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DE EL APOCALIPSIS DE LAS PALABRAS/LA DICHA DE ENMUDECER

Armando Roa Vial

Beuvedrais Editores (1998-2008)

 

 


Maese old Bob Browning
en meditación

                        centón

Desterrado
tan hondo entre polvo de tinieblas,
cuando los días se vuelven
áridos e inexpugnables,
yo, old Bob Browning,
con el temple firme a pesar de la vicisitudes,
mientras yazgo en esta cámara mortuoria
pudriéndome a pedazos,
lejos de las envidiosas multitudes,
voy dejando que extraños pensamientos
susurren en mi oído,
pensamientos acerca de la vida
como una noche que llena un largo sueño.

¡Ay, mis hermanos!
¿Es que vivo aún sin que nada pueda torcer
los aciagos mandatos de la fortuna?
Inmemoriales máscaras han habitado mi rostro
en un festín interminable:
Gandolfo, Sordello, Paracelso
o Juan el Agrícola.
Ahora descansan junto a mí
por los siglos de los siglos,
en este nicho de basalto
que cobija mi carroña.
¿Mi carroña? ¿Serán de ella
“todos mis ayeres”?
Pues la muerte, lejos de vendar mis ojos,
a duras penas me ha clavado a la Eternidad
simulándose indulgente y cautelosa.
El Agrícola lo dijo
“pensamiento y obra de Dios
se reúnen para henchir su dolor por mí,
que fui creado porque ese dolor necesitaba
de algo irreversible, comprometido solamente en
                                                                               contenerlo”.
¿Los designios de Dios?
Fue Él quien postró mi alma
en este hosco baile de la muerte,
donde he buscado sin fortuna perseverar en mi fin.
Ignorante de mí:
la muerte es también encadenarse a un presente
que no nos deja morir gozosamente.
¡Gozosamente, mis hermanos!
Y si ahora me dejo amortajar
por estas monótonas palabras,
¡tanto mejor! Aun cuando sólo sea para trazar con ellas
los ademanes de una máscara en la que vanamente
                                                                         intento esconderme.
¡Una astuta maquinación, habría dicho Fra Pandolfo!
¡Cuando las viejas esperanzas caen al suelo!

 

 

De la palabra sótano

De tanto jugar con el lenguaje
olvidé cerrar la puerta de la palabra sótano
y la noche se desbarrancó escaleras abajo
entre paredes que se ajaban en silencio
y estertores de relojes
y baúles polvorientos
y un vago tumulto de pensamientos muertos.
Todo se volvió subterráneo
hasta perder sus raíces en medio de la oscuridad.
Y entonces sentí que algo se despeñaba
en la profundidad devoradora de mi boca
hasta convertirse en forma sombría,
en opresión de tierra
y en proximidad de huesos.

 

 

De la palabra hueso

La palabra hueso,
raspadura
a la palabra muerte
en el esqueleto del verso:
polvo acongojado
en boca de un signo de interrogación
que ya no encierra ninguna pregunta.

 

 

Perdurando en la palabra fin  

Homenaje a Salvatore Quasimodo

Soy un hombre
indefenso.  Lleno de añoranzas efímeras.
Mi voz decae,
grieta sobre grieta.
Y un silencio porfiado y mordaz
se hunde en mi carne
cuando siento que “los vivos
son más remotos que los muertos”.

El viento me afloja.
La tierra me asfixia.
Nada ya queda en pie: deponiendo el  paisaje
dejé que el invierno segara las hojas
“cuando mi alma era un bosque”.

Y ahora, sin más que hacer,
después de forzar el blindaje del amor
en el áspero manto de una piel que sobra a la piel,
apenas
me sobrevivo a mí mismo
como un viejo ventanal desechado
por la luz del día.

Soy un hombre
indefenso. Un sombrío desperdicio
que en vano busca adelantar la palabra fin
para perdurar en ella.

 

 

A la palabra amor 
A la palabra más amada

Homenaje a Alvaro Mutis

"Bajo la tristeza incurable que derrama
el sonido apagado de mis besos",
vas rodando dentro de mí sin rumbo fijo,
hasta quedar encallada
entre  baldíos arenales de tinieblas
donde un voraz señuelo nos espera.

Ya no puedes perpetrar simulacros dentro de mí:
aprisionado y solo, con las manos yertas y frías,
saboreando mi angustia,
recordando que “sólo el polvo ha de volver al polvo”.

La delicadeza se ha despedido de nosotros
con un adiós mudo y postrero.

Ahora sólo eres una palabra “disecada y quebradiza”,
un minúsculo enunciado lleno de equívocos.

Sobre el despojo del poema 
converges como un astro a la deriva, en incesante deterioro.

Comienzo
a  desalojarte.
A apartarme de ti.
A reconocer la dicha de verte morir
en los estragados desfiladeros de mi corazón.

 

 

De la palabra recordar                                  

al amparo del olvido. llenos de temor.
en ese último ventanal de nuestras vidas
que la muerte apagó.
vacilando y enmudeciendo.
cuando ya la soledad se empecina con nosotros
como una hermana incestuosa y declinante,
ávida de fúnebres caricias,
enrostrándonos su cuerpo maltrecho y enfermo.
cuando del recodo silencioso de los días
apenas sobreviven nuestros muertos,
a contraluz,
con sus "frágiles arquitecturas
ennegrecidas por el tiempo",
repicando un adiós que asciende furtivamente
al atardecer.

 

 

De la palabra angustia

Y la prosodia virtuosa de la muerte
se dejó ajusticiar por el silencio.
Nada de palabras
-minuciosas proliferaciones malignas-
consagrando a la palabra:
muerte ahora enmudecida
que incesante escribes mi epitafio.

 

 

Arte poética

Y se suman retazos de versos ajenos
que rasguñan el paisaje de un hombre
arraigado en la falta de arraigo:
caligrafía desordenada de un corazón en préstamo
que insiste en sus propios desperdicios.

 

De la palabra en la palabra  

                                               In memoriam Roberto Juarroz

respiración y sonido. Carne verbal.
en el principio una palabra, ya sabes.
soterrada inútilmente en el papel.
resonando para nadie.
junto a otras palabras. a otras grietas amargas.
desbautizándote. consumándote a medias.
desbordándote en un torpe espejismo.
rompiéndote en mil muertes posibles.
sóplame a gusto, maese Browning.
invítame a sobrevolar tu nada.
a burlar todos tus sueños.
una máscara. Mezquina y gris. eso soy.
clausurando tu abatido firmamento.
después de arduas navegaciones.
cuando nada sostiene tu velamen
y el aire asfixia en el poema.
a nada contesto. a nadie.
barranco abajo me precipito. hurgando un sitio
en el aliento malogrado de tu voz.
cuando la vida ondea a media asta
en la ruinosa madriguera de la muerte.
un alarde vacilante, eso es todo maese Browning.
tú y yo, a la intemperie,
balizando con inútiles señales
el sombrío vestíbulo del pensamiento.
no te fíes de mí. Sordello y Paracelso lo sabían.
apenas un balbuceo, no soy más que eso.
irrumpiendo de golpe. sellando tu suerte.
arrancándote el rostro.
incrustándolo a mi lengua enmudecida.
en la declinación más amarga de todas tus apuestas.
cuando ya despunta el amanecer
y te aprestas a madrugar sin nada. sin nadie.

 

 

A la manera de Vasko Popa                                  

De par en par nos abrieron las palabras.
Las palabras, con sus torpes ademanes,
gastándonos de boca en boca,
dejándonos a la intemperie,
cambiándonos de soledad.
Nadie no salva de este frío,
de esta vasta sombra, de esta noche irremontable
de palabras tronchando a las cosas.

Lo sonoro nos invade por todas partes.

Ahora que las palabras nos han arrebatado
la dicha de enmudecer.

 

 

A la manera de Eliseo Diego

¿Adónde? ¿A qué pudrideros
fuimos a parar?
¿Para nombrar a quién?

El hombre,
palabra menoscaba por el destino del hombre:
el silencio la bautiza
con su espasmo final.

 

 

A la manera de
Gerald Manley Hopkins 

¡Oh Señor, consuelo de mi carroña!
Aquí me voy deshaciendo,
en el sombrío límite del hombre,
como un espejismo entre espejismos,
a media luz, con la lengua  devastada,
cuando todo afloja dentro de mí,
cuando nada ni nadie rehace mi voz.

¡Oh Señor, mi Dios!
Rendido a la cruz de una lenta agonía
el quehacer silencioso del tiempo
va esculpiendo en mí este pesado andamiaje de huesos.
Sin forma ni colores ni ademanes iré quedando.
Y pronto será el vacío, mi Señor,
jubiloso y rebosante,
ahogando mis despojos con sus turbias marejadas.

¡Oh Señor, consuelo de mi carroña!
¡Si al menos pudiera alzarme por encima de Ti!
Pero el rostro devorante de la muerte
pudre de prisa. Tú lo sabes bien: polvo y ceniza”.
¡El rostro de la muerte!
Con sus palabras que se ahuecan y jadean
proclamando la dicha de enmudecer.

¡Oh Señor, consuelo de mi carroña!
¡No dejes que mi nada sea lo que soy!

 

Post scriptum

“Una palabra, ya sabes, un cadáver”
Paul Celan

 

Ignoramos si las palabras nos dispensan o nos absuelven de algo. Si el horror o el escándalo ante la muerte, el sufrimiento y el vacío pueden ser definitivamente anestesiados. Aún así escribimos para sobrellevar nuestras erosiones, en un gozoso ejercicio terapéutico. Cioran afirmaba que "si las palabras se volatilizasen quedaríamos sumergidos en una angustia y un aislamiento intolerables".

***

La acometida de la palabra se estrella ante el “mutismo desolador de la realidad”. La gran aventura del lenguaje es, a lo sumo, una exhortación desde el silencio, un “salto a la desposesión”. Robert Browning (Maese Old Bob Browning) hizo de su poesía un grito de protesta contra la “idolatría de la palabra”.

***

“Toda mi vida he deseado la existencia de algo más que palabras. Sólo he vivido para eso”.

            Piotr Kirilov, de Los posesos de Dostoievski

 

***

“Verbalizar el mundo” es, hasta cierto punto, ensayar un soplo exhausto. Aun cuando la imaginación busque cincelarse en imágenes, las palabras, como escuálidos soportes, son incapaces de bruñir a plenitud el contenido afectivo de nuestras vivencias.

***

Hacer de la poesía un acto de cercenamiento de la palabra. “Sabotear el pensamiento”, privarlo de sus lascivos tentáculos.

**

Con e.e. cummings, a imagen y semejanza de Maese Old Bob Browning:

“silence
is
a
looking
bird: the
turn
ing; edge, of
life

(inquiry before snow)

***

Incendiar y desbautizar: el apocalipsis de las palabras. 

***

Centón a partir de Juan Luis Panero: “Palabras: Testimonios inútiles/gestos aparatosos/ vaho de sueños tras tenaz insomnio/ ojos entornados que miran sin ver/ última luz del sol que dibuja el mar/manos que cierran los ojos para siempre”

***

Imitación compuesta, paráfrasis ilimitada, la apoteosis del palimpsesto. Apelar a la palabra ajena es también una forma de enmudecer.

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