Proyecto Patrimonio - 2025 | index |
Aníbal Ricci Anduaga | Autores |








EL OLVIDADO


Por Aníbal Ricci


Tweet .. .. .. .. ..

El instante avanza en dos direcciones donde el recuerdo se hace cargo del pasado y el futuro esconde significados. El joven trabaja en la sección de comercio exterior, en la planta baja de la sucursal de Las Condes. Los ejecutivos del segundo piso visten ternos a la medida y se codean con los dueños de las empresas del sector. En los almuerzos se muestran amables, un poco estirados, pero conversan con la gente del piso de abajo acerca de la última película que fueron a ver al cine. Por lo general, almuerzan con sus clientes en los restoranes del barrio El Bosque.

Juan hace bien su pega y se maneja en la gestión de importaciones y exportaciones, obviamente en el manejo de divisas. Estudió en un liceo comercial del centro de Santiago y empezó como cajero. Vive en casa de su madre y hace un año que sale con una chica. El inglés del colegio era precario, por lo que ahorró dinero desde que lo contrataron en el banco. Se pagó un curso en el Chileno Norteamericano para manejarse algo con el idioma. Tomó unos talleres de comercio exterior que dictaba el banco y consiguió un ascenso en una sucursal de la periferia. Siguió especializándose y al poco tiempo lo asignaron a la sucursal de Las Condes.

No es un fanático del cine, pero suele acudir con su polola a los estrenos. Aporta con las compras del departamento en el barrio Brasil. Un cuarto piso sin ascensor que da a la plaza de los dinosaurios, justo al lado del restorán de los chinos pobres. Hace dos años asistió a una comida del banco en el Rincón Brasileiro, unas carnes a la espada ubicadas justo frente de un night club del barrio alto. Juan era un joven tímido, pero esa noche bebió varias copas de vino. Observó a una mujer en la barra, sentada sola y se puso a conversar. Ella lo miró de arriba abajo, pero no se molestó. Lucía cansada, su belleza no ocultaba las ojeras. Estaba triste y Juan no se atrevía a abrazarla. Demasiado bella, le conversó del Titanic, de cuando la vio en el teatro Las Condes.

–Vienes con ellos –observó disimuladamente a los ejecutivos del segundo piso.
–Claro, somos compañeros de trabajo –mintió, sabía que su terno era corriente.
–¿Has ido a Buenos Aires? –cambió abruptamente de tema.
–No conozco Argentina –en realidad nunca se había subido a un avión.
–¿Me invitas una caipiriña?
–Por supuesto –tenía cupo en la tarjeta de crédito.
–Vengo del bar de al frente –ella observó su reacción.

Juan pensó que venía de una fiesta con amigas, feliz de que se atreviera a sentarse sola en esa barra. Observó de soslayo bajo su abrigo un atuendo sexy, una minifalda súper corta. Las medias caladas dejaban ver unas piernas atractivas y los zapatos negros igual que el resto de su atuendo.

–¿Puedes presentarme a uno de tus amigos? –lo enfrentó con una mirada seductora.
–¿No quieres otra caipiriña? -era tan bella la chica, no tendría más de veinte años.
–No me has entendido, trabajo en el Lucas Bar.

El joven nunca había conversado con una mujer así, tan misteriosa y a la vez tan directa.

–Te dejo mi teléfono por si alguna vez vienes al bar.
–Ha sido un placer –se sonroja– yo pago la cuenta.

En el papel se lee Andrea y un número de teléfono. La observa salir por la puerta del restorán, segura de sí misma. Los del banco lo habían estado observando, le preguntaron por la chica, pero Juan cambió de tema e hizo salud por el ejecutivo nuevo que pagaba el piso.

Diez meses después acudió al Lucas Bar y la buscó. Nada a la vista y otra chica le pidió un trago. Hasta que apareció Andrea bailando con otras chicas, algo muy delicado y de buen gusto. Obviamente sin abrigo, bajo la transparencia lucía una figura endemoniada. El espectáculo duró unos minutos y el local retornó al bullicio inicial.

–¿Cómo se llama esa morena que estaba en el escenario? –ya lo sabía de antemano.
–Una es Paulina y la otra Andrea.
–¿Podría decirle a Andrea que le invito un trago?

Ella se sienta a su lado y Juan no pone atención a sus palabras. Le conversa de cualquier tema y no lo ha reconocido. Nunca se atrevió a llamarla por celular, esos antiguos que no eran inteligentes.

–¿Podemos ir a otro lado por unas caipiriñas? Lo que tú quieras.

Lo mira de arriba abajo y le dice que debe conversar con el mozo para sacar a una chica. Ella se retira y el hombre le confidencia un valor altísimo. Para eso están las tarjetas y cancela el importe. Andrea aparece con ropa de calle, no requiere de rayos equis para saber lo que esconde.

–Podríamos ir a bailar. ¿Qué lugar conoces?

Andrea está sorprendida y le dice que deberá cancelarle otra cantidad de dinero. Paga el taxi y tras un largo recorrido llegan a Las Brujas. En mitad de semana hay pocos clientes, la verdad no le extraña, nunca vino antes a este lugar.

–¿Bailemos este lento? –le dice ella.

Tocan varias canciones de Phil Collins, Juan no conoce a ese cantante y abraza a Andrea. Deliciosa, todo lo que sale de su boca le parece interesante. La penumbra hace desaparecer a todos alrededor y Juan no recuerda muchas películas.

–¿Te gusta DiCaprio?
–No tengo tiempo para ir al cine.

Juan recuerda al actor seduciendo a esa mujer increíble fuera de su alcance. Antes pasaron al cajero automático y gastó todo lo que tenía. La primera vez que la vio él vestía un terno gastado, pero ahora iba con ropa casual, la ropa que los ejecutivos del segundo piso usan los viernes. Andrea compartía departamento con varias amigas, quedaba en Providencia y Juan la dejó en la puerta del edificio. Le dijo al chofer que lo llevara a calle Brasil y en el camino recordaba las palabras de Andrea luego de besarla en medio de la pista de baile.

La canción de Phil Collins y al final Andrea respondiendo esa súplica. En la oscuridad rodeo su cintura y le susurro al oído. Mi corazón está vacío y estar contigo es contra viento y marea. Giramos en silencio sin nadie alrededor. Respiro profundamente, esperando que brillen sus ojos. Una sola frase antes de besar tus labios. No ha llegado el estribillo y mis manos entrelazan su cintura. Hay tanto que necesito decirte, aunque quizás una palabra vuelva a alejarte. Acaricio su cabello y huelo el perfume. Otra vez el estribillo, ojalá eternice las palabras. Mírame ahora esperando que no acabe esta melodía. Notas de piano anunciando el final, tomo su mano y vamos a sentarnos a la mesa donde esperan los tragos. Andrea le contó que para el invierno viajaría a Estocolmo con una compañera, durante el verano de allá para hacer unos euros y conocer otros lugares.

Juan invitó a una secretaria de otra sucursal. La conoció en un curso para administrativos. Fueron a Las Brujas un día sábado y resultó que la discoteca poseía muchos más ambientes. La chica era más tímida y sólo respondía lo que hablaba Juan. No era fea, pero en su mente flotaba Andrea sacando pasajes para ir a Suecia. La chica feliz con la invitación, a la tercera vez la besó y le pidió pololeo.

El tiempo había quedado suspendido para Juan. Recordaba los primeros lentos de Las Brujas, la sensualidad de Andrea, esa forma agresiva de invitarlo. Dueña de su cuerpo, realmente bailaba como una diosa y en ese instante todo giraba alrededor. Su cuerpo difuminado en la penumbra, unos tintes rojos en cámara lenta, una verdadera película de Hollywood.

Ahora tenía novia y la verdad no le importaba. Ahorraría durante meses para compartir una noche con Andrea. Su vida era solamente la noche anterior y escuchar a la chica de sus sueños. La forma de hablar, de conducirse, sabía perfectamente que él era poco gato para esa mujer, pero no le importaba, ahorraría lo suficiente para compartir ese cuento de hadas.

Otros diez meses y la llamó por teléfono. Andrea no había cambiado su número, pero ella no lo reconoció. Le preguntó por Estocolmo y de verdad no sabía quién estaba al otro lado de la línea. Quedó de ir al Lucas Bar en la semana y ella le explicó que trabajaba en el Emmanuelle. El jueves se dejó caer en el antiguo Portal de Vitacura. Juan se había comprado un auto de segunda mano y los del segundo piso le recomendaron un pub en calle San Pascual.

Ingresó al night club y Andrea lucía despampanante. La invitó a varios tragos esperando de que lo recordara. Ella ensayaba una rutina histriónica, diferente a cómo la recordaba. Salieron del local y esta vez el importe fue más alto. Su auto era un compacto Corsa de color rojo, muy común por esos años. Andrea acostumbraba autos de último modelo, por lo que anticipó el acuerdo comercial. Fueron al pub ubicado frente a la Scuola Italiana, un castillo con pórticos entre cada habitación y vitrales por donde se colaba la luz.

–Estás hermosa como siempre –Andrea no sabía cómo actuar.
–Siempre tan caballero -ajustó un poco el repertorio.

Vestía una ajustada chaqueta y unas botas altas también de cuero negro. Juan le acomodó el asiento. Pidieron puras exquisiteces y una botella de vino muy costoso. Andrea mostraba su elegancia y el joven le preguntó por su viaje a Suecia. Ella no entendía de qué hablaba, pero le dijo que estuvo en Madrid durante el verano europeo.

–La vida nocturna es increíble y los españoles saben disfrutar.   
–Muy distinto a Las Brujas –intentó dar una pista.
–Parecido a la Oz, pero sin música envasada –ella no cayó en la indirecta.
–¿Grupos de rock?
–Electrónica, ecualizada por DJs.

Andrea le parecía una mujer de mundo, Juan no conocía siquiera Mendoza. Dejó de lado Estocolmo y como desconocía todo de España, se dedicó a hablarle de Matrix, una película distópica recién estrenada.

–La vi en Madrid –por fin algo conocido–. La historia del elegido para salvarnos de esta sociedad simulada.
–Me gustó Trinity, esa mujer misteriosa vestida de látex.
–En el Emmanuelle llevaba un peto de látex muy en su estilo.
–Podrías ser actriz de cine.

Todo el diálogo giraba en torno de Andrea, del éxtasis que probó en la noche madrileña. Llevaba puesta una blusa de tirantes y sus senos luchaban por escapar. Juan le seguía la conversación, pero sus ojos se gobernaban solos. La onda medieval del restorán, su iluminación tenue volvía todo tan romántico. Ahora Juan trabajaba en la casa matriz del Banco de Chile y mantuvo el celular apagado para evitar una llamada de su novia.

–¿Vamos al hotel Valdivia? –interrumpió de repente. Le emitía los documentos de importación al dueño, un arquitecto que también era propietario del Arte Chino.
–Me encanta ese lugar –impresionada porque Juan tomara la iniciativa.
–Tengo una reserva para la habitación ecológica.

Una señora los recibió y los condujo por intrincados laberintos llenos de puertas. La habitación estaba llena de flores y un champagne descansando entre hielos. Andrea quedó impresionada, Juan sabía que Abelardo Mella lo recibiría con lo mejor. La ropa interior de lujo la había comprado en Europa y lucía como una verdadera escultura. Ella misma encendió el jacuzzi y vertió la espuma sobre el agua.

–El amor de Trinity por Neo era incondicional.
–La pitonisa le predijo de que se enamoraría del elegido.
–¿De verdad no me recuerdas?

Juan vestía a la moda, como los subgerentes del banco. Lo invitaban a celebraciones con los ejecutivos de las grandes empresas. En ellas se hablaba de manera extraña. Él seguía en el área de comercio exterior y su inglés había mejorado.

–You are terrific… a wonderful woman.

Andrea había egresado de un colegio privado muy conocido, antes estudió en un liceo, pero se ganó una beca y le contestó en perfecto inglés. Se sentó a su lado entre la espuma y la besó y recorrió su cuerpo. Hicieron el amor dos veces y conversaron tendidos sobre la cama. Hacía frío afuera y llovía a cántaros. Salieron desnudos a la terraza para escuchar el repiqueteo del agua. Todo fue encantador y al otro día de vuelta al trabajo. No le importó, sabía que no podía seguir engañando a su novia. Juan estaba feliz, pero recordaba la vez que la abordó en la barra del Rincón Brasileiro. Día a día se esforzaría para conquistar a una mujer como Andrea. Trabajaba con ahínco y reunía el dinero para verla otra vez.

–Podríamos ir a Buenos Aires –lo invitó a un fin de semana de ensueño.
–Vayamos en primavera –pensando de dónde sacaría el dinero.

Era una noche donde el recuerdo se hace cargo del pasado y el futuro esconde significados. Juan no imaginaba estar al lado de Andrea, la mujer que jamás recordaba su nombre. Anhelaba esos futuros días de hotel en Argentina, Andrea le habló de Palermo y el magnífico zoológico al que daban los apartamentos lujosos.

La fue a dejar luego de la velada, ella vivía sola en su departamento de Las Condes. Juan seguía viviendo con su madre y era muy tarde para avisar que no llegaría a dormir.

Lo invitó a tomarse un whisky en la terraza que daba a Colón. La conversación fluyó y hablaron de sus vidas reales. Andrea se sentía cómoda con este hombre misterioso que veía por primera vez.

–Disfrutemos de este instante –frase posible para cualquiera de los dos, pero Andrea ahora sabía que lo de Argentina sólo era una ilusión.






. .








Proyecto Patrimonio Año 2025
A Página Principal
 |  A Archivo Aníbal Ricci Anduaga  | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
EL OLVIDADO
Por Aníbal Ricci