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“Una adictiva locura. Peripecias de un productor artístico”. Memoria novelada, Ricardo Stuardo.
Editorial Signo, 118 páginas.

Por Antonio Rojas Gómez


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Este libro deleitoso nos invita a recorrer, de la mano del autor, los teatros y salas de espectáculos del Chile de los años 80 del siglo pasado. Lo que no es poca cosa si se tiene en consideración que en aquella época, plena dictadura militar, el teatro y todas las manifestaciones artísticas se consideraban no solo con desprecio, sino como acciones revolucionarias que atentaban contra la estabilidad del régimen.

¿Qué llevó, entonces, a un abogado exitoso, que llevaba una vida profesional activa en su oficina privada, a abandonarlo todo y embarcarse en la nave de la cultura, en perpetuo peligro de zozobrar e irse a pique?

La respuesta se encuentra en cada página de este libro, en cada frase, en cada palabra de él. Y recorrerlo así, con lentitud, frase a frase, palabra por palabra, nos permite conocer la intimidad de un hombre de ideales, capaz de jugarse por ellos. Un tipo que vale la pena y que permitió mantener viva la oscilante y débil llama de la cultura en tiempos de tormenta política. No es un político, en ningún momento se presenta como tal. No critica a la dictadura, lo que parece tan fácil hoy, cuando del presidente de la República para abajo le han dicho de todo a Pinochet. Entonces no se le podía decir nada. Nadie osaba criticarlo. Y este libro, que nos habla del tiempo en que todavía gobernaba, sigue las aguas de aquella época, sin adjetivarla. No es necesario. Lo importante, lo transcendente, es la aventura eterna de la cultura humana que se manifiesta contra viento y marea y permite que el ser humano haya llegado a ser, y siga siendo, precisamente eso: humano.

La primera aventura que narra el libro data de 1988, cuando se presentó “La Pérgola de las Flores” en el Teatro Cariola, de calle San Diego, bajo la dirección de Eugenio Guzmán, quien había dirigido la primera versión del Teatro de Ensayo de la Universidad Católica en el Camilo Henríquez, en 1960. Solo el relato de aquella aventura vale por todo un libro. Allí se manifiesta con meridiana claridad lo que perseguía Ricardo Stuardo y de los medios de que se valía para conseguirlo, con todas las asperezas que era preciso limar.

Utiliza una prosa directa y clara, que facilita la comprensión de los ambientes y situaciones en que se desenvuelve la historia.

–“¡Estái más loco! Yo no me presto para hacer el ridículo.”

“Con estas palabras, el consagrado actor chileno Jaime Azócar, rechazaba la idea que le exponía para conseguir un gran golpe de efecto el día del reestreno de “La Pérgola de las Flores”, la más famosa comedia musical de todos los tiempos, en el vetusto teatro Cariola de calle San Diego, tradicional arteria del centro de nuestra capital”.

Ese es el párrafo inicial. Naturalmente, el lector quiere saber cual era la situación que expondría al ridículo a Jaime Azócar. Y lo sabrá a poco andar:

“Azócar se había convertido en un aliado invaluable. Prudente, sin invadir el territorio de la toma de decisiones, se acercaba en los ensayos a entregarme sus consejos, bien intencionados y juiciosos, para evitar errores propios de mi inexperiencia en un montaje de tanta complejidad como la Pérgola. Por eso su rechazo, claro y directo, impactó mis fibras sensibles. Estaba convencido que mi propuesta no solo era posible, sino que necesaria para generar adhesión del público santiaguino.

“Había conseguido que el gran Eugenio Guzmán, conocedor de la obra desde su primer montaje, dirigiera esta nueva puesta en escena. Receptivo, de inmediato le hizo sentido mi declaración de intenciones: “Quiero recrear lo mejor de nuestra dramaturgia, las obras clásicas del teatro chileno, las que mantienen su vigencia a pesar del tiempo. Me inspiro en Miguel de Unamuno, quien consideraba el teatro clásico de cada país, como la intrahistoria, lo que subyace en ella, sus tradiciones, costumbres, valores y conflictos sociales.”

“Con Eugenio Guzmán, notable conversador, nos unió el interés por el teatro, la filosofía, la historia y la política, generándose entre ambos una sólida amistad. Gracias a su presencia, se pudo formar un gran elenco encabezado por Anita González y otras reconocidas figuras de la escena nacional. Buscando donde efectuar las representaciones, solo logré acceder, dados los recursos, al Teatro Cariola, sala con un glorioso pasado, pero muy venida a menos. Estaba descuidado, necesitado de reparaciones en el foyer, el escenario, las butacas y las paredes. Para esos efectos, debí recurrir a un préstamo hipotecario. De esta forma, fue posible además cubrir las paredes de la sala con un treillage de madera para mejorar su acústica, y pintar la fachada e interiores del edificio”.

¿Pero qué fue lo que le pidió a Jaime Azócar, que lo indignó, pese a su buena disposición?

“Buscando algo que aumentara el interés por asistir a este nuevo montaje, surgió una gran oportunidad. Anualmente se otorgaba a destacadas actrices o actores el Premio Max Factor, y les ofrecí a los organizadores que el galardón fuera entregado en el Cariola, la misma noche del estreno. La premiada sería Malú Gatica, extraordinaria estrella de las artes escénicas. Una instancia estelar con invitados especiales que le darían mayor jerarquía a la velada.

“Lo anterior no me pareció suficiente. Decidí contactarme con las antiguas pergoleras que, al ser removidas de su tradicional ubicación en el bandejón central de la Alameda de las Delicias, frente a la Iglesia de San Francisco, se reinstalaron en el lado norte del río Mapocho, frente al Mercado Central. Las invité al estreno, con el compromiso de cubrir de flores la platea y cantar la estrofa símbolo de la obra: “Quiere flores señorita, quiere flores el señor…”

“Parecía que con eso todo estaba listo para el magno evento, pero me faltaba algo. Algo que causara un real impacto y pusiera el estreno de La Pérgola en el centro mismo de la noticia santiaguina. Fue entonces cuando se me ocurrió efectuar la propuesta al actor Jaime Azócar y que este respondió negativamente. La idea era riesgosa mas no descabellada. Así debe de haberlo pensado la actriz Marcela Medel que, por su belleza, talento y calidad vocal, era la escogida para interpretar a la Carmela, y que me respondió inmediatamente que sí.

“Sin el galán principal, apelé al otro pretendiente de la Carmela, el Carlucho, representado por Rolando Valenzuela, el que luego de escuchar el rechazo de Jaime Azócar, brincó para decir: “Sí, yo voy”.

“La idea era que, horas antes del estreno, la Carmela tomara el tren en Rancagua, tal como si viniera de San Rosendo, y se bajara en la Estación Central, donde su enamorado, en este caso el Carlucho, la estaría esperando. En ese lugar subirían a una carreta engalanada de flores y seguirían a lo largo de la Alameda, para llegar al Cariola media hora antes del estreno. Había que conseguir carreta, caballo y cochero. Mi secretaria, la misma de mi Estudio Jurídico, se encargaría de aquello. Pero aún no estaba conforme. Como el carruaje con sus ilustres huéspedes se vería muy solitario, llamé al presidente del Club de Automóviles Antiguos, explicándole mi requerimiento, al que accedió de inmediato. Una comitiva de 20 de esas reliquias acompañaría a nuestros artistas. Todo parecía perfecto.

“Faltaban cinco días para el estreno y envié una nota de prensa a los medios radiales para que invitaran al público santiaguino a la Estación Central y a celebrar el paso del carruaje por la Alameda, cantando: “Carmela, Carmela, llegas a la ciudad, con la cara sonriente, ay que felicidad”. La Cooperativa, una de las radios más escuchadas en ese tiempo, se destacó en la difusión de la iniciativa gracias a la inestimable contribución de su conductor central, Sergio Campos. Todos los medios colaboraron, incluso difundiendo el disco de La Pérgola. Nada podía fallar, pero, no me lo van a creer. El día anterior al estreno fuimos informados de una huelga de los funcionarios de ferrocarriles, única huelga en todo el gobierno militar, que se haría efectiva justo el día del estreno”.

Bueno, ¿qué les va pareciendo la historia? Es como si se las estuviera contando un amigo, junto a una taza de café. Y esa es la gracia de este libro, que nos lleva de sorpresa en sorpresa, y nos muestra las habilidades del productor teatral para ir salvando los obstáculos que se le van presentando. Ahora, naturalmente, ustedes querrán saber cómo resolvió el tema del arribo de Carmela de San Rosendo. Y no los puedo dejar con la bala pasada:

“Salimos del Cariola rumbo a la estación a las 17,40 horas. Mis manos resbalaban de transpiración en el volante. Ya se veía gente llegando a la Alameda por donde vendría la Carmela. Y cuando llegamos… la explanada frente a la Estación… porque en esos años era una explanada… estaba repleta… destacándose por su estatura, el periodista de Canal 13 Santiago Pablovic (debe haber sido Pedro Pablovic, que trabajaba en el 13), con su aparataje de cámaras televisivas y micrófonos. Los automóviles antiguos aguardaban en una calle aledaña. Todo resultó como por arte de magia. El público, cómplice, aparentó no darse cuenta del ardid, y cuando salió la Carmela sonriente desde el interior de la Estación siendo recibida por el Carlucho, entonó entusiasta: “Carmela, Carmela, llegas a la ciudad…”. La pareja inició su recorrido por la Alameda colmada de espectadores, seguidos por los automóviles antiguos en una caravana propia de un carnaval. El carruaje, tapizado de guirnaldas de flores, fue seguido por las cámaras de Canal 13, que interrumpió su noticiario central para exhibir la noticia más importante del día. Me adelanto para esperar a los artistas y allí me encuentro con otra sorpresa: son cientos los que, cantando, esperan recibir a la Carmela en la puerta del teatro, dificultando el tránsito por calle San Diego.  

“Después de agradecer ese hermoso recibimiento, Marcela Medel y Rolando Valenzuela se dirigen a camarines. Yo a saludar a Malú Gatica, hermosa, elegante, la acompaño al escenario a recibir su merecido galardón. Al mirar la platea, veo a todos los espectadores con una flor en sus manos y a las floristas del Mapocho arriba, en los balcones, cantando: ¿Quiere flores señorita… quiere flores el señor…?

“Esa noche, rendido, dormí sin sobresaltos. Solo recuerdo que, al cerrar mis párpados, una sonrisa se dibujaba en mi boca…”

Bueno, esa es solo parte del comienzo del libro. “La Pérgolas de las Flores” es un hito en el teatro chileno, una comedia musical que triunfó en todo el mundo. Pero hubo muchas otras obras que el productor Ricardo Stuardo presentó en esos años y mantuvieron viva la escena nacional. La puesta en escena de cada una de ellas es una aventura que Stuardo narra con la maestría que ustedes han visto. Yo los invito a leer el libro completo. ¡No se lo pueden perder!

 

 

 

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“Una adictiva locura. Peripecias de un productor artístico”.
Memoria novelada, Ricardo Stuardo. Editorial Signo, 118 páginas.
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