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Aníbal Ricci Anduaga | Autores |










DÍA 95

Por Aníbal Ricci Anduaga


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Hay suspenso, es cierto, pero el recurso narrativo corresponde a un artificio de doble intriga. El guion sincroniza los eventos a la perfección y habrá que estar atentos para ordenar las piezas. Esculpido en piedra al servicio de una cámara que propone encuadres, colores y texturas de admirable precisión. La puesta en escena es minimalista: una habitación, un hombre y primeros planos de su rostro. Hay un asunto sin resolver que desconocemos. No es una intriga cualquiera que sólo afecta al espectador. La acción transcurre en una carretera lejana que nunca se muestra, únicamente vemos la oficina de emergencias. Los gestos faciales del policía reflejarán su estado emocional, desde cierto relajo al principio hasta derivar en un comportamiento inquietante. Hemos accedido a otra intriga, esta vez la del personaje. Una mujer se oye desesperada a través del auricular, a duras penas entabla una conversación ficticia. Algo oculta el policía, se cambia a un cuarto privado, una segunda locación. Es el primer indicio de culpa. Esta segunda sala es más oscura, en la primera estaba rodeado de colegas, siempre desenfocados, el secreto que comparte con otro compañero de patrulla lo mantiene aislado en medio de la central. El trabajo lo hace el espectador. Debe imaginar los motivos para mentir e imaginar la huida por carretera al otro lado de la línea. Suponemos que las elucubraciones son ciertas, pero de todos modos nuestra imaginación dibuja la escenografía del fuera de campo. Se interrumpe la llamada. Los silencios van desnudando sentimientos que corroen al protagonista. Baja las persianas y no sólo enfrenta la culpa de haber asesinado a un sospechoso, sino que se encuentra aislado de su entorno. La mujer está encerrada en el maletero del auto, es un clásico secuestro y le da instrucciones para defenderse. Silencio largo al teléfono, en vez de calmarlo detonará una bomba de tiempo, también silenciosa, pero más devastadora. La consciencia le recuerda que no puede convivir con sus actos. Pierde el control de sus emociones y explota destruyendo una lámpara. Estaba en su poder quitarle la vida a otro hombre y no dudó en actuar. La culpa se acrecienta y destroza el mobiliario intentando desahogarse. Todo ocurre en los alrededores del hospital psiquiátrico que sitúa el drama en otro lugar. La luz del cuarto reanuda la comunicación. La pantalla reflejando tonalidades rojas de peligro inminente. La mujer no era la víctima del secuestro; el verdadero secuestrado es el protagonista en medio de ese cuarto maldito. El celular personal suena cada vez más fuerte dentro de la sala de cine. Perturba el silencio y la oscuridad, pero la culpa ya no es capaz de permanecer en las sombras. La culpa se enquista en el inconsciente profundo, oculta en los recovecos silenciosos del alma. Intentamos evadirla, pero invariablemente aflora cuando la realidad nos envía señales. La culpa empieza donde el libre albedrío pierde fuerza, donde el acto cometido deja de ser tolerado por el inconsciente. Los delirios de persecución otorgan materialidad a nuestros miedos. Necesitamos de alguien que nos perdone. No se trata de un thriller. Había un asesino y un culpable pidiendo perdón a una mujer secuestrada por ideas perturbadoras. La culpa es un mecanismo de autocastigo que de mantenerse en el tiempo se transforma en pensamientos delirantes.



 



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