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Aníbal Ricci Anduaga | Autores |











DÍA 97

Por Aníbal Ricci Anduaga


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Contención es una palabra extraña para un escritor como yo. El miedo siempre ha estado presente, miedo a las palabras de odio, desde la infancia. Miedo a saludar a ese familiar que tanto critica mi padre y que para mí sólo profesa amor por sus hijos. No es amable con el resto, pero sí comprensiva con los defectos. El alcoholismo no es motivo de reproche en tanto haya cariño en sus almas. Miedo a leer en voz alta frente a los compañeros y no entender una sola palabra. Pavor a caer enfermo por enésima vez. Que no me presten los cuadernos para ponerme al día. A veranear en Cartagena y que un amigo rechace la invitación. A pedir pololeo a quien sólo quiere ser tu amiga. Miedo a hablar tonterías y no ser interesante. Veo cine antiguo para tener algo que hablar. Con el tiempo me fue seduciendo esa forma de relacionarme con otra gente. Un ser solitario que aprendió a escribir de esos temores que lo agobian. Aunque el terror me hizo cometer muchos errores. Apresurarme y dejar pasar a personas valiosas. En la adolescencia escuché heavy metal hasta que descubrí a Iron Maiden. Prefería las melodías y letras de Charly García, pero indudablemente era más rupturista escuchar esos recitales clandestinos de bares londinenses. Los temas de las canciones diferían del tenor de las carátulas de los discos. Hablaban de literatura, de películas y de historia, pero los curas de la iglesia prohibieron su entrada al país. Al principio quise pasear por la catedral con el diablo estampado en la polera. Una forma de revelarse ante la autoridad, frente a los padres y a esa dictadura hipócrita que usaba a la iglesia como muro de contención, por la muchedumbre enardecida que acudía a las marchas de protesta y que en un futuro lejano sería una cofradía de seguidores de una música que dejó de escribirse en este siglo. Personas que se dicen rudas, pero que invitan a sus hijos a los estadios. Pagan la entrada para abrir portales de tiempo que los comuniquen con lo sagrado. La iglesia ya no da respuestas y esa comunión frente a Bruce Dickinson les brinda seguridad y una cierta moral. Los fanáticos que se opusieron a la dictadura, a su manera, comprando vinilos en el Rock Shop de avenida Providencia. Confrontando la historia con vértigo, he dejado de visitar acantilados en su compañía. No conversar frente a frente ha sido un castigo, pero es su ausencia la que contiene futuros encuentros. Soy un pintor que la observa a hurtadillas. Ella va a contraer matrimonio en Milán, mientras yo recuerdo su rostro por las noches. Qué importa si se trata de un hombre y una mujer. Es un artista ante su obra de arte. La contención en la mirada de Marianne lleva los trazos a un siglo perdido. Tiempo donde el amor lésbico estaba prohibido. Es un «retrato de una mujer en llamas» y tras una hora de metraje no hay un solo beso. Sólo contención, ese amor suspendido en sueños imposibles. Un recuerdo vivo de algo perfecto siempre será mejor que malvivir un romance condenado al fracaso social y a la huida. La reinterpretación del mito de Orfeo por dos almas que se asoman al abismo.



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