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Aníbal Ricci Anduaga | Autores |










ESTRELLA DISTANTE

Por Aníbal Ricci


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Frío infernal. La mente congelada, falta de luz. Ruidos de la calle suben cinco pisos de terror. Menos siete grados es una exageración. Las ideas comienzan a aflorar tras la resaca. Dos semanas de apagón mental, reuniones abortadas por diversas circunstancias. Requiero que mis preguntas sean respondidas por otros. Escuchar mi voz detrás de unas botellas vacías. Se supone que el dolor de cabeza viene después, en mi caso alguien no identificado esperando afuera del edificio. Tengo una entrevista la otra semana, lo que supone un gran problema. Odio que me saquen fotografías, menos que graben mis palabras. Días de poco espacio en mi cerebro. El cráneo es un límite imposible. Los golpes del pasado, los excesos que impiden levantarse. El vino en mis venas afecta el intelecto. Pero vaciarlo es algo necesario. Deshacerme de este ego de creer que es importante lo que escribo. El dolor de cabeza invernal de cada año. Ganas de no escribir una línea ni siquiera aspirarlas. Consciencia de que destruyo neuronas, pero eso calma, te vuelve más estúpido. La resaca de varios días terminó con lo esencial. Borrar el camino trazado porque nada importa si no puedes controlar el destino. Sería necesario juntarse con otras personas, pero la vida impone lo contrario. Hace frío, la cordillera está nevada. El resfrío es una excusa para no coincidir, dejarme apartado con mi tortura. Los ruidos de las alarmas, esas de movimiento que inmovilizan grados bajo cero. Emborracharse es la única salida para dejar de escuchar voces. El cerebro se comprime y una erección no solucionará los problemas. Pornografía sin sentido, el envase ha cambiado tantas veces. Muchas personalidades para una misma entidad. Converso unas palabras de Leonor en Brisbane. Ella comiéndose el mundo y yo necesito refugiarme. Me duele la cabeza y tras varios días el alcohol borró el pasado, las malas decisiones, resetea al punto de no tener origen. Debo destruir al incombustible ego. Ningún recuerdo vale la pena, ninguna emoción, voy a eliminar los contactos del wasap, ya me deshice del cuerpo, arrojé el celular contra la pared y se destruyó el transmisor. No puedo traspasar los huesos del cráneo. Esa idea de que la vida importa y somos un universo, esa idea hace daño porque supone decisiones lógicas. El pulmón no filtra el aire limpio. Llevo años haciendo añicos las fosas nasales, el hígado no purifica sangre y los riñones no expulsan los desechos. Estoy destruyendo la carcasa y los amigos se dan cuenta. No quieren juntarse, quizás el mensaje es aburrido. Deseo escuchar porque agota comunicarse tras las páginas. Cada palabra aporta estructura a un ego que presiona por explotar. Demasiada energía, la imagen pública hay que destruirla. Escribir sobre una imagen es un ejercicio inútil, el viaje del que lee muchos libros y cree comprender al mundo. Quiero juntarme con un amigo porque estoy solo. No deseo escuchar el eco de las palabras, sino beber un whisky, la adicción de oír a un amigo en vez de acudir solo a la cita. Tomar un colectivo y bajarse en la rotonda de la población Santa Julia. Drogarse es una salida, claro que prefiero escuchar a Luz e Igor, discutir de cosas que parecen relevantes, enojarse de mentira, el deseo de saber que lo que importa son solo momentos. Escuchar otra voz, requiero unos pesos y que me regalen su tiempo. Los años transcurridos son instantes del pasado, una escalera de recuerdos. Yo los destierro tras cada borrachera. Toco el timbre y me invitan un café. Descubro que esta persona me agrada, hace bien descubrir la amistad por primera vez. Los recuerdos, algunos bonitos, tantos desagradables, abajo habrá un hombre esperándome escondido. Apenas doblo en la esquina el miedo me asalta y este sujeto quiere extorsionarme. Prefiero borrar los recuerdos, es un botín que prefiero dejar atrás. Desconfío de esa alarma obsoleta. La tecnología cambia, perseguir a alguien es cada vez menos difícil. Las voces se cuelan por los parlantes, celulares, las peligrosas siempre provienen del cerebro. Uno mismo acosándose tras cada esquina, exigiendo que escribas una palabra, luego otra, que no termines nunca y el dolor de cabeza se haga insoportable. En esta sociedad capitalista competimos por una oficina más linda, un espacio de poder, no para perseguir el bien común, simplemente un mandato para que otros obedezcan. Cada libro que escribo compite con el anterior, al parecer esto del mercado es cosa seria. Soy un esclavo de mí mismo, el ordenador me conmina a expresarme. El cerebro quiere rebelarse, pero la decisión siempre es mía. Puedo pulverizar neuronas, beber hasta matarme, la mente provoca las olas, mejor estar ebrio y despertar en un mar calmo. Luces serpenteantes, rojas, azules, el techo es brillante y una mascarilla cubre mi rostro. Respiro con dificultad, el aire tiene otro sabor. Recuerdo estar buceando en la bahía de Acapulco, le hago una señal afirmativa al instructor. Desciendo unos metros y me desplazo entre los restos. Mástil abatido y una pequeña cabina. Ingreso en este organismo alojado al fondo del mar. El agua es cristalina, pero veo el barco como un esqueleto abandonado. El tanque de oxígeno está fuera de mi alcance. Siento miedo a pesar de que el paramédico parece saber lo que hace. Presiona mi pecho como si no estuviera despierto. Al interior de la cabina está oscuro, el agua menos cálida, un frío inconfortable. Observo esta escena como si no estuviera involucrado. Siento el peso de los párpados que amenazan con cerrarse. Convulsiono y la carcasa no cumple su función. El aire enrarecido penetra con dificultad mis pulmones. Llaman por celular, pero no puedo contestar. Me inyectan un líquido y la convulsión se transforma en placer. Por el ojo de buey veo una luz. El instructor está preocupado, la heroína penetra en mi sangre. Mis músculos se relajan y unos senos enormes no dejan respirar. Estoy muriendo de dolor, la cabeza va a estallar, estertores que reaparecen, involuntarios y placenteros. El enfermero no sabe qué hacer y bajan la camilla del vehículo. Los recuerdos de tu vida son una miserable mentira. Dolor punzante, placer, unas tetas preciosas. Estoy tirado en la cama y apenas puedo moverme. La chica hurga mi billetera y pregunta la clave para conseguir más droga. El placer es infinito y sigo masturbándome. El dolor va cediendo, poco a poco el cerebro está disparando endorfinas, serotonina, dopamina, todas las drogas juntas y ningún recuerdo. Los años de escuela, mi primer beso, nunca estuve enamorado. Esos instantes se reducen a un último vistazo de su cuerpo. Dejo de enfocar y escucho el porno apagándose. La camilla atravesando puertas. Solo persiste una estrella distante y un recuerdo de algo parecido al placer.


 



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