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EL COSTO DE GANAR

Tiempos violentos

por Alberto Fuguet
En Revista de Libros de El Mercurio, sábado 20 de diciembre de 2003.

Cierto: los premios son terribles y lo terrible que tienen es que en el fondo, son intrínsecamente no literarios. Por eso la cultura antipremio que ha permeado el ambiente de un tiempo a esta parte no molesta del todo.

Antes era mucho más fácil ganarse un premio. Un premio era, mal que mal, un premio. El autor quedaba feliz, se sentía orgulloso, validado, tomado en cuenta. Antes, los premios te cambiaban la vida, no te la arruinaban.

Porque hoy, ganarse un premio importante no es algo para débiles. Hay que ser fuerte, muy fuerte y tener la piel muy dura. Un premio ya no garantiza nada excepto ruido, polémica y escándalo. Si caen políticos, sacerdotes, gerentes generales, deportistas y animadores de TV, por qué no también los escritores. Se acabaron los intocables y las habitaciones de pánico que existían en las bibliotecas académicas.

Manuel Puig estuvo a punto de ganar el Biblioteca Breve con La traición de Rita Hayworth y, en el recuento, perdió. Gracias a Dios. La obra de Puig no era el tipo de obra sobre la cual todos iban a ponerse de acuerdo. Un premio así, discutido, no unánime, hubiera destrozando esa novela. El premio para Manuel Puig no fue ganar un premio sino ir creciendo con el tiempo mientras el resto de los premiados de su generación se fueron desmoronando. Al final, el único jurado que vale es el tiempo y lo infame que tienen los premios es que juegan contra él, intentan atraparlo e insisten en hacer algo así como una justicia instantánea e inmediata.

Quizás por eso es que los premios provocan tanta pasión y ya no son recibidos con botellas de champaña. El premio (cualquier premio) ya no se celebra, sino que se cuestiona. Esa es la reacción natural. Es de sospecha, no de felicidad. ¿Por qué habría que provocarle felicidad al resto? Ahora se cuestiona el premio en sí (¿es el Planeta un premio o un arreglo como todos creen?), el jurado¹, los que están nominados y, por cierto, no sólo la obra ganadora sino toda la obra del ganador, y al ganador en sí.

En un mundo tan absolutamente anti literario no me parece exagerado que se esté exigiendo, al menos en esta pequeña parcela, cierto tipo de reglas. Esto no implica que solamente se puede escribir libros sobre libros ni que no se puedan escribir telenovelas como forma de ganarse la vida ni que se puedan hacer películas. No. El tema ya no es de lo que se escribe (en ese sentido, se ha avanzado) sino lo que haces para que aquello que escribiste llegue a puerto.

La regla uno es: si quieres estar en la luz, asume que no sólo te van a mirar sino capaz que hasta te quemes.

Esto es sin llorar.

Para ganar un premio, es clave estar preparado. Gonzalo Rojas al parecer no lo estaba. "Mis lectores no están en Chile, aquí no me leen, salvo algunos muchachos. La edad de mis lectores es de 25 años para abajo. Hace poco estaba en Madrid, en una de las tiendas de El Corte Inglés, y un grupo de personas me saludó por mi nombre. Sorprendido les pregunté de dónde me conocían y me dijeron que habían visto una entrevista mía en la televisión. Ahí sí que leen mis libros. Acabo de estar en París y en Alemania, donde han traducido mis obras, y la reacción fue similar. Viajo bástante, no porque tenga plata, sino porque simplemente me convocan. En Chile a los poetas ya no los leen. Aunque quizás, mientras a uno menos lo lean sea mejor, porque la fama no sirve para nada".

¿Sí? Si la fama no sirve para nada, entonces de qué se está quejando. Désde luego, parece que ayuda a ganar premios como el Cervantes. En efecto, el lobby ayuda y Nicanor Parra -que ha optado más por la paz desenchufada de Las Cruces y La Reina que por el escenario mediático- está sufriendo las consecuencias. Parra perdió pero, al final, ganó.

A veces, como lo piensa Uma Thurman en la cinética Kill Bill, para ganar, primero hay que perder.

Buena parte de los poetas más interesantes de nuestro país felicitaron a Gonzalo Rojas pero dejaron claro que para ellos el vate de Chillan es muy inferior a Parra. El nuevo Cervantes, que tiene muchos años pero es tan humano como cualquiera, pisó el palito y respondió que "Chile es número uno en chaqueteo, en tratar de hundir y separar el mérito. Los premios son temibles. A veces ennoblecen a la gente y a veces enredan, hacen querellas y conflictos inútiles".

Cierto: los premios son terribles y lo terrible que tienen es que, en el fondo, son intrínsicamente no literarios. Por eso esta suerte de "cultura antipremio" que ha permeado el ambiente de un tiempo a esta parte no me molesta del todo. Quizás se necesitaba llegar a este nivel de excesos por parte de la crítica y la prensa cultural como una manera de combatir los otros excesos que se estaban transformando en el pan de cada día.

Este año, el año de Spiniak, curiosamente fue el año de las razzia en el ambiente literario. Partiendo en el 2002, con Allende versus Teitelboim, pasando por el affaire Paulina Wendt, hasta terminar con el escrutinio frente a los premios otorgados a Skármeta y a Rojas, lo que vivimos este año fue una suerte de proceso de purificación. Sin duda es uno de los tantos legados de Roberto Bolaño, quien de alguna manera dio su vida por la causa de lo "literario literario".

Bolaño se propuso limpiar la mesa literaria local (e internacional, pero más la local) de aquellos que no eran escritores y creo que, de alguna manera, lo logró. No eliminó escritores pero sí logró su objetivo. Los ataques personales y las boutades del chileno de Blanes terminaron por institucionalizarse. Bajaron el tono pero aumentaron en rigurosidad. Este año 2003, por ejemplo, aquellos escritores que presentaron o apoyaron con frases un libro que los críticos no apoyaron recibieron más coscachos que el propio autor. Bolaño hubiera gozado porque esos coscachos eran la marca del autor de Los detectives salvajes.

Bolaño era en el fondo un puritano. Pero ante todo era humano y también pecó. Estuvo más ligado a los medios de lo necesario, entre otras cosas, quizás, porque no se puede iniciar una cruzada contra el mundillo literario sin ingresar a los medios, puesto que los medios son el mundillo². Lo que lo salvó es que todos sus excesos extra literarios fueron siempre, digamos, literarios. Es verdad que Bolaño estuvo a punto de convertirse en una caricatura previsible con sus ataques y titulares. Bolaño no estaba dispuesto a venderse pero sí quería vender. Y fue uno de los pocos que, al final, incluso después del final, lo logró.

Bolaño y sus discípulos (que, por ahora, son más los críticos y los reporteros) cometieron excesos pero tampoco han matado a nadie. Bolaño, con algo de mesianismo, quiso cambiar el paradigma y, de paso, quiso colocarse al frente de la autopista. Creo que lo logró. Tanto con sus escritos como con sus polémicas y su lobby. Bolaño exageró, sin duda, pero de qué otra manera se hace. Condenó al cadalso a gente que no se lo merecía (Diamela Eltit, Héctor Aguilar Camín) y santificó a gente que no era casta ni pura. Pero en lo básico tenía razón. París puede ser una fiesta pero paremos el show.

Es verdad que un libro ya no se puede lanzar sin que sé "contamine" por la prensa pero, en esta etapa post-Bolaño/Spiniak, el nuevo zeitgeist es que, al menos, se debe intentar acotar el nivel del espectáculo y la sobre-exposición. Lo compro. Por eso, en esta premiación de fin de año, Nicanor Parra terminó ganando y Gonzalo Rojas perdiendo.

Cierto: es muy difícil y riesgoso establecer el límite entre lo estrictamente literario y lo que no lo es. Pero, claro, una cosa es que un escritor esté inscrito en los registos electorales y otra que apoye públicamente a un candidato o sea embajador, agregado cultural o visite al Presidente cada vez que se baje de un avión. Sí, uno puede cenar con Clinton y hablar de Faulkner, pero no es necesario hacerlo público. Admiro a los escritores que hacen jogging pero, sí, me molesta que salgan fotos de ellos trotando. Es importante escribir columnas pero cuando las columnas o tus dichos hacen más ruido que tus libros, lo más probable es que algo no está funcionando. Hay autores más guapos que otros, cierto, pero si tu foto aparece más grande que tu nombre, no alegues si no te toman en serio. Si tu departamento es más cool que tu novela, mejor no muestres tu departamento. Si tienes un programa de tv, acepta que pasarás a ser parte del mundo de la farándula y aprovecha de leer en la sala de maquillaje.

Antes, estos errores, estos deslices, eran eso, errores. Punto. Ahora son parte del armamento con que se juzga una obra. Si vas a jugar a este juego, más vale que tengas una obra al nivel de Capote o Hemingway, si no, lo pagarás caro. Ese es el nuevo mensaje. Por donde pecas, pagas, como se titula una de las tantas columnas que trasquilan la nueva novela de Skármeta. No tengo claro si la novela se lo merece. Lo más probable es que no. Sí creo que Antonio Skármeta no se merece ese trato, pero cuando los bandos están así de divididos, qué se puede esperar. Skármeta está pagando sus supuestos pecados: salir en la tevé, haber sido embajador y ganar el resbaloso Planeta. Si hubiera ganado el Herralde, seguro que el libro hubiera sido mejor tratado. No lo puedo probar, claro, pero estoy casi seguro. Si la novela de Skármeta hubiera salido por Cuarto Propio, sin premio, y en otro año, el autor quizás la hubiera pasado mejor. Pero esto es sin llorar y, dentro de esta guerra, es bueno recordar que Skármeta seguirá siendo Skármeta y que no van a logar derribarlo así como así.

Además, digamos las cosas por su nombre: hay autores que los autores quieren más y, por lo tanto, son más queridos pues están más cerca suyo. Han existido siempre: son escritores de los escritores. Y cuando uno de ellos gana, es claro que los escritores quedan contentos.

Si uno acepta el Planeta lo acepta, sabe que recibirá mucho dinero, y promoción, pero también tiene que tener claro que eso tiene un costo. Un costo directamente proporcional a lo que te entregan. La novela será sometida a un escrutino con sangre en el ojo. Puede ser injusto pero es lógico. El examen —una suerte de rayos X impúdico— tiene mucho de extra literario, sin duda, pero el premio también lo es. Pasando y pasando: si no te gusta, entonces devuelve el dinero. El dinero del Planeta no es ni estatal ni de los contribuyentes, pero la crítica ya no se compra el cuento de que un premio —cualquier premio, desde el Nobel al Cervantes pasando por el Planeta o el Nacional— equivale a calidad.

Son otros tiempos. Menos inocentes pero acaso más rigurosos. Son tiempos más violentos, sin duda, pero capaz que también sean tiempos mejores.

 

 

1) Es curioso como aún no está claro que los premios no tengan nada que ver con el ganador, sino con un jurado. El premio, al final, representa a los que votaron, no a los que participaron. Una vez participé en un concurso de cuentos con Enrique Vila-Matas. Teníamos un universo de cincuenta cuentos para elegir. Yo elegí diez y de esos diez, apostaba fuerte por tres. Vila-Matas eligió otros diez.
El tercer jurado otros diez. Tres visiones de la vida. Al final, para no volvernos locos, opté por darle el poder al presidente. Que él eligiera a su gente a cambio de dos lugares en las menciones honrosas. ¿Eran mis cuentos mejores? No lo sé. Pero el resto del jurado quedó impactado que los eligiera. Yo, claro, quedé impactado que ellos eligieran los otros.


2) Y los mismos autores, por cierto. Los llamados colegas ahora están más preocupados de cuidar la moral del gremio que los sentimientos de un miembro.


 

 


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Alberto Fuguet: Tiempos violentos. El costo de ganar,
por Alberto Fuguet,
Fuente: Revista de Libros de El Mercurio,
sábado 20 de diciembre de 2003.