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Aníbal Ricci Anduaga | Autores |










SANTO REMEDIO

Por Aníbal Ricci



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Estoy afuera del Nano’s. Día frío, perfecto para un café, libre de los niños hasta las seis. Jornada Escolar Completa. A esta hora son pocos los clientes. Visto de negro, fumo un cigarrillo tras otro. No soy vieja, pero mi rostro acusa el vicio. Observo a un joven atractivo, mucho menor que yo, sé que todavía me la puedo, aunque el matrimonio me destruyó, la sola idea de ir a un pub y dejarme seducir, me agobia. Vivo de la generosa pensión de mi exmarido que permite dedicarme cien por ciento a los hijos. Un poco alcohólica, habitual del Bar-budo, bebo gin para relajarme.

En las mañanas fumo diez cigarros y a las cuatro estoy media borracha. Vengo en Uber para no tener problemas. Almuerzo siempre afuera, odio cocinar. Ya no echo de menos el sexo, de hecho, mi ex salía con una de sus practicantes. Ella estaba a su cargo, de foguearla para asumir mayores responsabilidades. El maldito se lo tomó a pecho y continuó su enseñanza fuera de horario.

También me gustan los happy hours, aunque mis amigas no me apañan, supongo que les doy lástima, siempre termino algo mareada. Dejo a mis hijos con una niñera que los acuesta temprano. Hoy a la noche iré al Santo Remedio, antes de que cierre sus puertas. Nunca bailo, les digo no a los curiosos. Bebo junto a la barra y veo todas esas caras felices.

No soy fea, pero sí antipática. Hoy invité a una amiga, el plan será matar unos espumantes. No me da hambre y respondo sus preguntas en forma lacónica. Me veo como esas de treinta y tantos. Alfredo me dejó por una mucho más joven, juraba que la pasábamos bien yendo a la ópera y a restoranes exclusivos. Me encargaba de los niños. Él percibía altos ingresos, esa ventaja comparativa nos hizo llegar a un acuerdo.

Yo era una subgerente destacada en el Banco de Chile, era de las pocas en el área de grandes empresas. Lo pasaba bien en los almuerzos y jamás dejé que se insinuaran, la muy tonta siempre vestía elegante. En casa usaba pantalones, pero el ambiente del banco estaba plagado de misóginos. Me convertí en la mano derecha del gerente zonal y de verdad hacía buenos negocios para la institución.

Con Alfredo negocié una lucrativa pensión. Sabe que por él y los niños postergué mi futuro profesional. Quiero que crezcan rápido y salgan de la universidad. No me queda mucho amor para dar. Todavía mantengo buenos contactos. Vamos en la segunda botella, Andrea parece una señora, pero su cara irradia felicidad.

–Eres mi única amiga que todavía está casada.
–Tenemos problemas igual que todos, a las doce nos vamos.
–Queda la segunda de espumante.
–Prefiero no seguir tomando.
–Las chicas ya no me aguantan, dicen que tengo que dar vuelta la página.
–Mañana dejo a los niños en el colegio.
–Yo igual, pero me basta con dormir tres horas.
–Maricarmen, te puedo presentar a un amigo de mi esposo.
–¿Otro abogado? Ya tuve suficiente.
–Tienes que volver a ser tu misma.
–Mira cómo bailan y se divierten.

El Uber me dejó en la puerta del edificio. Despido a la niñera mientras mis hijos duermen. Abro el refrigerador y saco una botella de vino blanco. Una copa de esas largas y enormes para secar lágrimas. Pongo una película de Netflix. Violet y Finch, de amor interracial, no es la típica y tonta de adolescentes. Aborda el tema del suicidio y sus diálogos y citas literarias no son ingenuos. Estoy súper borracha y emocionada con la actuación de Elle Fanning, no soy rubia como ella, pero tengo un cuerpo nada despreciable. Hace mucho tiempo que no me sentía sensual. El cuarto de los niños está cerrado y apago la luz. La noche brilla y no he cerrado las cortinas. Dejo caer la ropa y brindo en ropa interior. Mi lencería es fina, me acaricia, bebo más vino y las imágenes develan mis deseos. Hace un mes que bebo como condenada. Me alimento de puras ensaladas, de verdad mi cuerpo parece de gimnasio. No son deseos sexuales, sino otros más oscuros, pero esta noche parece ser más sensual.

–¿Óscar?
–Andrea me hablaba siempre de ti.
–Maricarmen me dicen mis amigas.

Fue una noche de copas y él me invitó a su casa. Algo alocado, tuvimos sexo en la alfombra. Mi cuerpo entregado a lo usual. No estoy para orgasmos, prefiero que sigamos bebiendo hasta el amanecer. Los niños desaparecieron del menú, Alfredo ha estado alterado e histérico, hace semanas que dejo a los niños con los abuelos.

–Eres apasionada.
–¿De qué hablas?
–Tuvimos sexo en el baño de hombres.
–Debo haber estado muy borracha.
–Tomaste la iniciativa.
–¿Dónde fuimos?
–Al Subterráneo.

Pedí un Uber y llegué de madrugada. Hacía frío, me dolían los pezones. Saqué la botella de vino del refrigerador y bebí hasta desmayarme.

Despierto desnuda. Tuve sexo porque estaba jodida, sin consciencia. No recuerdo los detalles. ¿Entré al baño de hombres? Recuerdo haber seguido a Verónica, ha pasado casi un mes. Ella bajó del departamento de Alfredo, a comprar supongo, era de noche.

Tuve el mejor orgasmo cuando aceleré a fondo y su cuerpo se elevó por los aires. Iba con las luces apagadas y escapé rumbo a casa. La niñera se despidió y cerré la puerta de mi cuarto.


 



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