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Aníbal Ricci Anduaga | Autores |











DESTINO FINAL

Por Aníbal Ricci


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Intento levantarme y el cuerpo no obedece. Enfoco al frente de la calle, luces rojas, no parece ser la policía. He experimentado esto otras veces, una escena que puedo alterar en cientos de futuros. Sigo atrapado, pero esta vez doy un paso sobre la acera y me aferro al pilar del paradero. Las prostitutas callejeras no están en la esquina habitual. Todo desértico y los adoquines acusan una escena inquietante sin un alma a la redonda.

El cuerpo aún no obedece, en la esquina una travesti fuma un cigarrillo. No quiero problemas ahora estoy inmovilizado. Prefiero la escena anterior donde puedo concentrarme en alejar el peligro. Huir a la zona de Irarrázaval, mientras Vicuña Mackenna permanece vacía en ambas pistas.

El momento de tensión durante el despegue. Veo las luces del aeropuerto por la ventanilla. Adquiere velocidad y sobreviene ese sonido subterráneo. Las puertas de equipaje crujen más de lo habitual en este avión con muchos kilómetros de vuelo. Asciende rápidamente y respiro aliviado. Me espera una reunión de trabajo al otro lado de la cordillera. Hablé unos minutos con mi mujer antes del despegue.

El barrio de tolerancia con moteles de cuarta categoría no suele ser patrullado por la policía. Durante el día venden accesorios de automóvil en Diez de Julio, por lo que está lleno de talleres mecánicos desocupados durante la noche. Son varias las esquinas de las travestis. Imagino todo ese movimiento desde el paradero. Debo luchar por no acudir hacia el poniente, ni siquiera la mente debe proyectarlo. Abrir nuevos portales y escenas donde todo saldrá mal.

Me traen el whisky y despliego la bandeja del asiento. Al lado una señora pensando en otro lugar. Observo las montañas entre las nubes y la auxiliar de vuelo se aleja con el carro. Me arrepiento del whisky que evoca una noche de cocaína. Pero ya es tarde y el alcohol surte efecto. Dejo de pensar en Mariola preparando el viaje. Nuestros hijos se independizaron, aunque estamos lejos de ser abuelos. Sexo ocasional los fines de semana, pero los días de trabajo caemos rendidos en los brazos de Morfeo.

Estoy abrazado de un poste del alumbrado, apenas puedo coordinar unos pasos. Cruzo a la otra vereda asumiendo que no impactarán conmigo. En esta versión controlo el tráfico y los semáforos están en rojo. La mente ha traspasado algo de sensibilidad al cuerpo. Cae una garúa y parezco deslizarme sobre la línea divisoria. Me dirijo hacia el oriente, pero a mis espaldas se encuentra la perdición. Anaís siempre consigue merca desde el cuarto. Todas esas historias amenazan con multiplicarse al infinito. Hay noches en que el piloto automático no funciona y todo se vuelve peligroso. De pronto un frío intenso en mis hombros. Debo huir antes de que sea tarde. Imagino la puerta del departamento, los somníferos y caer rendido hasta restaurar los pensamientos. 

Me traen otro whisky y dejo de lado los remordimientos. Mariola es agente en la sucursal del Drugstore. Ha hecho carrera en el Banco de Chile y tiene varios ejecutivos a su cargo. Siempre viste impecable y transmite seguridad en su voz. No me gusta cómo controla la vida de los demás. Nuestros hijos son profesionales, todos aprendimos a hacer trabajos sin importancia, a levantarnos por la mañana a dar órdenes intrascendentes. Un mundo de apariencias y de estatus social. Casa en la playa cuando apenas disfruto de las puestas de sol.

Sigo deambulando como un autómata. Cuando desperté en el paradero llevaba horas inactivo. La cocaína adulterada provocaba alucinaciones, algo más propio de la marihuana, ahora recuerdo estar conversando en un bar de Providencia. Subí al bus eléctrico y luego el tiempo transcurrió diferente. Desperté en el paradero antes de bifurcar el futuro.

El avión se sacude por la turbulencia. Nada extraño hasta que sobreviene una sacudida infernal que deja caer los equipajes. La voz del piloto cesa de improviso y caen las mascarillas. Si camino al poniente encontraré a Anaís, anticipando momentos de placer extremo. Una pequeña muerte que experimento en este brusco descenso. Mejor altero el rumbo y evito problemas. Un bus hacia Plaza Ñuñoa. El avión se estabiliza, este futuro carece de placer, de amor ni hablar.

Mariola ha planificado que vamos a llevar. Hace tiempo que no vamos a la playa y en el camino nos detendremos a almorzar. La conversación serpentea entre la sucursal y el próximo viaje a Argentina. Unos llamados a los hijos, todo parece normal.

Voy llegando a Vicuña Mackenna y el placer es un imán. Si cambio de opinión el piloto sufrirá un infarto o se detendrán los motores. Fuerza de voluntad es lo único que pido. Aferrarme al frío y que el cuerpo llame a la calma. La cocaína no era pura y eso explica que esté razonando. Imagino que conduzco el vuelo sobre Los Andes. Las decisiones se agolpan, pero debo alejarme del placer. Conversar con ese grupo sentado en el Parque Bustamante. Me convidan cerveza y Anaís no se reunirá conmigo. Una Escudo de medio litro es un excelente antídoto. Son las cuatro de la madrugada. Me ofrecen un cigarrillo y el Uber los recoge. Estoy a salvo, si el bus pasa pronto el avión volverá a ascender entre las nubes.

Pido un tercer whisky y el resto de los pasajeros observan aterrados. Fui capaz de aferrarme a un poste y tomar una buena decisión. Elegí un futuro donde aterrizar. Uno donde hace frío a la intemperie, giro la llave e ingreso al departamento. Mariola está durmiendo, mañana diré que nos reunimos con el gerente de informática. Me estuvo hablando del código del sistema. El corazón donde se procesa la información, el paradero de todas las decisiones posibles.

Deambulé hacia el poniente y Anaís me convidó un saque. Fuimos al motel de mala muerte y sintonicé «Final Destination», ustedes dirán que es poco creíble que no viéramos una película porno, pero esa vez estaba aterrado, escondido de mis celadores dentro de un cine del mall Plaza Vespucio. Planifico el viaje hacia Argentina veinte años antes de este tercer whisky, los tiempos se entrecruzan, el tercer brindis con Anaís, todavía no conocía a Mariola, otra de mis extrañas decisiones futuras.

La muerte escoge a sus víctimas, un cazador implacable que a todos alcanza. Me gusta imaginar que controlo el destino, que deambulo al poniente en busca del bar Local, de una cerveza artesanal y un cigarrillo. Elijo beber ese tercer whisky en medio del caos, el cuerpo inmóvil, el paradero era un aeropuerto con arribos y partidas. Miento sobre el futuro y al parecer estoy tranquilo en la cabina. Los instrumentos acusan normalidad, en los próximos minutos aterrizaremos en Ezeiza. Buenos Aires se respiran, hace décadas tomé un bus a Mar del Plata, pero ahora llamo por celular a Mariola. Mañana vuelvo a Chile y en la noche viajaremos a La Serena. A veces disfruto de una puesta de sol en vez de aferrarme a las rocas en medio de la tormenta.



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