Hoy fui a ver a mi madre al hogar. Estaba abrigada a pesar de no hacer tanto frío y lucía algo desanimada. Con mi hermana le llevamos un pastel y galletas, la verdad es que siempre ha sido buena para comer. El Alzheimer ha eclipsado la vitalidad de sus años en la facultad de arquitectura. Le encantaba hacer docencia y sus alumnos la querían un montón. Había sido consejera superior de la universidad y su voz era muy respetada en el ámbito académico. Ahora carece de iniciativa y no tiene temas de conversación. Como familia nos hemos acostumbrado, pero no deja de apenarnos la situación. Debemos conformarnos con respuestas escuetas a preguntas cotidianas. ¿Qué almorzaste hoy? y que no se olvide de si soy su hijo, su papá o su esposo. Suele confundir nuestros roles a pesar de que no calcen las edades. En un buen día nos habla de alguna ocasión que ocurrió hace décadas. Su mente parece funcionar mejor con el pasado remoto. Cuando jugaba con su hermana o los años en que estudiaba en la universidad. Algo curioso es que no haya olvidado interpretar piezas en el piano. Es cierto que toca como cuando era niña, pero nos damos cuenta de que le permite rescatar recuerdos. Debo agradecer sus muestras de cariño, una característica afectiva que la enfermedad ha descubierto. Mi madre no solía desnudar sus sentimientos y ahora su memoria le ha hecho olvidar la frialdad de antaño. Yo prefiero la indiferencia, aunque parezca más frío. Mi cerebro está lleno de cables cruzados donde el placer se confunde con amor y un encuentro casual detona pulsiones confusas que me sacan de foco. Debo elaborar pensamientos neutros cuando voy caminando por las calles y dejar de hacer planes futuros. La soledad es buena compañía cuando me siento frente al computador. Enlazo sucesos demenciales y les doy un sentido desprovisto de emociones. Ese ejercicio me calma y un estado meditativo induce a la tranquilidad. Sólo cuando estoy en equilibrio puedo conjurar las emociones al límite del delirio. Enamorarse es algo lindo, pero hace estallar mi cabeza. Requiero hacer chocar esa sensación de plenitud con el nihilismo de mis actos. Eternidad destruyendo el instante a cada paso, un camino sinuoso que destruye la coherencia y evoca recuerdos desprovistos de humanidad.