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Lectores


Alberto Fuguet
Revista de Libros de El Mercurio, viernes 22 de abril de 2005


El mundo literario ha abusado (y aburrido) con personajes escritores. Con su entretenidísimo libro "El último lector", Piglia apuesta más sobre el acto de leer que sobre el de escribir. La cuestión final para él es simple, pero no es menor: ¿qué se siente cuando se lee?

No soy de aquellos escritores que escriben de escritores ni tampoco soy de aquellos que están demasiado interesados en leer novelas sobre cómo escriben los otros escritores, aunque sean escritores inventados. Sé que es una nueva tendencia. O no tan nueva, pero, de un tiempo a esta parte, ha alcanzado su punto de quiebre. Textos sobre textos. Meta-literatura o algo así. Si uno estudia toda la producción cinematográfica, que es bastante menor que la literaria, rápidamente capta que los cineastas no tienen demasiado tiempo para pensar en el cine y sí en el catering o cómo la producción es incapaz de cerrar locaciones alegando que todo es un asunto de dinero. Quizás por eso no hay muchas películas acerca del proceso de filmar y, dentro de ese pequeño grupo, lo cierto es que muy pocas de ellas salen airosas. "La mirada de los otros", de Woody Allen, es graciosa, pero no posee el espesor moral de "Crímenes y pecados" o el vuelo poético-urbano de "Hannah y sus hermanas"; "La noche americana", de Truffaut, es encantadora y, en muchos aspectos, francamente certera a la hora de destripar lo que sucede durante un rodaje, pero está muy por debajo de las fibras que toca con "Los cuatrocientos golpes", "Jules et Jim" y "El último metro".

En "Doble de cuerpo", Brian De Palma indagó detrás de las bambalinas del cine B (en rigor, porno), pero el resultado fue dudoso y algo grueso. Cuando exploró, en cambio, el tema del cine, pero desde el ángulo del montaje y el sonido, terminó creando esa maravilla que es "Estallido mortal". Hitchcock no tiene ninguna cinta sobre Hollywood o cómo se filma. Scorsese, con lo cinéfilo que es, produce y dirige documentales sobre las cintas que ama y la vez que tocó el tema del cine, lo hizo sobre un tipo (Howard Hughes) que está más interesado en los negocios que en las elipsis. Las mejores películas que tocan el tema del cine son, a la larga, sobre personajes ligados al cine, no sobre cómo se hace cine: "Ed Wood", de Tim Burton; "Sunset Boulevard", de Billy Wilder, y "Boogie Nights", de Paul Thomas Anderson (una vez más, el cine porno).

¿Por qué el cine sobre cómo se hace cine es menos intenso que el cine sobre lo que ocurre fuera de las salas de cine? ¿Y por qué, con escasas excepciones, las novelas sobre cómo se hacen novelas, o sobre escritores, tienden a gustar más a los escritores que al lector común y corriente? La respuesta -creo- es sencilla. Es más emocionante la historia de un carpintero al que lo deja su mujer por su mejor amigo que la historia de cómo ese carpintero construyó su casa.

El mundo literario ha abusado (y aburrido) al lector con personajes escritores y, para ir más allá, con novelas sobre escritores que no pueden escribir o escriben demasiado o mucho o cualquiera de las variables matemáticas. Un ejemplo reciente: acabo de terminar El ángel literario, un libro muy curioso que, como dice su título, exuda literatura. Si bien es cierto que el tema en sí me tiene un tanto harto, el corto pero intenso libro (¿novela? ¿ensayo? ¿biografía?) del guatemalteco Eduardo Halfon me intrigó y, al final, lo reconozco, terminó por conquistarme. No tanto por la manera como narra la lucha de una serie de escritores por convertirse en escritores (Carver, Hesse, Hemingway, Vila-Matas, y los otros sospechosos de siempre), sino por la voz del propio Halfon que, desesperadamente, desea convertirse en escritor y no encuentra una historia que contar.

Es curioso que un nuevo escritor tenga este problema. Uno creería que es al revés: tiene mucho qué contar, pero no sabe cómo. Tal como ciertos niños sufren del mal de no haber tenido suficientes horas de plaza, está claro que leer demasiado sí puede ser peligroso. No tanto para un lector, sino para el autor que desea establecer una relación de cercanía y conexión con el lector. Aunque aquí entramos a un terreno fangoso: ¿es cierto que todo autor desea tener lectores? Mi impresión es que, en el fondo de sus corazones, sí quieren tener, pero, tal como en ciertas relaciones, no están dispuestos a hacer nada para mejorar o limpiar el lazo.

Ricardo Piglia parece ser un escritor para escritores y esto puede ser cierto, pero creer que es un escritor que escribe sólo para y sobre escritores es cometer un error. Tal como sostener que Piglia es un crítico. Quizás lo es, pero es de aquellos pocos que entienden la crítica como un acto creativo y, sobre todo, autobiográfico. Y por eso El último lector, su último libro, es, como dice al final, "acaso el más personal y el más íntimo de todos los que he escrito".

Con El último lector, Piglia se encarga de demostrar de qué lado de la cancha está. Su libro apuesta más sobre el acto de leer que sobre el de escribir y eso, en esta era de talleres y ego-inflados, no deja de ser subversivo. ¿Hasta qué punto estos "meta-libros", con tanta cita y referencia, son libros que celebran la lectura? ¿No son, más bien, libros que celebran la escritura? !!Mírenme lo culto y cool e inteligente que soy!! Muchas veces esta meta-tendencia me huele a lucimiento personal: yo escribo, tú lees, lo que implica que yo, el autor, soy mejor que tú, que sólo te da para leer. Porque sé, me consta, que para muchos autores, lo más importante es escribir, no leer. Y sé que muchos desprecian a aquellos que sólo leen, pues consideran que es el premio de consuelo de los que no saben o pueden o no se atreven a escribir.

Cada vez que analizan el estado actual de las cosas, o diagnostican cómo está la narrativa de un país, en vez de fijarse en los autores, la prensa y la crítica podrían fijarse en los lectores. ¿Cuántos existen? ¿Cómo son? ¿Han mutado? ¿Son fieles o cambiantes? ¿Novatos o expertos? ¿Han aumentado o disminuido? ¿Cambiará todo Harry Potter? ¿Por qué un lector compra un libro y luego no lo lee? ¿O por qué un lector que leyó un libro y acaso lo transformó en un éxito de ventas, se desistió de leer el próximo libro del autor?

Quizás por eso me atrajo tanto El último lector, donde el verdadero protagonista no es Piglia ni cómo Piglia escribe, sino Piglia-lector y, sobre todo, esos personajes que aparecen en los libros, pero que, en vez de escribir cuentos y novelas, aprovechan el tiempo que tienen para estar "dentro" de sus respectivas narrativas para leer. Sí, para leer libros.

Pligia incluye en su entretenidísima novela-crónica-memoria "que parece un ensayo" a personajes-lectores como El Quijote, el detective Phillip Marlowe o Anna Karenina. Escribe sobre el acto de leer en vez del acto sobre escribir. Piglia explora lo que le ocurre al lector, ya sea este real (como aquel que lee El último lector) o aquel que lee "una novela inglesa" arriba de un tren (como sucede con Anna Karenina). Piglia se detiene en el tipo de mirada, en los pensamientos que se tiene mientras se lee y descubre que, para la mayoría de estos personajes, y para algunos de estos escritores (como Kafka), leer no es más que una adicción. Una adicción que te ayuda a escapar, a evadirte, a sentirte más acompañado. La cuestión final para el autor de Respiración artificial es simple, pero no es menor: ¿qué se siente cuando se lee?

Vaya.

En El último lector, Piglia no intenta dar respuestas, pero sí se atreve a preguntar una de las grandes preguntas de todos los tiempos. Al menos, una que todo escritor debería hacerse: qué sienten o sentirán cuando me leen. ¿Me leerán? ¿Cómo quiero que me lean? ¿De verdad quiero que me lean o es que lo que realmente quiero es escribir? ¿O es que escribo para que no me lean, pero para que me respeten? Qué me atrae más: ¿ser escritor o ser leído? Mientras leía El último lector no pude dejar de pensar en por qué uno, de verdad, lee. Quizás esa es la primera, la más importante, de todas las preguntas literarias. La pregunta que uno debe hacerse antes, mucho antes de querer escribir y, de paso, transformarse en escritor.

 

 


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Fuente: Revista de Libros de El Mercurio.
Viernes 22 de Abril de 2005.