Llueven cenizas sobre Santiago de Chile mientras tres jóvenes, Felipe, Iquela y Paloma, intentan encontrar sus presentes entre los escombros del pasado. Los tres han escuchado, han absorbido, las historias que les han sido contadas por sus padres y abuelos sobre la dictadura, la resistencia clandestina, las listas negras, los desaparecidos. Han sentido como el miedo, la culpa, la rabia, les eran inoculados desde la infancia y, poco a poco, han ido identificando sus frías y resbaladizas texturas, pero necesitan encontrar sus propias narraciones; hacer brotar un nuevo lenguaje de entre capas y capas de recuerdos y olvidos; dar forma al grito enmudecido, a ese legado de plomo que se ha filtrado por las ventanas de la vida, que ha llenado las páginas de los libros y acordonado los corazones.
Alia Trabucco Zerán
En La resta, Alia Trabucco anda y desanda los caminos ya recorridos por otros muchos autores que antes que ella se han hecho preguntas y han buscado entender, asumir, pasar la página. No es nuevo lo que cuenta, pero sí la forma en que lo hace, esa voz original que busca rasgar los cimientos, las conformidades, las sumisiones, para extraer minerales hasta ahora ocultos. “Porque solo vaciándome sería capaz de encarar ese viaje (deshaciéndome de costras, penas, lutos; pagando con lutos esa pena incalculable, una deuda que nos desfalcaría hasta dejarnos mudos)…” leemos en esta novela en la que se van contando los huecos que dejan las ausencias y se van perfilando los contornos de las grietas generacionales. “Mamá, perdóname, no sé dónde buscar esas cosas tuyas, de otro tiempo…”, escuchamos la voz de Iquela. Y en otro momento la vemos reflexionando sobre esas palabras de doble significado, palabras en las que tropezar y equivocarse, porque para los padres de la dictadura, los que lucharon en la clandestinidad, “una chapa no era la cerradura de una puerta, una cúpula no era el techo de una iglesia, un movimiento no era una acción, ni una facción un rasgo de la cara...”
Hipnótica, levantada sobre poderosas metáforas, la ópera prima de Trabucco nos lleva a respirar en algunos de sus trechos como si estuviéramos atravesando un poema y nos atrapa en la plasticidad de unas imágenes no exentas de un cierto toque surrealista, como cuando vemos a Felipe destrozar a un loro, tragarse la córnea de un ojo de vaca o pasear por Santiago comiéndose los tallos y el polen de las flores, primero rosas que “usaba y tiraba al suelo para después perseguir a los acantos, con sus lenguas blancas y su olor dulce, tan rico que las chupaba como flautas…”
La autora construye atmósferas de alucinación y nos conduce a planos y situaciones ambiguas: las escenas borrosas presenciadas en la niñez, las imágenes televisivas de fosas enormes, los secretos guardados muy al fondo de los cajones, las turbias experiencias sexuales, las relaciones equívocas del trío de protagonistas en su loco trayecto (itinerario, fuga, liberación) en busca de un féretro perdido en su repatriación desde la Alemania del exilio. La ambigüedad, la extrañeza, es el camino idóneo para hablar de la desorientación, de la búsqueda, de las orillas en las que se van construyendo las identidades. Y, por encima de todo, del duelo, del espeso y difuso manto del duelo colectivo. “La urgencia por sacar esas cuentas (por recopilar datos, cuerpos) es proporcional a la necesidad de un duelo que encuentra su forma contando tanto historias como muertos...”, señala en el epílogo que acompaña a la narración la escritora Lina Meruane, quien califica la novela como “un viaje iniciático sin retorno”.
Más de tres años le llevó a Alia Trabucco poner en pie esta entrega. Fueron más de tres años de pensárselo, de ir probando hasta que pudo construir las tres voces narrativas. “Ellas son lo esencial en la narración, junto con el lenguaje, el ejercicio de armar y desarmar ese lenguaje. La trama es lo de menos”, señala. Y confiesa que fue consciente de que no era nada fácil aportar algo nuevo a un tema como el de la memoria, un tema, por otra parte, inagotable, en cuyas fuentes bebió con fruición. Pensadores como Primo Levi y Hannah Arendt, escritoras como Herta Müller, autores más cercanos geográficamente como Nona Fernández, Alejandra Costamagna, Felipe Becerra, Álvaro Bisaura o María Eva Pérez, están en la trastienda de La resta. Todos influyeron, de algún modo, en el apasionante camino de elaboración de la novela.
Lo que hace Alia Trabucco en La resta es contar, de una manera diferente, haciendo uso de un diccionario renovado, las vivencias de su generación, una generación que no vivió la dictadura. “Sólo a través de otro lenguaje podía descubrir aspectos diferentes, hablar de esa etapa a través del resentimiento, incluso del humor, de un modo políticamente más activante, más motivador. Se trataba de salir fuera, de emprender un viaje para hallar sentidos diferentes y también de enrarecer el paisaje, los cuerpos, la sexualidad. El Santiago que se dibuja en la novela es un Santiago enrarecido, asfixiante…”, va explicando.
¿Cómo crecer asumiendo, superando, tanta tragedia, tanto dolor, tanto silencio acumulado? es el gran interrogante que abre esta novela en la que la autora ha buscado no darlo todo digerido a los lectores. “He querido plantear preguntas difíciles sobre el dolor, sobre el dolor de los padres, de los hijos… Se trata de preguntas que yo misma me he formulado, con las que he sufrido y que me han acompañado durante todo el proceso de la escritura”, asegura. Preguntas que parten de muy atrás, de la infancia, una especie de ventana desde la que ver los acontecimientos al trasluz. “Se trata de una infancia no idealizada, porque, aunque los protagonistas eran niños en los tiempos de Pinochet y en los primeros años de la Transición, también palpaban la violencia, una violencia soterrada que traspasaban a sus juegos”, señala Trabucco, para quien, esa violencia, esa rabia, siguen presentes en el Chile de hoy y hay que asumirlas sin ningún tipo de temor”.
“Nos han enseñado que la rabia, el resentimiento, son feos. Nos han enseñado a normalizar el miedo, a utilizarlo como barrera para no desestabilizar las cosas. Y es necesario que haya temblores para que surja lo nuevo”, reflexiona esta mujer expresiva, observadora, combativa, que en su paso veloz por Madrid para presentar la novela, mostró mucha curiosidad por el momento de ruptura que se está viviendo en España a nivel social y político, por el contraste entre el surgimiento de nuevas formaciones y plataformas ciudadanas, impulsoras del cambio de rumbo, y el endurecimiento de leyes de seguridad que intentan amordazarlo.
“En los procesos de transición en España y en Chile tras las dictaduras hay muchas similitudes. En Chile el pacto de silencio se rompió muy tardíamente, a los 40 años del golpe. Yo vivía entonces en el extranjero, pero justo estuve allí en esos momentos en los que, de pronto, todo empezó a salir a la luz y fuimos conscientes de lo profunda que había sido la capa de silencio ante el terror vivido. En cierto modo me preocupó que todo eso llegara a banalizarse, que se convirtiera en una mera repetición vacía de contenido”, declara.
Trabucco habla del latido del pasado, de “la tensión existente entre la necesidad de desprenderse de él y el deseo de quedarse con algo para siempre”. Dice que los silencios, las caretas de la represión, forman parte de “una sociedad muy reprimida, muy temerosa, un poco traumatizada todavía”. Señala que fuera se ha vendido la imagen del crecimiento económico, pero que “el neoliberalismo brutal ha provocado grandes desigualdades”. “Es tal el nivel de conservadurismo”, asegura, “que cualquier pequeño avance es visto como una amenaza: en la educación, en lo que respecta a la situación de la mujer, tan precaria que no se acaba de admitir el aborto ni siquiera en los casos extremos de violación. Hasta ahora los chilenos se han conformado con lo poco que se ha ido consiguiendo. Con Michelle Bachelet, la actual presidenta, se están impulsando cambios, pero no son suficientes. Creo que ahora estamos empezando a creer que podemos pedir más”, sigue argumentando la escritora. Y todos sus argumentos, lejos de estar fuera de los márgenes, de la novela, la explican, porque el proceso de crecimiento, de liberación, de los personajes de La resta puede entenderse también como la necesidad de crecer de toda una sociedad hasta ahora intimidada.
Alia Trabucco entiende la literatura “no como un espacio privilegiado, ensimismado, elitista, sino como un lugar desde el que debatir, discutir, dialogar. Asegura que son muchos los autores que le interesan, pero, sobre todo aquellos que se muestran “más críticos, más radicales”, aquellos “que son capaces de hablar de los extraños momentos que vivimos e incluso de adelantarse a los acontecimientos”. “Siempre estoy buscando ser interrogada por ellos y siempre estoy atenta a lo que tienen que contarme mis contemporáneos”, asegura. Entre los nombres que cita está la autora rumano-alemana Herta Müller, a la que califica como “difícil, conmovedora, poderosa” y de la que ha tomado una cita (“La recolección es nuestra forma deduelo”) para iniciar la andadura de La resta.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Alia Trabucco:
"La violencia y la rabia, siguen presentes en el Chile de hoy"
"La resta", Novela. 279 pp, Editorial Demipage, España, 2014
Por Emma Rodríguez
Publicado en LECTURAS SUMERGIDAS, España, 25 de febrero de 2015