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La realidad en la ilusión:
«Tony ninguno», por Andrés Montero


Por Jeremías Peralta
Publicado en Letras en Línea, 20 de enero de 2017


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En una época en donde la Internet, la televisión y la radio son los medios hegemónicos, el circo parece una forma anacrónica de entretenimiento, una que, en nuestro país, se asocia a septiembre y a una curiosa combinación de identidad nacional, precariedad y comicidad. De hecho, dos obras me vienen a la mente con respecto a lo anterior, la primera es la película  El gran circo Chamorro  (1955) que da cuenta de la miseria de aquél mundo en un tono jocoso, algo que también hace desde la narrativa Alfonso Alcalde con  El auriga Tristán Cardenilla (1967), en el cual se celebra la pobreza a través de un circo ya destruido y de artistas que tratan de integrarse al mundo laboral.

El texto de Andrés Montero (1990)  Tony ninguno  (La pollera editores, 2016), habla de lo anterior y más. En una prosa fluida en primera persona, la joven Javiera, criada en el mundo circense, narra la historia “del pobre y pequeño Gran circo Garmendia” (22) y de la llegada de un pequeño abandonado por un misterioso árabe, quien también busca vender un libro que parece llevar algún tipo de maldición:  Las mil y una noches. Es con este texto que la novela comienza a mezclarse hasta convertirse en una novela fantástica/policial.

En la primera parte, el relato va develando el intento de parte de Malaquías Garmendia, el dueño del circo, por preservar la “especie” circense: “tú no naciste en el circo —siguió diciendo, sin mirarme mientras se vestía—, apareciste aquí y apenas caminabas. Te abandonaron, te dejaron sola en el circo como a muchos niños.” (64). Lo anterior, que sucede a los trece años, es una previa para el plan de continuación de cierto linaje: “…y yo [Javiera] sentí de pronto un calor extraño, algo que nunca había sentido antes, un calor líquido, proveniente de Malaquías Garmendia, que por primera vez no eyaculaba en tierra […] –Dame un heredero— me dijo…” (83) Cuando la joven quiere entender por qué fue ella la elegida, Malaquías responde que su esposa no podía tener hijos, y que “…un hijo de Magdalena hubiera sido cualquier cosa, ella no es artista. Hablaba del circo, de la sangre del circo, de mi propia… [Malaquías no termina la frase]” (120-121). Queda entonces la duda de si es la sangre o el arte circense lo que realmente le importa a Malaquías. A medida que avanza la narración, las violaciones se van haciendo esporádicas a medida que la joven va adquiriendo más poder por causa de su espectáculo, la narración de los cuentos de  Las mil y una noches.

El show de la joven —una nueva Sherezade— es el medio por el que el circo renace. Ella atrae a la gente de los pueblos noche tras noche y los hace vivir en otro mundo: “era como si el relato estuviera sucediendo en el espacio de aire que me separaba de los ojos del público.” (15). Este “otro espacio” se hace patente en toda la novela con la separación del afuera y del adentro, la división entre la realidad (circo) y la irrealidad (exterior): “—Cuando tumbamos la carpa aplastamos la ilusión —le dije un día al tony Frambuesa mientras la carpa caía y nos azotaba el viento. –Cuando tumbamos la carpa aplastamos la verdad— corrigió melancólico.” (28). La percepción de la verdad y la mentira se torna lógica cuando el mismo tony argumenta sobre esa idea: “Esos sí que viven a pura ilusión [los hijos de los ex trabajadores de las salitreras], a ilusión de que alguien les va a reconocer su trabajo, que les van a pagar bien, que su trabajo es para toda la vida, pero na’ que na’, pues niña. Y en cambio nosotros, o tú, por ejemplo, cuando pasas de un trapecio a otro, si te caes ¿qué? Te matas, niña, te rompes la cabeza y listo. El circo es la pura verdad, ¿de qué ilusión hablas estos? Los demás son los que viven en la ilusión.” (44)

Una explicación de este tipo parece bastante plausible cuando hablamos de la realidad y de aquello que no lo es. De hecho, parece tener eco en alguna reflexión de Slavoj Zizek cuando, explicando una teoría de Lacan, distingue entre lo real y la realidad: “la ‘realidad’ es la realidad social de las personas concretas implicadas en la interacción y en los procesos productivos, mientras que lo ‘real’ es la lógica espectral, inexorable y ‘abstracta’ del capital que determina lo que ocurre en la realidad social”. (Zizek, 24-25). Lo que vemos en el texto de Montero es cómo el mundo de la ilusión —mundo marginal— se percibe a sí mismo: es el mundo “real” el que habita en la irrealidad. ¿Qué es lo real, entonces? Lo real es que hay una narración que comenzó hace miles de años y que continúa hasta el presente del relato conteniéndolos a todos, es una realidad más profunda que solo lo referente al “capital”, algo que supera a lo económico y sus relaciones—que son, igualmente, posibles de ver en el relato—, algo que se relaciona con una pulsión que recorre la historia de la humanidad: el discurso sobre la vida, la muerte y el poder.

Es el poder, que aparece representado especialmente en Malaquías, el que se ve amenazado con la presencia de Sahriyar —nombre del rey asesino de Las mil y una noches— una especie de niño monstruo que no muestra ningún tipo de emoción y quien, posiblemente, será el heredero del circo a falta de un hombre que continúe el linaje. Javiera, en este sentido, está atrapada en la relación con el dueño del circo y el dueño de Sherezade, el rey-adolescente, que no es capaz de distinguir entre lo real y lo ficticio, lo cual lleva a un momento epifánico en el que se compara la realidad de la vida del público y la de los artistas circenses.

Tony ninguno muestra a través de su relato una verdad que parece innegable: estamos atrapados dentro de un relato que repite siempre los mismos motivos, ya sea en lo “real” o en lo “ficcional”. En este sentido, la narración del texto se replica en tres niveles, el de la ficción primaria (Las mil y una noches) en de la secundaria (la historia relatada en Tony Ninguno), pero también en la realidad del lector. El juego de poner la historia dentro del circo — el lugar de la niñez y de la perversión envuelta y disfrazada en la comicidad y el entretenimiento — permite recalcar la idea anterior: no es posible escapar de lo real que, incluso, está oculto en las fantasías que supuestamente nos permiten huir de ella. Al final de cuentas, no hay mucha diferencia entre lo que sucede en el pequeño Gran circo Garmendia y en el nuestro.

 



 



 

 

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