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Las películas de mi vida, de Alberto Fuguet

Matiné, vermouth y noche


Por Camilo Marks
En Revista de libros de El Mercurio
Sábado 18 de octubre de 2003.




Sólo Fuguet entre nosotros puede reconstruir una biografía —en parte la suya— en base a
los rollos de celuloide que ha visto a lo largo de su existencia

Las expectativas ante la publicación de Las películas de mi vida (Alfaguara, 2003, 386 páginas. Precio de referencia $9.900), cuarta novela de Alberto Fuguet, son del todo justificadas. Pocos escritores surgidos durante la última década tuvieron tantas repercusiones y marcaron, de forma tan visible, a una generación de narradores locales. En un principio, parecía que las obras de Fuguet iban a ser un mero fenómeno de época, casi un suceso costumbrista. El tiempo, no obstante, ha jugado en favor de este artista y las reediciones de la colección de cuentos Sobredosis o de las novelas Mala onda, Por favor rebobinar y Tinta roja (todas aparecidas en los '90) prueban la vigencia de un estilo peculiar e innovador. Su éxito internacional indica, además, cierto grado de perdurabilidad, lo cual debe celebrarse ahora, cuando las reputaciones son tan instantáneas como efímeras.

Fuguet posee muchos otros intereses, aparte de los literarios. Tal vez esas actividades —cineasta, guionista, dramaturgo— produzcan dispersión y ellas explicarían la tardanza de Las películas... Porque ocho años son un lapso excesivo para una carrera empezada de modo intenso, prolífico. Y eso se nota en el presente texto. Hay descuido, un nivel de abandono e indisciplina, falta de cohesión, cierta frialdad, rasgos ausentes en las creaciones previas de Fuguet. Por fortuna, pronto esos lastres se olvidan y tenemos el prodigio de una absorbente e inspirada narración.

Las películas... pertenece a la categoría de construcción novelesca que empieza mal, aunque mejora sin que uno se dé cuenta. La vida de Beltrán Soler, sismólogo de profesión y fanático del séptimo arte, se nos presenta, al principio, sin atractivos. Conversaciones telefónicas, una especie de bitácora de viaje, diálogos con una pasajera, reflexiones sobre temblores y terremotos son el preludio al tema de fondo. Este es la reconstitución del pasado de Beltrán, su infancia en Los Angeles, California, y su adolescencia en Santiago en el decenio de 1970, a partir de los rollos de celuloide que recuerda, dónde los vio y con quién, por qué le gustaron o no, en qué momento de su existencia y la de su familia o amigos se estrenaron y muchas otras circunstancias relacionadas con el nombre del libro.

Aquí Fuguet se luce, consiguiendo esa mezcla de espontaneidad y brillo técnico de sus anteriores volúmenes. Las películas... se parece a ellos, siendo, por otra parte, algo completamente distinto. Los seguidores de la cinematografía americana gozará evocando las cintas de desastres, comedias musicales, dibujos animados, filmes de terror, de ciencia ficción. Sólo Fuguet entre nosotros puede reconstruir una biografía —en parte la suya propia— en base a la matiné, la vermouth o la noche. Y sólo él logra traer a la memoria, sirviéndose de ese material, los deseos, las incertidumbres los proyectos de un sector de la juventud que creció bajo el gobierno militar. Desde luego, nadie sino él ha sabido describir, quizá sin quererlo, la salvaje transición desde el relativo provincianismo a la actual modernidad.

Los defectos de Las películas... se encuentran en el mismo territorio donde Fuguet es insuperable; es decir, en el lenguaje. Por citar dos ejemplos, "una casa dilapidada", perfecto en inglés ("to dilapídate" es deteriorarse, averiarse), en español suena absurdo, pues dilapidar significa despilfarrar, derrochar. El verbo "fructiferar" lisa y llanamente no existe en castellano. Podríamos seguir enumerando incorrecciones y negligencias en un trabajo que debió revisarse con rigor (en los setenta ya no había en la capital carros lecheros tirados por caballos). Sin embargo, pese a sus errores, Las películas... confirma a Fuguet como uno de los mejores prosistas en la actualidad.



 

 


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Alberto Fuguet: Matiné, vermouth y noche,
por Camilo Marks,
Fuente: Revista de Libros de El Mercurio.
Sábado 18 de octubre de 2003.