“El amor potencia el valor del tiempo juntos.”
-Aníbal Ricci-
En este libro de características inusuales, se podría argumentar inicialmente, que la
denominación del título parte de una premisa definitoria, si se considera que “el
delirio es un estado mental de confusión aguda y repentina, esto es, una creencia
falsa e inamovible”.
Sin embargo, el poemario dista de dicho alcance, o al menos, lo morigera
reiteradamente y, a medida que el lector avanza por sus páginas llenas de agudos
contenidos y disquisiciones sicológicas, existenciales, filosóficas, de ambigüedades
místicas o esotéricas, y sobre todo, amatorias, descubre que subyace en su
propuesta una trama narrativa muy bien urdida y que el lenguaje entre ambos
protagonistas -el poeta o su alter ego y la mujer que, no lo secunda, sino que es
parte de la poética y otorga su propia respuesta sobre su femineidad- se va
transformando, paulatinamente, en una secuencia dual y única al mismo tiempo.

Aníbal Ricci
La forma expresiva toma luego o, mejor dicho, parte del comienzo, con un diálogo
pleno de inquietudes personales, de un trasvasije de conceptos, interrogantes e
insinuaciones emotivas, pero a la vez de propuestas, de un sentido del amor
profundo, confuso a veces, inquietante en otras ocasiones y que van revelando un
devenir sostenido de encuentros sensibles, de una manifestación mutua y exigente,
de un querer encontrarse como partes indisolubles de una relación que exceda la
mera transitoriedad.
De este modo el diálogo que, circunstancialmente también se transforma en un
monólogo, independiente de quien lo asuma o, precisamente, por la necesidad que
el texto esgrime sobre el particular, se va tornando -dicho diálogo- en una
conversación dinámica, en un descubrimiento “del otro” que, no obstante, las
individualidades y el subjetivismo inherente a las personalidades, convierten el
intercambio expresivo en una búsqueda común, en una identidad tan rica y llena de
matices cotidianos, tan convergentes en las emociones transmitidas, que en
definitiva, derivan en una identificación cómplice con el lector.
Más aún, si en la interrelación se tocan aspectos de convivencia doméstica, de
incorporar en la información las propias biografías, sus devaneos, sus confusiones,
sus desequilibrios, sus anhelos de libertad, la procedencia forzosa de los espacios
que habitan para ir estableciendo conclusiones siempre en procesos embrionarios,
que buscan casi con desesperación, poder asentarse en la premisa esencial del amor
que los reúne.
En esa perspectiva, en la introducción, el poeta narrador ya establece algunas
condicionantes o postulados como una hipotética hoja de ruta que irán delineado la
lectura:
…”
"Amo tanto lo bueno como tus indecisiones. Y te seré leal. Aprenderé a ser leal
conmigo mismo y te sorprenderé…mi amor no tiene límites.” O bien, “Puedo
acariciarte a través de las palabras. Yo quiero que esta emoción sea eterna.” (pág. 11)
El encuentro entre los protagonistas surge a propósito de una cita virtual y, a
contar de allí, las incógnitas se van encadenando como eslabones de un
requerimiento ineludible de dos soledades que devendrán en una sola: “¿Será tan
difícil conocernos?” (pág. 17).
Y la pregunta quedará en suspenso, porque después de todo, el viaje, siendo
común, irá develando las contradicciones personales, y en ese contraste, en esas
divergencias explícitas y a menudo, implícitas, se irá construyendo un universo
parcelado, a pesar del esfuerzo que cada actor pondrá sobre la balanza de una
relación que se yergue sobre bases ignoradas: “Va a ser raro conocerte.” (pág. 19).
En el espacio-tiempo que ambos diseñan hay un fuerte componente de adicciones
que, sin que sean el leit motiv de la nueva relación, sí configuran un territorio
sicológico y hasta físico, que deviene en diálogos sostenidos y que, verbigracia, el
poeta se esmera en revelar como parte de su ser disociativo y que no pretende, en
modo alguno, ocultar.
En esa sinceridad y desnudo permanente su interlocutora no cuestiona, no crítica,
no denigra, sino que acompaña, espera, deduce, y está a la expectativa, pero de una
expectativa que busca unir antes que alejar, al menos en la franqueza de su
intencionalidad. Por ello la condición de escritor, por un lado, y la de mujer
separada por otro, conforman esos vastos y paradójicamente, limitados sitios que
los congrega. Vastos y limitados por ser fragmentos dispersos sobre un anhelo: la
esperanza de un amor eterno sobre una humanidad frágil, como suelen ser en el
recuento la mayoría de las humanidades.
Y, aun así, lo que sostiene la relación será, con una insistencia casi enfermiza pero
desprovista de falsos contenidos, la permanente necesidad de mantener viva la
esperanza. Después de todo, el amor sustrae, a la vez que condiciona la eliminación
de la egolatría. Allí, en la convergencia, el ego parcialmente se diluye, así mantenga
su obstinación por no sucumbir.
En esa aparente y contradictoria forma de relacionarse el mundo decae en la
inconsistencia, en la relatividad, en lo efímero y circunstancial. Pero, en este “amor
delirante”, las coordenadas varían, son brutalmente honestas y por serlo,
complejizan las empatías y las retrotraen, a la vez que las proyectan en pasado,
presente y futuro.
Claro, las ambivalencias son caldo de cultivo para “el descubrimiento”, pero esa
honestidad con que se expresan constituye un vaciamiento de la interioridad.
Quizás, por ello mismo, el esfuerzo dubitativo por no sucumbir cruce siempre la
mayoría de los diálogos parcelados:
“¿En qué planeta crees que no quiero estar contigo?” (pág. 36) “¿A qué estamos
dispuestos realmente?” (pág. 37)
“Quiero que seas honesto contigo. Estoy cerca de ti todo el tiempo. Es difícil
escucharse uno mismo” (pág. 39). “El amado no te consume el tiempo, lo
expande.” (pág. 49).
En la proyección mutua está, obviamente, la duda, los instantes de infinito
contrapuestos a los de una ira contenida.
“/ ¿Te he dejado muy solo? /Estás a mi lado todo el tiempo.” / pág. 67). Y su
contrapartida: “Ya entendí…debes estar en los brazos de tu amor. Entendí todo,
es terriblemente doloroso.” No sé qué quieres de mí. ¿Cómo me pude confundir
tanto? ¿Culpa? ¿Tortura…? ¿Por qué me sigues hablando? No eres honesto
contigo, por eso no puedes serlo conmigo. (pág. 85)
Más allá de las dudas y reclamaciones supuestas, lo que en el quiebre afectivo
puede significar, este libro paradigmático -si el término cabe- conforma una unidad
de ese incesante tránsito tras la consumación de una ternura dolida, con resquicios
de felicidad, de sueños que nacen y se desvanecen, de esquirlas luminosas que
terminan difuminadas entre el clímax fulgurante y la decadencia inevitable de su
extinción.
Así y todo, la vigencia de lo expectante deja en su lectura el sello inconmovible del
intento, de la angustiosa necesidad de superar la soledad individual, un canto, una
alegoría que clama en el silencio del sufrido ostracismo:
“/No tengo miedo a sufrir, soy cada vez más amigo de la muerte, en eso no me
entiendes tanto. / “Amo hablar contigo, llevaba tantos años hablando solo, nadie
me veía…no quiero lástima.” /
Y la frase conclusiva, quizás, -y sólo es otra probabilidad-, de un final abierto o
cerrado: “Just didn’t drink enough to say you love me”, o algo así como,
“simplemente no bebí lo suficiente para decir que te amo.”
Un texto, novedoso, diferente en su estructura a la multifacética y ya reconocida
obra de un escritor cada vez más imprescindible en nuestra literatura.