COPYRIGHT (IV)
El domingo en que Boric fue elegido Presidente de Chile
yo estaba en el Guaiquillo tomándome un merlot
—después de votar decidí relajarme—
y por razones que mi inteligencia no alcanza a precisar
me acordé de mi padre don Jorge Reyes Miranda
quien más de una vez sacrificó su hora de colación
para que yo transcribiera mis poemas a máquina
en una Olivetti de la Oficina de Vialidad de Curicó
donde él se desempeñaba como auxiliar de aseo
sólo que en esas veces aludidas las oficiaba de centinela
en la puerta de la oficina que daba frente al kiosco de la plaza
y me alertaba y exigía presuroso
—cuando veía venir a los primeros funcionarios públicos—
que finalizara urgentemente mi labor de dactilógrafo clandestino
y me marchara con mis poemas escritos a máquina
—que yo escondía como un botín entre mis cuadernos—
al Liceo Politécnico Juan Terrier
donde cursaba el primer año de enseñanza media.
*
EL REGALO
Esta mañana opté por llegar tarde a donde sea
luego de haber divisado en Villota con O’Higgins
a un inmigrante parsimonioso cuya nostalgia
—al parecer no asumida—
le enrojecía el rostro.
Aunque también dicha nostalgia lo convertía en un tipo sexy
al que sólo le conciernen los asuntos muy íntimos
—sus ademanes lograban que el observador juicioso adivinara
una especie de incertidumbre que lo envolvía por completo—.
Daban ganas de abrazarlo
como si acabara de hacernos un regalo
cuando en verdad el único regalo
era haberlo visto.
*
TARDE DE ENERO CON MI AMIGO VERSÁTIL,
EN EL BOLICHE DE LA TÍA ALICIA
No te ensalzo a ti porque denigre a otro
—para ocupar un vacío que le debe a otro vacío su existencia—.
No te echo de menos porque haya obviado
otras probabilidades de la añoranza
ni te canto porque olvidé la canción que aprendiera de niño.
No quiero que pienses, Moisés, que éste es un poema de amor
—ya sabes que los detesto—
ni que sorbeteo tu copa
cuando vas al baño
sólo por el placer de sorbetear.
No supongas a priori que te debo mis insomnios
ni mis mejores momentos
que no he vivido todavía
si de ti dependiera.
Yo soy más real de lo que imaginas.
Y te lo digo yo… que te he soñado mil veces.
*
BAREBACK IV
Desnudo se ve de más edad
como si le sobraran límites
o como si algo que se escondía en él
cobrara vida del modo más brutal.
Y es que, sin falsas pretensiones,
frente a un hombre desnudo
recupero siempre la inocencia…
pero sólo para volver a perderla.
*
BAREBACK VIII
Como percibiera en él aires familiares
me acerqué, a fin de preguntarle si nos conocíamos.
“No, papi, pero podríamos empezar ahora” me respondió
entre adulón y coqueto, con acento caribeño.
“¿Empezar qué?” le pregunté intrigado.
“Empezar a conocernos” contestó.
“Allí está oscurito” expresó, señalando con los labios
el rincón más oscuro de esa plazuela abandonada
en la que nos encontrábamos
—y en la que abundaban latas de cerveza y cachureos de todo tipo—
y agregó, no sin picardía: “La oscuridad es donde mejor se conoce la gente…”
Acepté y lo acompañé al sitio propuesto.
Cuando acabamos me espetó: “Son veinte lukitas”.
“¿¡Cómo!?” respondí asombrado. “¡No hablamos nada de eso!”
Pero igual le pasé las únicas veinte lukas que tenía,
sólo para salir cuanto antes del embrollo.
Fue el instante en que me guiñó un ojo, susurrándome
en tono de revelación: “Volvemos a no conocernos, papi”.
Y se fue quién sabe a dónde.
*
BAREBACK XIV
Amigo, disculpa: necesitaba cansarme.
Venía de rendir cuentas demasiado obvias y al verte supe que me pertenecías.
Yo era, al fin, hijo de tus vacilaciones —como tú de las mías—.
Aprendí a ser un sabio al abrazarte y no sólo tu sinceridad era nueva para mí
—no sólo tu noción de fe, no sólo tu piel—.
Y aprendí a quejarme, siendo libre.
Amigo, fuiste un hombre besado: el mejor.
*
SEMBLANZA
En la FELICUR, cerca de los baños, vi a un joven misterioso muy parecido a mí.
Aunque yo no soy joven ni misterioso.
Mis mejores años han quedado atrás y mi privacidad no es tema para nadie.
Bello además era ese joven.
Y a mí con echarme un vistazo basta para corroborar que de todo hay en la viña…
Pero el joven del que hablo —insisto— era muy parecido a mí.
*
CANTO DEL GAY ANCIANO
(Ciudad Espléndida, agosto de 2021)
Tentado estuve de escribir el “Canto del gay anciano”pero no me dio el cuero.
“Alguien se puede ofender” deduje.
Además, a mis sesenta y pico, todavía quemo mis petardos.
Debo reconocer, eso sí, que en situaciones muy puntuales he sido, a regañadientes, una criatura inservible —y he ansiado también que siempre esté lloviendo para no tener que salir de mi casa en busca de webeo—.
En medio de esta pandemia, mis glándulas fallan a veces.
Pero me agarro firme a “la tabla de salvación de la poesía” y paso piola —según mis amiguis— en una jornada de copas, infringiendo las leyes del mentecato con mi mascarilla de seis colores.
¡Ah bendita mascarilla! Gracias a ti puedo sonreírle lascivamente a un guapito y él piensa sin duda que soy un tipo gentil y que le estoy deseando buena suerte con su novia… cuando en realidad me lo estoy comiendo con los ojos.
*
BOLERO CERO
¿Que yo le dé las gracias al amor?
¡Ja! ¡El amor debiera dármelas a mí!
Por las veces que lo defendí cuando lo denigraron.
Por las noches que lo esperé con impudicia y desgarro, pero en balde.
Por los poemas que en su honor escribí, y luego declamé ante un auditorio impasible.
Por la piel ajena que protegí del rencor y la rabia.
Por los aventureros que ensalcé como si fueran dioses —salvo dos o tres, que resultaron ser menos infranqueables que yo—.
Por el agua que no bebí a fin de que fluyera serena hacia otra sed, más justa y franca.
Por la solemnidad inconfesable y que ponía mi carácter en un mejor nivel.
Yo también creí que la rebelión constituía un acto de entrega, de amor.
Yo también fui un ochentero contumaz y no sólo yo sino millones apostamos a creer, es decir, al amor.
A un paisaje que no tiene que ver con ningún país, a una guerra sin perdedores, al más bello sobresalto, he rendido mis tributos.
¡Mis tributos! Así es como hoy lucen, así huelen: nefandos.
El amor me debe a mí —como a millones— su dignidad a contracorriente, su desfachatez… y su errática existencia.
*
CARTA DE CONSTANTINO KAVAFIS
A UN MUCHACHO DE LOS EXTRAMUROS
Días de 1900
Es medianoche y veo luz en El Yugo Bar
a cuya última mesa me dirijo afanoso pues te oí
tarareando una antiquísima cancioncilla griega
y pensé: “¿Cómo la conoce este muchacho
que no debe tener más de veinticuatro años?”
Luego reparo con inmenso pesar en tu copa vacía
pues una copa vacía —has de saberlo—
provoca más sed que una copa llena.
“Cuántos trabajos costó ser indulgente”
me gustaría decirte, y agregar
muy cerca de tu oído: “No hay
más ciudad que una emoción a la que siempre retornamos
ni más indisciplina que la rebelión de los cuerpos”.
Y si las exaltaciones se palparan
como se palpa la deuda que te adquirimos con el fervor
yo te daría mi regocijo en prenda: estoy
tan salpicado de la erudición de mis inquisidores
ahora que te ofrezco esta inquietud desbordante
y esta botella contenedora de lo incontenible
si bien me apena tu pantalón deteriorado de noctámbulo sin oficio
—que permite no obstante adivinar de mejor modo
la exquisitez de tus miembros
y el esplendor de tus rutinas disipadas—.
Ya comprenderé que no sólo muertos he perdido
y que mis traidores van de aquí para allá
enarbolando sus amonestaciones y sus cánticos.
¡Y quién dijera que son los bastardos de Teócrito!
¡Los burladores de Sócrates el desenmascarador!
¡Los exiliados de Ítaca la inconclusa!
¡Y quién dijera cuánto queda por traicionar!
¡Oh sensual alejandrino! No sólo vi luz en El Yugo Bar
sino también tu lozanía y tu abandono y me acerqué a tu mesa
a implorarte que nunca dejes de cantar las viejas canciones
de la Patria Real, trocándolas por un misterio que exceda los sentidos
y las malas costumbres y las burlas consensuadas.
Otros dirán: “¡Bienvenida, desgracia!”. Yo digo: “¡No importa!”
¡Ya continuarán los eruditos
pregonando sus estúpidos sermones!
*
CARTA DEL HIJO DEL GUAIQUILLO
A DON JORGE MANRIQUE
¡Ah don Jorge!
No todos los ríos
van a dar a la mar
que es el morir.
Mi río, por ejemplo,
va a dar a la mar
que es el vivir.