Ha salido de su casa rumbo a la farmacia. Agobiado por las deudas, sus ingresos constituyen el sostén de la familia. Su mujer le fue arrebatada por un cáncer fulminante. En el camino se detiene en un café para leer el periódico. Las noticias hablan de corrupción, de convenios truchos y licencias falsas. Desde Aylwin siempre ha votado por los candidatos de izquierda. Concertacionista declarado, ferviente partidario de Ricardo Lagos. El dedo acusador que enfrentó al dictador, esta transición democrática con sus luces y sus sombras. Bachelet giró más a la izquierda y también votó por el diputado Boric. Por ningún motivo por el fascista de Kast. No tenía experiencia, salvo el polvo levantado desde la federación de estudiantes. La oposición a todo lo construido por la Concertación terminó en un completo fracaso. Mirando hacia atrás, el país se ha vuelto un lugar más peligroso, las instituciones se envilecieron a partir del estallido social. La violencia como bandera de lucha hizo creer en un despertar y el fin de los abusos de la clase política. Instrumentalizar el descontento trajo consigo la soberbia de un grupo de jóvenes que fagocitaron el Estado y lucraron con los salarios públicos con el fin de eternizarse en el poder.
–Señorita, me da una caja de omeprazol –Raúl es un señor amable.
–Lo tenemos en gotas.
–Prefiero cápsulas.
–¿Cómo está su hija? –la farmacéutica siempre lo atiende.
–No he hablado con ella.
–¿20 milígramos?
–Perfecto.
–¿Alguna otra cosa?
–Eso es todo.
–¿Tarjeta?
–Efectivo.
–Le entrego altiro su boleta.
Otro día almuerza en un restorán peruano. Una mixtura entre chifa y comida típica del Perú. Ensalada abundante y un plato de chancho con tamarindo, preparación de carne de cerdo acompañada de un salteado de verduras. Dejó el celular en casa y se aventura con un Cabernet Sauvignon. Conversa con el mozo mientras se preocupa de que no falte vino en su copa. Jubiló hace dos años y su vida transcurre entre visitas donde la hija y sus paseos por el centro de Santiago.
–Se me terminó el omeprazol –Raúl envalentonado por el vino.
–Voy a buscarle una caja.
–Ayer almorcé con mi nieto.
–¿Cuántos años tiene?
–Catorce.
–Nunca lo he visto con él.
–La casa de mi hija queda lejos.
–Por eso siempre anda solo –la farmacéutica es una muchacha joven.
–¿Usted tiene hijos? –Raúl intuye que no.
–No salgo mucho –los dependientes observan atentos.
–¿Qué vitamina C me recomiendas?
–Esta marca está en oferta.
–Voy a probarla, dicen que es buena para fijar el fierro.
–¿Una o dos cajas? –a ella le extraña el interés repentino.
–Mejor llevo dos.
–La segunda tiene descuento.
–Qué amable eres, Jenny –lee su nombre impreso.
–¿Qué más necesita?
–Eso por el momento –dice seductor y Jenny se ruboriza.
–¿Efectivo?
Rumbo a casa, contento por la compra y sobre todo por la conversación. Raúl la dobla en edad, pero la timidez de la muchacha lo ha cautivado. Tendrá que inventar otros medicamentos para acudir más seguido.
–Jenny. ¿Tendrás sulfato ferroso? –una buena excusa.
–Maltofer viene en comprimidos masticables.
–¿Es una marca del medicamento?
–No… Pero es ideal para la deficiencia de hierro.
–Es por precaución, tengo baja la hemoglobina –Raúl no está seguro de esta mentira.
–Cae mejor al estómago.
Raúl se da cuenta de que Jenny está sola tras el mostrador. Probablemente los otros dependientes salieron a colación.
–¿Jenny? –ella lo observa a los ojos–. En estos momentos no me acuerdo de la vitamina, creo que era D, pero no me atrevo a comprarla.
–¿Te dieron una receta? –ahora lo tutea.
–La dejé en casa –Raúl sigue estirando la cuerda–. ¿Me darías tu celular para llamarte al llegar a casa?
–Por supuesto –Jenny sonríe–. ¿Me da su nombre para ingresarlo a contactos?
–Raúl
–Me llama y le digo si está en stock –ahora sabe su nombre.
Fueron numerosas compras. Caramelos de propóleo para aliviar el dolor de garganta y otro día se enteró que la neurobionta era inyectable, cualquier pretexto con tal de conversar con ella. La rutina era beber una copa de vino antes de aparecer por la farmacia, le daba vergüenza ser tan obvio. Jenny era baja de estatura y seguramente vivía muy lejos. Lo imaginaba, pero eso no impedía verla. No se atrevía a invitarla a un café, eso sería lo primero, la diferencia de edad. Sabía que el arma funcionaría una sola vez, la llamaría por teléfono y le propondría juntarse. Un solo “no” sería el fin de sus esperanzas. Raúl no solía beber con su esposa, ahora viudo decidió un día pedir una carta de vinos.
–Hola Jenny, habla Raúl.
–Tenía grabado su nombre.
–Tutéame, por favor.
–Hace días que no aparece.
–Me daba vergüenza delante del resto –cambia el tono de su voz.
–Pero todos lo conocen.
–No me trates de usted, parezco un viejo.
–Me alegra el día cuando me visita.
–Yo sé que es un poco atrevido –titubea– ¿Te gustaría tomar un café conmigo?
–Salgo muy tarde –se apresura– A esa hora ya están cerrados.
–¿Te gustaría acompañarme?
–Yo encantada –fue una buena señal.
–Pedimos una tabla de fiambres con un buen vino. ¿Te gusta el vino?
Salieron varias veces, al cine un domingo. Jenifer era su nombre verdadero. Tras su aparente timidez, luego de un brindis, se mostró relajada. Nunca hablaba mucho de ella y Raúl le explicaba que había enviudado hace unos años. Ella arrendaba un departamento en Estación Central, cerca de la estación Padre Hurtado. Un día quiso invitarla a su casa, le preparó una lasaña y bebieron hasta el amanecer.
–Quiero confesarte algo –le dijo en el restorán Normandie.
–Te pusiste seria, Jenifer.
–No confío en nadie.
–¿Soy muy viejo para ti?
–No tengo familia –dijo muy triste–. Me crie en el Sename.
–Pensé que eras de provincia.
–Nací en Santiago, pero nunca conocí a mis padres.
–Quizás por eso eres tan reservada.
–¿No te importa?
–Gracias al vino… no me hubiera atrevido a invitarte.
–Me encantó tu paciencia, le tengo miedo a los hombres.
–Eres una mujer encantadora.
–Me violaron muchas veces y tras un aborto clandestino no puedo tener hijos.
–Jenifer –la abraza fuerte– lo siento de verdad.
–No podré darte hijos.
Raúl también tenía secretos. Nunca hablaba de su hija, ni de todos los gastos de ella y su nieto. Dependían cien por ciento, pero eso era un asunto para resolver en el futuro. Jenifer buscaba alguien que la protegiera, algo de Raúl la tranquiliza. Asoman lágrimas y él no sabe cómo consolarla. Quería contarle la verdad, que tomaba viagra para responder bien en el sexo. No sabe qué decirle y tras un largo silencio restaura su humanidad.
–Lo pasamos bien juntos –la mira directo a los ojos.
–Me devolviste la fe.
–No pensaba conocer a otra mujer.
–Me gusta verte llegar en las tardes.
–Las deudas de mi hija eran mi único horizonte.
–Pero tienes tu casa.
–Ha sido lindo conocerte –lo demás no importa.
Jenifer está cansada, son demasiadas emociones. Raúl hace parar un taxi y la acompaña hasta su departamento. Mañana parte temprano en la farmacia. Se devuelve a pie e ingresa en la estación del metro. Es domingo y el vagón no lleva pasajeros. Se despidió con un abrazo. Amaba a su esposa, pero siente ternura por Jenifer. Vuelve a su mente la dosis de 100 milígramos de viagra, es una estupidez, más que un asunto de potencia sexual, quiere a esta mujer, desea que la edad no sea impedimento. Se enreda con el eufemismo del antiguo Sename. En la prensa publicaron una estadística terrible. Más del cincuenta por ciento de las mujeres de “Mejor Niñez” fueron abusadas en los últimos cinco años. Demoledor dentro de un gobierno feminista donde el encargado de la seguridad cometió abuso sexual contra una subalterna y el propio mandatario trató de bajarle el perfil. El tipo está procesado, pero con la historia de Jenifer ahora le hierve la sangre.
Desciende en la estación Manuel Montt y camina por Providencia hasta el Normandie. Un Cabernet Sauvignon le pide al mozo. Le sirven la copa y revisa el celular. Envía un wasap preocupado. “Vamos a estar bien”, mensaje conciso que recibe un corazón de respuesta.
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Por Aníbal Ricci