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Aníbal Ricci Anduaga | Autores |











DÍA 87

Aníbal Ricci Anduaga


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Recuerdo a Kim Basinger cuando protagonizó «Nueve semanas y media». Era joven, pero no tanto a sus 33 años, cuando paseaba distraída por un mercado. La anécdota es banal y bastante estúpida. Trabajaba en una galería de arte, pero algo faltaba en su vida y era un hombre. Desplaza un hielo sobre su abdomen y la gota de agua cae en su ombligo. Ella se inunda de placer, cuando en realidad es el objeto de deseo. Moja el borde de sus bragas y la película se funde en otra escena. El director está dosificando, más bien cosificando a la mujer. La chica bailaba sobre la cama apoyada en la pared y jugaba con su calzón color fucsia. Obvio que la deseo, pero estoy seguro que danzaba para ella misma, dueña de una feminidad quizás aprendida de otra película. Ese despojar también operaba sobre mi cerebro. Imagen repetida a través de los siglos, pero que sin duda cumplía su cometido. Hasta donde es una fantasía o quizás un obsequio de algo oculto. El dímer logró esa penumbra seductora. Bebíamos pisco sour y el agua recorría el cuerpo de Kim Basinger. La chica giraba y se despojaba de la prenda. Su trasero era una invitación prohibida, ese espacio en que la mujer se adueña de la mente de un hombre. Es un juego compartido de imágenes caleidoscópicas. Llevaba más de un año sin tener sexo y la pequeña muerte dolía, tardaba en llegar y mis ojos se enfocaron en una máscara tribal. Cada vez que observara ese tipo de adorno viajaría al pasado. En el restorán pediría ese mismo pisco sour y observaría esos labios. Lo que se anida en mi pensamiento es la historia que me contó esa vez. La del relojero muerto por equivocarse con el numero IV. Esa noche me enseñó su ropa interior a bordo del automóvil. La conocí mientras estudiaba en la universidad y no saldríamos más de cuatro veces. En el café del biógrafo le dije que encontraba poético que Mathilde acabara con su existencia justo en el momento de mayor felicidad. «El marido de la peluquera» fue la película escogida. Me respondió que nadie, estando enamorado, somete a su pareja a vagar por una vida de recuerdos. Le di un beso para calmarla y reconocer su punto de vista. Antonia era muy intensa, la miré a los ojos y recordé la historia de la otra noche. Un rey de la época medieval había mandado hacer un reloj a un relojero suizo. Este último se había equivocado y en vez de poner IV, había dispuesto IIII en su lugar. El rey se había molestado tanto con el error, que le mandó cortar la cabeza. Su voz era exquisita y el calzón blanco ocultaba sus secretos. La historia era emotiva como tantas otras que brotaban de la boca de Antonia, pero había que leerle los labios para no perderse en la vertiginosidad del relato. Los otros relojeros, horrorizados ante tal injusticia, comenzaron a fabricar todos los relojes con cuatro palitos a partir de ese día.


 



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