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LLAVES DEL PENSAMIENTO CAUTIVO
Alejandra del Río, Garceta Ediciones. 2015

Verónica Zondek
Valdivia, marzo-abril 2015


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Llave montegrandina

« Las mujeres se casan con el Campanario// Los hombres con la botella// Los niños leen la montaña// El sol devela hasta la última sombra// El viento se queja de los pormenores// Las viñas sangran// El cañaveral conversa con el río// Las truchas saludan a la hora del Angelus//Las estrellas son un mar de sonrisas// La luna aparece y transforma el valle en un espejo// Un zorro baja a la quinta a robarse una gallina// Un gato trepa al algarrobo tras la llamada del chuncho// Niebla sube desde la costa para llevarse un alma. »

Hola a todos y perdonen la patudez de comenzar con la lectura de un poema. No daré lata y datos bibliográficos que ya todos conocen.  Se trata de hablar de poesía y de entrar por la puerta ancha o como posiblemente lo diría Alejandra del Río, por las grandes alamedas.  Hablamos de un poemario que da cuenta de la estrecha vinculación que hay entre los mundos materiales y los mundos del alma y que la poeta teje hasta cas(z)ar (con s y con z) a ambos en un espacio donde todo parece indistintamente, pertenecer a veces a un reino o a otro.  Estoy aquí para hablar del libro Llaves del pensamiento cautivo de la poeta Alejandra del Río.  Lo hago con todo el cariño que siento por ella y su perseverante trabajo en y por la poesía.  Hace años ya que su convicción en la palabra poética intenta y re-intenta usar la llave maestra de la poesía para “abrir las ya mentadas alamedas” a todos y cada uno de nosotros.  Poesía entonces, activa y reflexiva a la vez.  Creo que este libro da cuenta de esa certeza que no hace  sino indagar y abrir huellas de conciencia y compromiso con el y lo otro.  Es en ese sentido, que se puede decir que este poemario es un libro iniciático, un viaje con estaciones o llaves en el decir de la poeta, cuya estación final es la realización y activación de todos los potenciales humanos.  Las claves se encuentran en cada uno de los detalles del cotidiano, de la naturaleza y de todo aquello que nos hace ser humanos y divinos a la vez.

Quiero comenzar leyendo un poema que me huele a poética para que de una vez entremos en el canto y en los hilos que tejen este libro.  Dice en el poema Llave de la variedad en la unidad:

“Que una copa estalle en mil cristales/ no implica que la copa no sea la muerte del licor/ el licor no sea la vida de la copa/ y ambos no sean más que la expresión de un trabajo manual/ inspirado por la inteligencia//En último término la copa contiene horas de sol/ y las horas de sol traen la bondad del universo//Al bebedor cansado que deja caer la copa/ al espectáculo del cristal dando su último tono de estallido/al vino regado en la garganta del suelo/ al balanceo de la imperfecta esfera/ con sus enclaves de luz/ mortales para la mano. »

La poética de Alejandra ha sido, y pienso que seguirá siendo, una de búsquedas.  Cada cual construye su casa entre exploraciones y encuentros.  No hay cómo evitar eso.  Este libro transita ese fino hilo y da continuidad a la senda que ella misma se trazó.  Ella ha denominado a estas interrogaciones, que de algún modo son también la respuesta en sí, el “Yotro”.  Ya desde su libro Dios es el Yotro publicado el 2010, se establece a esta figura o terreno inasible como el espacio donde se reúne e interactúa un todo.  El ego muere para fundirse en él.  Así lo dicen los primeros versos del poema  Llave de la Escuela:

“Intenté encontrar en la tribu el sentido permanente/ coseché sin embargo la única pertenencia// -Que pertenezco al Yotro “

y los últimos versos del poema  Llaves de antiguos egos dicen:

« Mi nombre fue borrado de las listas de la vida/entregué mi nombre al mudo/ puse mi ceguera en el silencio.”

Es a partir de esa convicción, que Alejandra construye un espacio poético donde la posibilidad de la vida es lugar para todos y todo.  La vida es la cancha donde se despliega una y otra vez el amor, que igual al ave fénix, renace desde las cenizas y es el brote invisible y verde que nos da el sustento. En el poema Llave del despertar lo expresa claramente:

“Para qué preciosos fuegos en la combustión de maderas burdas/ para qué derramar tiempo por una ladera de indiferencia// Es amor/ dijo el Yotro en sueños/ amor que pasa invisible/ y marca todo a su paso.”

Porque el viaje en el que nos adentramos al leer este libro, es un viaje que independientemente y quizás debido justamente al dolor, el horror y el conflicto arriba finalmente a casa, a ese espacio de arraigo donde la vida es posible y hasta amable.  Donde el corazón equivale al todo, al Yotro , al minuto que nos brinda la posibilidad de percibir esa grandeza en el fundimiento.  Erotismo místico que nos recuerda tanto a otros y otras poetas y escultores y pintores que ilustraron esto tan magníficamente. Así, en palabras de la poeta en el poema Llave del minuto pleno:

« Cohesionados superan/ la dualidad//Una hora brillan de atracción sus conciencias/un minuto estallan/ un segundo fulguran/ y después vuelven// A la sombra. »

Es como ya dije, un libro iniciático pero también y no menos, un libro político, que gracias al uso de las diferentes llaves o poemas accede al conocimiento aquí representado en Yotro y desde él actúa sobre el mundo.  Es el Yotro el que finalmente adquiere el conocimiento en cada una de las estaciones a las cuales es posible acceder gracias a las llaves.  Es este deambular, el que nos da a entender que no todo lo que vemos y tocamos es de verdad aquello que nos permitirá vivir.  La historia particular no es más que el espejo de esa otra historia que lo contiene todo:  lo material y lo inmaterial, lo animal y lo vegetal, lo humano y lo divino.  El poemario transita entonces y marca con palabras un modo holístico de entender la vida.  No hay sujeto sin comunidad del mismo modo que no hay vida sin muerte ni placer sin dolor.  Todas las llaves-poemas de este libro abren una miríada hacia la comprensión del mundo que necesita de cada una de sus partes para ser lo que es.  Nada sobra.  Todo es parte de Yotro.  Por lo mismo, hablamos de un poemario místico y materialista a la vez.  Religioso y práctico.  Político y sobre todo esperanzado.  Dice en Llave para decir:

“Mundo preciso/ precioso/ palpable/ poderoso/ te veo surgir en la palma de mi mano/ me ví caminando por alamedas liberadas/ como fue la promesa de mi padre.”

Así, la poeta signa un modo, una forma de habitar la vida y en ese modo ve la única posibilidad de realizar la utopía.  Es un libro que está consciente de todos y cada uno de los agujeros en la ruta, pero no se amilana ni tampoco cae en visiones apocalípticas.  Todo lo contrario y a diferencia de la mayoría de los poemarios actuales, mantiene el optimismo vivo engarzado a esa alegría que es fruto del conocimiento. 

Agregar también, que el libro tiene un ritmo, una cadencia que sostiene este viaje.  Un viaje que se inicia cuando se emerge del Todo para entrar en lo particular.  Dice en Llave 1972 :

« Para hallar mi camino borré las huellas/ detuve la marcha del llanto/ el orden heredado de mis padres// Traigo la fuerza de ese orden/ cargo con su derrota/ mis manos ya no trabajarán para el amo de este mundo// Fui concebida durante un sueño/ de sueños se compone mi ruta/ nací despierta/ de padres despiertos pero vencidos// Me toca rescatar los tesoros de su campaña/ reconstruir la dignidad de su empeño/ indicar la naturaleza de sus errores// El río engendra padres en la boca de sus hijos/ nacen hijos tras la muerte de sus padres// No hay sino una sóla línea cerebral/ una voluntad / un sólo día// El primero. »

Claramente se sale para volver a entrar.  Es el eterno retorno.  El vaivén, el círculo o un deambular del sujeto que siempre se está yendo para volver.  Este movimiento va necesariamente aparejado a una respiración que nos da la seña del deambulo.  Encuentra donde no busca, llega cuando no sabe que va a llegar.  Así lo expresa la poeta en Llave de partida:

“Elegí una ciudad anómala/ perdí para encontrar// Muchos caminos conducen /a las posadas donde no se concilia el sueño//¿Cómo podía saber que rumbo a Babilonia llegaría al corazón?”

Hay un tiempo para todo como lo dice el Eclesiastés y de eso dan cuenta los pasos, los ires y venires a veces osados y otros más cautelosos de la hablante.  Y cada tiempo se cumple para abrir otro.  Vida y muerte un solo acontecer. Así lo enuncia la poeta al final de Llave de la tarea

“Absorber el mundo cubierta por un lino/ como la momia de la experiencia/ que sobrevive a las tormentas/ y resucita en los registros »

La hablante transita entonces por variados infiernos para llegar a la luz.  Y esto lo comparte con otros textos iniciáticos y míticos del acervo humano, aunque en el caso de Llaves del pensamiento cautivo, no hay leyes ni reglas a seguir.  Lo que la paseante-hablante hace, es experienciar cada una de las estaciones, caerse y levantarse a pesar de la oscuridad, el caos o el dolor, porque sabe, no con el “pensamiento cautivo” sino que con ese contacto que logra con el misterio, que la vida es eso y no queda otra que vivirla imbricada a sus pliegues y despliegues.  Siempre solo y siempre con otro.  Siempre parte de.

Es en definitiva, una especie de génesis a la inversa.  Retrocede en el tiempo hasta adentrarse en el comienzo, antes de, cuando la materia y lo espiritual eran aún una sola cosa. Aunque el conflicto nunca deja de estar ahí, manifiesto y en todo su esplendor.  Materia y pensamiento.  Dualidad que está presente a lo largo del poemario y que no vacilo en definir como poesía religiosa porque la búsqueda en estos poemas se resuelve en ese Único, el Yotro y a la vez política, porque al transitar por las utopías fracasadas de nuestra historia, propone una salida, marca un camino.

Un poemario con una construcción impecable y con un ritmo que nos lleva de la mano hacia ese conocimiento que la hablante desea que adquiramos.  Cada uno se embarcará al leerlo en su propio viaje y con su propia maleta.  Interesante sería realizar una junta de viajeros post-lectura para ver adonde arriba cada cual.  Me gustaría dejar abierta la posibilidad de establecer que una cosa es el “lanzamiento” de un libro y otra más interesante y alimenticia, el encuentro dialogado con sus lectores.  Creo que el libro transita por la historia, recorre sueños, desilusiones, amores, utopías, fracasos y hallazgos; pero lo esencial es que abre e instala el diálogo y el pensamiento, la posibilidad de encontrar en el fracaso ese espacio que permite percibir y transitar hacia un estado consciente y de conciencia y eso, en un mundo enajenado como este en el que vivimos, es un regalo.  Y digo esto en abierta contradicción al poema que da nombre a este libro:  Llave del pensamiento cautivo.  En él entendemos que el pensamiento profita del misterio.  Intenta silenciarlo.  Y sin embargo, creo que este poemario es prueba de lo contrario.  Y para más leer y más pensar y más sentir, quiero dejarlos con palabras de Alejandra del poema Llave sin prisa donde nos deja claro cuáles son los hallazgos que le permitirán seguir en la infinita cadena de encuentros que la abren al Yotro :

“¿Y qué llevaré conmigo?// No se irán conmigo los deseos satisfechos/ las astillas no encenderán fuego alguno/ en mi piel seguirá el entierro/el sabor en el recuerdo de las bocas// Llevaré agradecida las tardes en que he sido venerada/ mas la veneración no podré acarrearla//-Espero que mi cuerpo alimente un bosque/ una comarca entera durante dos veranos-// No nombraré con tristeza esas cosas que se quedan/ aunque parece que hablaran las amadas cosas/  no me seguirán// Que la atención que puse en un libro/ sus personajes / más vivos que yo misma/ sea la gracia de marchar sin miedo// Los aplausos no los llevo/ ¿cómo si se derraman?/ de nada me servirían/ allá no repartiré mi sed a los sedientos// El dolor no lo llevo/ peldaño de papel/ caída por tinta trastocada/ que aquí se quede// El tesoro de las llaves va conmigo// A eso viniste/ dijo el Yotro/ a refinar oro de lágrimas.”

Muchas gracias.

 

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Durante la presentación: Alejandro Zambra, Alejandra del Río, Verónica Zondek. Jueves 7 de mayo 2015
Club Juan Ramsay



 



 

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LLAVES DEL PENSAMIENTO CAUTIVO.
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Presentación de Verónica Zondek.
Valdivia, marzo-abril 2015