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Conversémonos un poema, Tote…

“Escribir poesía en un campo de concentración como Dawson
fue escribir un canto de amor en medio de la muerte”.

Aristóteles España

Por Bernardo González Koppmann

 

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I

La Generación NN, todavía ignorada como ninguna, tuvo en ti, Tote (Aristóteles España; Castro, 1955), al mejor representante (qué representante; mejor digo, impulsor y gestor),  de aquella poética de lo instantáneo; de ese escribir en carne viva, a la intemperie, sobre “el primer eslabón de lo terrible”, como apuntara Rilke. Atinaste a ser el más preclaro juglar del duelo nacional, en vivo y en directo, de ese latir del existencialismo del espanto que nos acosaba como lebreles y nos obligaba a comulgar con la pistola al pecho. La generación del roneo germinó y creció al amparo de las capillas parroquiales, en las catacumbas de los bares místicos, en las peñas que se lograban armar contra viento y marea, acorralados en los cuartos del fondo de alguna casa poblacional, y recogió la experiencia traumante del genocidio, la derrota y la desintegración del mundo social, del movimiento popular, que se había logrado construir y dar forma durante la década del 60 en Chile. Es la propuesta espontánea que nos relata cómo volvimos, de golpe y porrazo, a la barbarie como nunca pensamos se volvería a reptar y vegetar en un país garante de la democracia -nos decían- en esta región del planeta. Éramos los ingleses de Latinoamérica. “Fuimos NN en el sentido de la marginalidad casi total, sin apoyo del mundo académico ni de becas ni trabajos públicos. Muchos de nosotros fuimos dirigentes clandestinos de las juventudes opositoras a la dictadura. Habíamos estado en las cárceles siendo muy jóvenes como Raúl Zurita, Jorge Montealegre, Mauricio Redolés, Heddy Navarro, Bruno Serrano. Nuestros refugios muchas veces eran la Biblioteca Nacional y los bares. Eso sí, creo que hicimos un aporte a la literatura chilena escribiendo desde el miedo, desde el terror con textos que quedarán en la memoria histórica. No te olvides, Alejandro (Lavquén), que nuestra generación aún no ha sido estudiada con atención”. AE.

II

Tenías 17 años, Tote. Eras dirigente socialista de los estudiantes secundarios en Punta Arena; de ahí en adelante la historia es conocida: detención, campos de concentración, tortura, exilio interior... Entonces, Poeta, te transformaste en la memoria emotiva del prisionero político adolescente que cogiendo su lápiz escribió ese libro que funda toda una época en la poesía chilena; e hispanoamericana, agregaría yo, para ser más precisos. Otros se atribuyen el ser los fundadores de los NN; pero yo creo que tú fuiste el alma y la consecuencia en persona de dicha generación, y como todo genuino poeta que eras te importó un higo seco esa parafernalia de los títulos y privilegios que tanto deleita a los escribidores de escaso talento, que sólo han descollado por manejos de dudoso proceder. Te conmueve, como aún lo comprobamos en esos textos estremecedores que anotabas a la rápida, auscultando a diestra y siniestra en papelitos que escondías de los carceleros, te lacera, digo, el dolor del combatiente caído, del torturado, del exiliado, del hermano hecho desaparecer; te rebelas captando asombrado, con esa mirada de niño que conservaste hasta el fin, la violación de los derechos humanos que sistemáticamente se practicaba a vista y paciencia de un pueblo choqueado, malherido e incrédulo frente a lo que estaba pasando. Tote, pero no todo era despojo. Ahí quedó tu escritura como evidencia, lejos del cálculo mezquino del político profesional o del historiador miope; tu visión era la profunda síntesis de dos épocas que se escindían en esa generación de la diáspora que legaste a nuestro registro literario; ahí quedaron tus palabras más vivas que la muerte, más eternas que todos los gobiernos de turno, más altas que el cielo de la isla Dawson, dando la señal del canto a una vida que en algún rincón clandestino nos esperaba incólume para brindar y celebrar con nuestros muertos y con nuestros prófugos diseminados por los más insospechados lugares de la tierra, presentes y eternos igual que tantas veces en un trozo de pan y en una copa de vino. Tote, tu voz no cantó en vano; de tu testimonio hecho palabra emergió la rebeldía serena, la revolución de las conciencias, la batalla del gesto fraterno y definitivo.

III

Anoche releí a media voz el poema “La venda”. Estés donde estés, me dije, escucharé, Poeta, tu palabra inconfundible como si la soplara un resucitado: “La venda es un trozo de oscuridad/ que oprime,/ un rayo negro que golpea las tinieblas,/ los íntimos gemidos de la mente,/ penetra como una aguja enloquecida,/ la venda,/ en las duras estaciones de la ira/ y el miedo,/ hiriendo, desconcertando,/se agrandan las imágenes,/ los ruidos son campanas/ que repican estruendosamente,/ la venda,/ es un muro cubierto de espejos y musgos,/ un cuarto deshabitado,/ una escalera llena de incógnitas,/ la venda/ crea una atmósfera fantasmal,/ ayuda a ingresar raudamente/ a los pasillos huracanados/ de la meditación y el pánico”. ¿Sabes lo que pensé, después de cerrar el libro? Que en ti, en tu poema, en tu impronta, se congrega toda la poesía latinoamericana que nos nutría por entonces. ¿Quién no oye en tu escritura ecos de Cardenal, Dalton, Benedetti? ¿Quién no te vincula visceralmente con los poetas de la Generación del 60 en Chile, especialmente con Waldo Rojas y Gonzalo Millán? ¿Acaso Floridor Pérez y Jaime Quezada no se reconocen en tu respiración? ¿Quién podría negar tu afinidad con esa nostalgia universal y pueblerina del gran lárico? Y en eso andábamos, Tote, el 73` cuando nos sorprendió el repentino apagón de todos los faroles. Entonces apareciste tú, con tu poesía, con tu acento, con tu latido tan propio, tan personal, como una nube de luciérnagas que iluminara cual relámpago los ocultos senderos por donde pudiéramos en clave órfica comunicarnos, relacionarnos, con el único fin de conservar el contacto a la distancia, el gesto y la memoria de los perseguidos que se dispersaban hacia los ocho puntos cardinales. Luego me editaste en tus revistas y enviaste mis textos a no se dónde ni cómo ni cuándo. Yo en la recta provincia saltaba en una pata. Aún tenemos poesía, ciudadanos, me decía. Te confieso, hermano mayor de los NN, que muchos de tus versos, muchos de tus silencios, muchos de tus guiños, fueron mis mejores compañeros de viaje en la larga noche de la dictadura.

IV

Tote, la última vez que nos vimos fue en Cerro Alegre, en casa de los editores Inubicalistas, con Moncada, Arroyo, Polanco, Araya, Rioseco, Alfaro, Muñoz, Henrickson, Hidalgo, Winter, Osses, Rojas, Devia y todos los que se me olvidan. Recuerdo que estábamos en un asadito muy fraterno cuando llegaste de sorpresa -de esto estoy hablando hace unos dos años atrás más o menos-, y que luego de reconocernos entre el gentío, y sin decir media palabra, nos dimos un largo abrazo de sobrevivientes. El tiempo se fue rápido a orillas del carbón encendido como un cigarrito piteado entre la bruma de la costanera. Ahora que ya entregaste las herramientas espero que alguna vez, en alguna parte, reiniciemos la conversa, Poeta; porque, te reitero lo que mascullamos cuando nos despedimos esa tarde-noche antes que emprendieras el camino de retorno a casa: Creo, Tote querido, que aún nos debemos muchos abrazos y mucha poesía. 


Talca, 27 de septiembre de 2011.



 



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