Estoy viendo «Gigante» y disfrutando de la actuación de Elizabeth Taylor. Si bien los que mueven los hilos en ese lejano Texas son Rock Hudson y James Dean, con visiones romántica uno y ambiciosa el otro, ambos son sujetos de poca cultura y no ven con buenos ojos a los jóvenes que desean ir a la universidad. Les interesa el dinero y lograr cierta respetabilidad frente a la sociedad. El primero se ha codeado con el dinero toda su vida y el segundo es un advenedizo. Ambos son hombres prejuiciosos y la muerte los ha de alcanzar. Elizabeth Taylor es la mujer corajuda dispuesta a cambiar las cosas y hacer de puente entre las dos generaciones. Representa la esperanza en un mundo mejor para sus nietos. Tan buena interpretación recae en esta actriz de carácter que recordaremos a futuro por esos intercambios de palabras afiladas en «¿Quién teme a Virginia Woolf?» lanzados al público diez años más tarde. Una pieza casi teatral llena de ironías, desaires, agresiones verbales y amenazas que para muchos es su mejor rol. Como escritor me detengo a mitad de camino, específicamente en 1958, en esa obra exquisita del gran dramaturgo Tennessee Williams, me refiero a «La gata sobre el tejado de zinc», llevada al cine con un guion magnífico, lleno de alegorías sobre la condición humana. Prefiero esta interpretación de la actriz, aunque en cierto modo es una segunda variante de la esposa personificada en «Gigante». Me llega de cerca su mensaje y cierto orden matriarcal que me hace mucho sentido. Una de mis películas favoritas, no sólo del cine clásico, sino de todos los tiempos. Somos testigos de una historia profunda del sur estadounidense, sin época, debido a la universalidad del argumento. Los escenarios son claramente distinguibles. El jardín representa a la naturaleza y, en medio de ella, los integrantes de la familia hablan, gritan y su discurso carece de sentido y permanencia. En contraposición, al interior de la mansión conviven los diferentes estados de la precariedad humana. El segundo piso es apto para la hipocresía y las frases entre líneas y, al descender al primer piso, aparecen la ambición, la envidia y la codicia, siendo este estadio propicio para verdades descarnadas. Finalmente está el sótano, donde emergen los sentimientos profundos y donde no hay cabida para la mentira, el gran tema de la obra. Este último es el sitio de los afectos, del amor no brindado, de la lealtad, el lugar desde donde se puede apreciar lo que le da sentido a la familia. Si bien no es explícito, el tema de la homosexualidad es central, dando a entender que proviene de la carencia de amor en la relación padre-hijo. Hay algo de puritanismo en esa premisa, debido a la presunción de que el protagonista no asume responsabilidades y ello conduciría a su afición a las fiestas y al alcohol, lo que supuestamente lo llevaría a ser homosexual, o quizás, dicha cadena de causa-efecto sea a la inversa, en cualquiera de los casos lleva a una estigmatización. El papel de la esposa representa la lealtad a toda prueba, una especie de variante del amor, matizada por su origen de precariedad de recursos. Es la gata sobre el tejado caliente que irradia vitalidad sobre el mundo, defiende con celo sus intereses y que representa la esperanza, el empuje y la fe ciega en un futuro mejor.