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"Old School" de Tobías Wolff
¿Es necesario escribir para tener que ser un escritor?


Por Alberto Fuguet
Revista de Libros de El Mercurio, viernes 21 de mayo 2004.


Hace unos días terminé Old School, la primera "novela" de Tobías Wolff. El libro apareció en Estados Unidos hace más de seis meses pero, por esos motivos que uno no siempre entiende o tiene claro, me demoré en encontrar el espacio mental para leer con la tranquilidad necesaria un libro tan pausado, y a la vez tan ágil, como éste (¡ah! tantos libros, y tan poco tiempo).

En Estados Unidos, la aparición de un nuevo libro de Tobías Wolff siempre es un evento, aunque un evento literario. A diferencia de acá, no todos se enteran, pero sí lo hacen aquellos que están interesados (que es lo que importa). Por desgracia, Old School aún no tiene fecha de salida en castellano. Quizás ni aparezca. Esto, claro, altera esta crónica y la deja rozando lo snob. Sucede que los cuentos y memorias de Tobias Wolff han sido traducidos y publicados en un tono menor por Alfaguara.

Pero para un extranjero, eso no basta. Wolff, en castellano, no ha conseguido convertirse en una
estrella, tal como sus dos amigos "dirty realists": Richard Ford y Raymond Carver. El propio Carver escribió sobre el trío en un bonito ensayo sobre la amistad y los territorios comunes. Lo que Carver no pudo anticipar es que, en nuestro mundo, ser amarillo es clave. En efecto, tanto Carver como Ford llegaron a nuestras librerías bendecidos por la colección Panorama de Narrativas de Anagrama. El tercer amigo fue omitido por la mano mágica de Herralde o, quizás, algún agente apostó mal. No lo sé. El asunto es que Wolff casi no existe en el mundo hispano. Una pena. Da lo mismo porque, de los tres (y vaya que los tres son grandes, al menos para mí), sin duda que Wolff es el más desenchufado. Además, y a diferencia de sus dos amigos, el que tiene menos imaginación. Su libro canónico es Vida de este chico, sus memorias de infancia. Poca gente ha llegado tan lejos con tan pocos recuerdos.


Dudosa escuela de talentos

Compré Old School en una librería por la cual Wolff había pasado dos días antes. Lamenté mi mala suerte de no haberlo visto en persona y escucharlo leer (en USA, cuando aparece un libro, el autor se dedica a leer y no a latear con declaraciones o sudar en lanzamientos). Reconozco que me gusta conocer a los autores que admiro y, aunque tiendo a no hablarles si me toca conocerlos en una librería, sí les pido autógrafos. Tengo muchísimos libros autografiados. Para mi sorpresa, la librería del balneario de Capitola, cerca de la ciudad universitaria de Santa Cruz, al norte de California, había tenido la buena idea de solicitarle a Wolff que firmara una docena de libros. Compré uno firmado. No dedicado pero, al menos, firmado. Y al mismo precio que aquellos que estaban en blanco. Soy de la idea de que aquel que lee, siempre lee lo que tiene que leer en ese momento. Mejor dicho: lee en sincronía. Uno no sólo lee lo que quiere leer pero, cosa rara, termina leyendo lo que necesita.

Quizás compré Old School antes de tiempo pero lo leí en el minuto correcto. Desde luego, lo leí después de terminar un libro nuevo y de sobrevivir la vorágine (y la vergüenza) de sacar una novela a la calle. Lo insólito es que el libro es sobre la imposibilidad de inventar y, dos, acerca de lo inútil que resulta escribir sobre escritores. Dos temas que me estaban rondando.

"Es imposible escribir sobre aquellas vidas que producen escritura", sentencia Wolff en Old School, aunque, claro, el libro, ambientado en un colegio tipo "La sociedad de los poetas muertos", donde todos los chicos desean ser escritores en vez de rockeros (esto sucede, claro, a comienzos de los 60), no indaga en otro tema que el querer ser escritor. Pero ahí está el truco. Old School no intenta explorar la mente del escritor ni mostrar cómo se escribe. No. Old School es sobre una serie de chicos que, más que escribir, desean ser escritores. Una cosa no tiene necesariamente que ver con la otra. Cualquiera que ha asistido a un taller literario sabe que hay mucha más gente que desea ser escritor que aquellos que realmente saben o quieren escribir. Las falsas memorias de Wolff se centran en un mundo cerrado, donde falta el aire y las opiniones del mundo real. Un mundo tan viciado y pequeño que altera la perspectiva. Para más remate, el colegio era de puros varones. "Al no poder competir por una chica, competíamos por el honor literario". Uno de aquellos honores era ser el alumno privado de un famoso autor. Ernest Hemingway está a punto de visitar el colegio y todos desean ser su discípulo. En un mundo así, claro, los errores y la corrupción sólo pueden florecer. El narrador sin nombre de Old School no encuentra otra vía que plagiar un cuento de una escritora joven (que, dos años más tarde, deja de ser escritora) para lograr transformarse en lo que quiere ser: un escritor o, más importante, en alguien que se destaca, en alguien que poco tiene que ver con aquellos que dejó atrás. El cuento falso le queda bien y le permite acceder a Hemingway. Al menos, por carta.

¿Cuántos escritores —escritores de verdad— pueden haber en un colegio como éste? ¿O cuántos pueden haber en un taller o en una escuela o en una universidad? ¿Si cinco amigos se juntan a hablar de libros, cuántos de ellos son escritores y cuántos son notables y creativos lectores? Esto también se puede ampliar a un país: ¿de verdad hay tantos? Wolff entiende la competencia, la codicia y la fantasía de aquellos que aún no cruzan el umbral del libro publicado y que creen que, una vez que tengan el libro, serán otra cosa de lo que son. Wolff, además, es cáustico y certero al entender que escribir bien puede ser una manera de ascender socialmente. Tal como Wonder Boys, de Michael Chabon, traducida, claro, por Anagrama como Chicos prodigiosos. Old School es el tipo de novela que debería leerse antes de ingresar a un taller o antes de transformarse en escritor.

 

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"Old School" de Tobías Wolff. ¿Es necesario escribir para tener que ser un escritor?.
Por Alberto Fuguet.
Fuente: Revista de Libros de El Mercurio.
Viernes 21 de mayo de 2004.