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TEMPORADA 2003

La buena cosecha de Mr. Foo-Get


Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros, sábado 3 de enero de 2004



Publicada simultáneamente en inglés y en español, "Las películas de mi vida", de Fuguet, se ha convertido en un pequeño fenómeno de crítica en Estados Unidos.

Hace justamente un año, una entusiasta crónica del "New York Times" presagiaba una buena temporada para Alberto Fuguet. Su autora, Nicole LaPorte, titulaba: "Nueva era sigue a años de soledad", anunciando la aún inédita novela del autor chileno, The Movies of My Life", en los siguientes términos, indudablemente más novedosos para un lector norte que latinoamericano: "no tiene mariposas metafísicas, ni abuelas levitantes, ni alfombras voladoras; ni, por cierto, nada de imaginería fantástica que está comúnmente asociada a la literatura latinoamericana".

LaPorte se hacía cargo de los ataques del establishment literario contra un autor al que se consideraba "un vendedor de cultura americana, un malogrado producto de la globalización, un compatriota irresponsable". Según la cronista, Mr Fuguet ("el nombre se pronuncia Foo-GET, aclaraba) formaría parte de una nueva generación de narradores que reflejan la acelerada urbanización del continente, pero sin hacer menciones explícitas a la política ni a la historia reciente, optando por situar muchas de sus historias en los Estados Unidos. Tendencia común al grupo mexicano del Crack (Volpi, Padilla) y la generación McOndo, promovida por el mismo Fuguet. Punto sobre el que posteriormente insistirían todos los artículos aparecidos en la prensa norteamericana.

Las películas de mi vida nació a fines de octubre en un parto múltiple. Fue pubicada, simultáneamente, en inglés, por Rayo, sello de Harper Collins, y en castellano por Alfaguara, del grupo español PRISA. La portada de la edición en inglés no apelaba a ninguno de los recursos habituales para "enganchar" un libro latino: no había calaveras, paisajes tropicales ni murales precolombinos. Sólo un sencillo pero ingenioso montaje fotográfico a partir de videocasetes y una borrosa figura humana. La imagen, en fin, que uno pudiera esperar del último libro de Douglas Coupland. La portada para América Latina, en cambio, jugaba con una suerte de exotismo al revés, devolviendo a los gringos el color local que suelen buscar en nosotros: en primer plano, la gigantesca rosca de una popular cadena de donuts contra un cielo surcado por un avión de pasajeros. Las posibilidades kitsch del motivo (en colores) quedan atenuadas por el tratamiento gráfico de la imagen: algo sobreexpuesta, opaca, de grano vistoso, como limada por el paso del tiempo. "Sí, recuerdo", parece anunciar el subtexto de la portada, una genuina postal de serie B, setentera y subcultural. Telón de fondo para la infancia del protagonista, el sismólogo Beltrán Soler, embarcado en una recuperación autobiográfica mediada por el cine.

The Movies of My Life no tardó en convertirse en un pequeño fenómeno de la prensa cultural. Exultante, Connie Ogle, del "Miami Herald", escribió que Fuguet era llamado, a veces, "el Eminem de la literatura latinoamericana, por sus creencias independientes". Para apoyar sus dichos, Ogle cita al novelista Edmundo Paz Soldán, viejo compañero de McOndo y, en la actualidad, profesor de literatura latinoamericana en la Cornell University. Según el narrador boliviano, "(Fuguet) explicó lo que estaba implícito para nuestra generación. Sin planearlo, desde diferentes países, jóvenes escritores empezaron a abandonar el realismo mágico… Fue el único que vio que eso estaba avanzando y le dio nombre".

De acuerdo con Ogle, tal giro se manifiesta en "Las películas de mi vida" a través de elementos como el ciberespacio, los mass media y la vida cotidiana de Estados Unidos, pero también en "levantamientos" más personales, com el golpe de 1973 y el cine.

"Las películas -como los terremotos, como la cultura pop, como una nueva generación de escritores resueltos a contar historias a su manera- tienen un poder por sí mismas, al parecer", advierte Ogle, interpretando así algunos datos que el propio Fuguet le entregó telefónicamente: la última película estrenada en Chile antes del golpe fue "Soylent Green", un film futurista protagonizado por Charlon Heston que imagina una perturbadora solución para la escasez de alimentos. Por esos mismos días, agrega, estaba prevista la exhibición de "El día del Chacal".

Pero estas sugerentes vinculaciones con el pasado no han sido, a decir verdad, la tónica predominante en Estados Unidos. En la que tal vez sea la crítica más aguda y equilibrada de la prensa norteamericana, Michael Dirda, del "Washington Post", vence sus resistencias iniciales frente a un libro cuya apertura es "un poquito desordenada así como ligeramente pretenciosa", pero que no tarda en cautivarlo. Incluso en aquellas decisiones de composición que podrían resultar, para algunos lectores, "más bien forzadas o artificiales", como la lista de películas que el narrador vincula con episodios de su vida. Comparando este recurso con el de Manuel Puig, vital en la trama de "La traición de Rita Hayworth", Dirda afirma lúcidamente: "Las películas que Fuguet cita son centrales para ambas culturas, la americana y la latinoamericana, pero Fuguet las necesita escasamente; no tanto por una amplificación, se sienten a menudo como una interrupción del tema real de la novela: la disolución gradual de una familia. Ciertamente, Fuguet está más interesado en cómo sus personajes reaccionan a estas películas que en ellas por sí mismas".

Consecuente, el crítico del Post dedica una buena parte de su artículo a los ambiguos desplazamientos que los Soler practican e sus idas y venidas entre Chile y California. Una familia de clase media aterrada con la Unidad Popular, que emigra dispuesta a conseguir su tajada del sueño americano aunque sea desempeñando los trabajos serviles tradicionales reservados a los hispanos (por más que alguno de ellos se sienta indudablemente caucásico, y termine detenido por discutírselo a la policía).

Sin embargo, aunque los Soler se adaptan superficialmente a Estados Unidos, el recuerdo de su patria los sigue rondando como "una herida", y regresan apenas cae Allende. Persuadidos por sus familiares no emigrados, deciden quedarse y así proteger a sus hijos de las drogas, las relaciones sexuales prematrimoniales y otras peligrosas ideas, tan corrientes en Norteamérica. Pero como observa con ironía Michael Dirda citando a Fuguet, en Chile "nada resulta como está planeado", y Beltrán Soler se hunde en la nostalgia de su pequeño paraíso cinematográfico de Fresno mientras su hermana se une a una pandilla de niños ricos, su padre se enreda con otra mujer y la madre se convierte en la "querida" de un hombre casado.

Como la mayoría de los críticos, Dirda elogia la traducción de Ezra Fitz y no deja de rendir tributo al nuevo realismo de McOndo, concluyendo que a pesar de cierta "pulcritud" a lo O. Henry, "la mayor fortaleza de Fuguet descansa en evocar las alegrías, traumas, miedos y esperanzas de la infancia y la adolescencia, y esto, pareciera, trasciende las nacionalidades".

Imposible mayor espaldarazo de una crítica como la norteamericana, que, -según Beatriz Sarlo- suele juzgar las obras literarias provenientes de América Latina con criterios más bien sociológicos y no estéticos, los que reserva para sus propias creaciones artísticas. Los cultural studies quedan para el tercer mundo.

Una prueba más de este cambio de perspectiva se vislumbra en una reseña de "Entertainment Weekly", donde Lisa Schwarzbaum comenta la novela de Fuguet junto a "Garbo Laughs" de Elizabeth Hay (y le va mejor que a ella), por la actitud común de sus protagonistas: ellos lurve el cine, para usar el neologismo superlativo de "Annie Hall", que acopla love con lure (cebar, tentar, atrapar), y que podría traducirse como "cebarse". En efecto, observa Schwarzbaum, "el cine es tan vital para ellos como el pan y el agua, un nutriente del espíritu". No importa aquí lo discutible de tal juicio, sino el pie de igualdad en que coloca a dos personajes ficticios: Beltrán Soler y Harriet Browning, una cinemaniáca canadiense que escribe cartas a una crítica famosa y que se apasiona más con el amor de la pantalla que con las personas de su propia vida… Como en "La rosa púrpura del Cairo", de Woody Allen, para seguir el juego.

Tal vez el lurver sea el equivalente contemporáneo de ese personaje que no podía experimentar su propia existencia sino a través de la vida de personajes ficticios. Madame Bovary cést moi decía Flaubert. Hoy es también Harriet Browning y Beltrán Soler. El lurvismo como nueva forma de bovarismo, en una era que transita, a partir del siglo XX, desde el imperio de la novela al del cine como modelador de conductas. Desde este punto de vista, Fuguet nunca ha estado más cerca de Puig que en "Las películas de mi vida. Ni la crítica norteamericana más alejada del estereotipo del buen salvaje.

 

 

 

 


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Alberto Fuguet: La buena cosecha de Mr. Foo-Get,
por Pedro Pablo Guerrero,
Fuente: Revista de Libros de El Mercurio,
sábado 3 de enero de 2004.