada que explicar ni entender. Pues, porque personalmente pienso que esta es la única forma de leer, ser secuestrado, extraviado por las palabras, signos y símbolos, enajenarse en su lectura.
A los poemas por instantes desesperados y psicóticos de un hablante lírico siempre insatisfecho y parasuicida como ocurre en Descalzado de culpa donde se nos dice “Seré el bulto suicida como sombra de los muros” (38), se suman otros que configuran creo lo que podríamos llamar la robustez de la poética de Guillermo Enrique Fernández, la que puede leerse como la estética de un perdedor o una introducción al fracaso personal y colectivo, pero también y por sobre todo como la ética de una obra que nos ofrece una multiplicidad de salidas y alternativas a un mundo chato de imaginación y ferozmente hipócrita.
Antología y otros poemas es un libro que abarca desde la serenidad de una cavilación pausada, a ratos mortuoria, fantasmal, agobiante, sobre el tiempo, la memoria, la felicidad, el olvido y el fracaso, a la crítica descarnada de la sociedad de consumo de masas y su modelo económico anarcoliberal como lo verificamos en un par de versos de Noche blanca “Una sonrisa lejana en la memoria en tiempo y distancia. El cuerpo arrastra sus huellas de vida a pesar del olvido” (89) y de Rehén, ambas piezas pertenecientes al Camino de la bala: “El fracaso es una constante en la estética del perdedor” (91), lo que se reafirma posteriormente en la escritura del fracasado como se verá en Ciencia lugubris:
“Soy un fracasado.
Miren mis ojos hundidos en el trabajo y el desprecio.
Escuchen mi discurso abofeteado
por el capitalismo de turno y sus
condiciones de pago
tarjetas de inclusión y babas (115)
Pero la andadura de Guillermo Enrique Fernández no se reduce a la de un poeta de los discursos anticapitalistas o del fracaso, tampoco su camino es el de un escritor a secas, sino que se trata más bien del de un lector fascinado por lo real. La lectura de un lector fascinado, desordenado, enajenado, es un lector no mediado por la razón, sino por la locura de leer; que piensa no en la racionalidad ni en la reflexión del texto, sino en el disparate o chifladura que es con lo que les advierto se encontrarán en el caso de los poemas que configuran Molina, una especie de confesión o monólogo filosófico y literario del Chico Molina, apodo de Eduardo Molina Ventura, quien formó parte de la llamada Generación del 38, siendo una de sus características principales la de haberse convertido en el mito de un escritor sin obra, y cuya figura delirante y megalómana cobrará vida como personaje principal de la obra de Fernández, el que por medio de una habla que será ficcionada le tomará la palabra.
“Yo soy el chico Molina,
el escritor sin obra (…)
Descubrí hace tiempo que la mejor obra
es la que no se escribe.” (143)
Espero haber logrado mi propósito, el de no obrar según la idea del crítico de Pound, sino al contrario de esas buenas intenciones, no haber hecho absolutamente nada por ustedes, futuros lectores de esta “ontología poética” o en palabras del poeta de esta “forma encriptada de escribir. Maneras de cavar la propia tumba, gesto confidencial y testimonio a la vez, (173) “contacto directo con la realidad”, (178) “huella como perdida de todo lo que ha sido”. (179) Por mí que se pierdan en su propia lectura, que se vean enfrentados al agobio o placer del poema sin interpretación, sin explicación alguna. El poema y el lector como dos cuerpos desnudos y desconocidos que se encuentran y abrazan en el vacío de la página. Mi intención ha sido la de pasar absolutamente desapercibido y persuadirlos de que lean este libro del que les aseguro se trata de una contribución perdurable e influyente, y que encuentren su propio sentido entre los infinitos posibles que la lectura de la poesía de Guillermo Enrique Fernández nos ofrece.
Para terminar, quisiera recordarles que hoy estamos aquí más que para interpretar el sentido de un texto para celebrar. Festejar que en un país que no lee y que tiene bajos índices de compresión lectora, se corra el riesgo de escribir y publicar poesía. Pues, tanto escribir como publicar poesía en un contexto cultural, político, histórico y económico altamente competitivo y muchas veces adverso para la poesía y los poetas como es el de una sociedad neoliberal, indudablemente son actos quijotescos y de tamaña valentía. Sabemos que escribir es resistir o como dice el poeta, “afirmar lo imposible”. (133) Por lo mismo, me despido de ustedes, no sin antes, felicitar a Guillermo Enrique Fernández por persistir en el siempre difícil oficio de poeta y escritor, por su trayectoria y resistencia de más de treinta años que se consagra a través de esta antología que afirma lo imposible y en la que se nos recuerda que la poesía se trata de crear imágenes, pero también frases cargadas de reflexión y pensamiento. También felicitar a la Universidad Central por creer en él y en su arduo, paciente y honesto trabajo con la poesía.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com El desencadenamiento del sentido:
una lectura enajenada de "Antología y otros poemas" (2025)
de Guillermo Enrique Fernández.
Por Alexis Donoso González