Este largo viaje es unipersonal, un único ego que viaja de situación en situación, de una habitación a otra, construyendo un entramado sórdido de noventa por ciento para dejar aflorar sólo un diez por ciento de anécdotas rescatables. Es la historia del ego que prefiere perderse o no encontrarse a cambio de un minuto de fama. La búsqueda del prestigio difícil, elaborado y denso, mezclado con la popularidad efímera sin sustento, siendo que ambas buscan un mismo destino, ser amado, quizás por uno mismo, no importando el desastre que va dejando a su paso. Escribe algunas líneas inspiradas, pero con los años se va preguntando si ha valido la pena. Si ese sufrimiento es el génesis de algo digno de ser contado y si esos actos reñidos con la moral justifican estar escribiendo en las madrugadas. Las palabras de un escritor son apenas una gota en medio de un océano infinito y eterno. La fama no es más que un accidente sin importancia, salvo que perdure en el tiempo tras la muerte del autor. El prestigio supone algo de respeto de parte de sus pares, aunque es claro que para levantar una ola es necesario quebrar huevos. Si es una caja completa el escritor corre peligro de muerte, pero es tan difícil detenerse cuando se ha comenzado a escribir una historia. Las mentiras con la práctica se vuelven un relato oficial que los lectores asumen como experiencia de vida. Se me ocurre la idea de un adicto a la heroína (la fama) cuyos primeros pinchazos son realmente geniales para luego transitar por un camino tortuoso hacia la muerte, no dejando de lado lo ridículo y patético del adicto terminal al que nada le importa y que ya no puede encontrar amor en ningún sitio. El miedo a ser olvidado, a no haber conocido el amor, constituye el motor esencial, el movimiento perpetuo, para seguir hilvanando palabras y moviendo la roca hacia una nueva cima.
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Aníbal Ricci Anduaga