«Dolor y gloria» no será la mejor obra del director manchego, pero fue una honesta vuelta de tuerca para un cineasta con más de veinte películas al hombro. Retornó al tema de la madre, acaso por haberse criado en un mundo rodeado de mujeres. Son el centro de gravedad de muchos de sus filmes, seres que ocultan el amor por sus hijos bajo una apariencia estricta. Hay admiración por el mundo primigenio, por ese punto de partida de nuestras historias. Cuando la acción se encuadra en lo masculino, suele prevalecer la ausencia del padre, personaje secundario cuyo universo es articulado por la presencia omnipresente de lo femenino. Para Almodóvar existen dos vertientes para abordar el mundo materno. En la primera, el director muestra a la mujer esforzada, preocupada por la educación de los hijos. Recrea la violencia dentro del hogar, el acoso sexual y la violación como temas que las mujeres afrontan con entereza, revisten una gravedad que la justicia castiga con la cárcel, pero Almodóvar sorprende al espectador y esconde estos asesinatos. Las mujeres no son culpables del abuso al que son sometidas por la sociedad. Da variadas tonalidades a la violación, unas policiales, en otras ocasiones hace una mixtura entre violencia y pasión como sucede en «¡Átame!», pero sin duda escandaliza y va muy lejos en «Hable con ella», exhibiendo a la violación como un acto de amor perpetrado por un enfermero muy dulce que se ha enamorado de su paciente. Es escaso el protagonismo masculino en el cine de Almodóvar y reincide cuando Antonio Banderas encarna a su alter ego en «Dolor y gloria», donde vuelve a articular la historia en torno a su madre, otra vez Penélope Cruz, recuerda esos primeros años, el amor de su madre. «Todo sobre mi madre» será el retrato del dolor más profundo. Lo encarna una madre cuando su hijo pierde la vida siendo un adolescente. Abandona su trabajo y se embarca en la tarea de encontrar al padre. En el viaje se encontrará con los daños que ha infringido ese hombre en mujeres del pasado y del futuro. Un hombre que se ha transformado en mujer, pero a su paso ha plantado las miserias de un depredador. Externamente luce atributos femeninos, pero carece de ese espíritu de sacrificio que enaltecen a las mujeres de Almodóvar. La segunda vertiente que aborda Almodóvar es la mujer empoderada, la mujer española artífice de su destino, frecuentemente sus hijos figurados provendrán del arte. Esa mujer será fotógrafa, actriz o escritora, y sus hijos fotografías, roles protagónicos y libros. La mujer representa la liberación, el goce de su feminidad, el despertar de la España post franquista. El mundo policíaco representa la opresión que se vivía en tiempos del dictador, pero Almodóvar brinda finales más esperanzadores. Otra historia menos política surgirá cuando la madre empoderada personifica a una actriz en «Tacones lejanos», un ser desalmado y ególatra que el público aclama. Una mujer exuberante, alta, retorna triunfante a Madrid, mientras su hija de menor estatura conduce un matutino donde lee noticias que le ocurren a otros. Esa madre nunca le cumplió sus promesas y privilegió la carrera sobre los escenarios. Cuando la hija confiesa un crimen en pantalla, ella pasa a ser la protagonista de la historia y desplaza a su madre, escena genial de un director inspirado. El asesinado es el marido, ex amante de su madre, una competencia insana llevada al extremo. El complejo de inferioridad tiene su espejo opuesto en la madre. El retrato de culpa que ofrece Marisa Paredes se irá profundizando a medida que el director envuelve este relato de madre e hija en otro entresijo policial. Esa madre no puede actuar como un hombre desalmado, es madre a fin y al cabo, y en su lecho de muerte exculpa a la hija del crimen. Cómo todo filme de Almodóvar, este último depara aristas retorcidas: la hija hace el amor con un transformista que imita a su madre. Por transitividad, la hija tiene relaciones con la madre, que a su vez fue amante del marido de la hija. Melodrama que da cuenta de cómo la madre ha opacado a su hija y mediante ese acto sexual se apodera de su alma. Retorcido, pero en realidad hay un hombre representando a una mujer. Ese hombre travestido será el juez que dirige la causa criminal. Los límites son confusos, ¿detenta más poder un hombre o una mujer? y el accionar judicial es representado por un hombre que encarna a una mujer, dejando entrever que la justicia no debiera distinguir géneros. Esto expresa las complejidades de las historias de Almodóvar, los intercambios de roles, las simbologías y ese envoltorio de cine noir. «Dolor y gloria», en cambio, es un homenaje al amor de su madre, pero inconscientemente es también una alegoría de su faceta femenina como creador de ficciones. Gestor de montajes vigorosos, fundados sobre guiones fuera de lo común, mezcla de relatos policiacos con tópicos controversiales, no rehuyendo la homosexualidad e imponiendo puntos de vista rupturistas. Antonio Banderas personifica a Salvador, representando al Pedro Almodóvar más allá de sus excesos, aquel que muestra el motor que lo motiva a enfrentar el mundo. En varios pasajes recuerda que el cine lo rescató de las profundidades. Este nuevo personaje carga con el dolor de la vejez, en una encrucijada en que los años lo enfrentan a su soledad. Las películas son hijos y por ello este director sigue forjando una extensa filmografía. Escribir guiones y rodarlos le permite transmutar sus historias de infancia y juventud. Confiesa que sus hijos lo han ido dejando atrás, que los espectadores somos los únicos capaces de atestiguar su andar por la vida. Desde su soledad sigue regalando historias, la manera en que este ser humano puede prodigar amor.
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Por Aníbal Ricci Anduaga