En el ejercicio de desnudar la palabra poética hasta alcanzar la máxima tensión de sus posibilidades se esconde un secreto afán por volver al origen, la búsqueda por situar la experiencia acumulada en el principio (ex arkhés). El poema breve es el que más se confía a esta pretendida plenitud, a riesgo de valerse únicamente de evocaciones, sin por eso reducir su capacidad expresiva. Lo que consigue a cambio es una fértil alianza entre la aguja viva del lenguaje y la trama oculta tras la realidad más evidente. La última publicación de Diego Alegría, versare (Ediciones Tácitas, 2024), nos conducepor ese cauce de la palabra que avanza “leve en lo profundo”, un esfuerzo de consolidación de un proyecto que tiene en miras la precisión verbal, siempre y cuando obedezca a su llamado primigenio.
Diego Alegría
Más valdría detenerse sobre la concisión de la poesía de Diego Alegría, pues su verso breve lo es más por el gran conocimiento de las pausas y del ritmo, espacio necesario para que la palabra y la imagen decanten marcando su propio paso. Antes que breves, diríamos, son versos de lento andar. Esto ya estaba preanunciado cuando luego de publicar Raíz abierta (Pez Espiral, 2015) apareció la plaquette y sin embargo los umbrales (Mago Editores / Cuadernos de Casa Bermeja, 2018), en la que tomaban lugar poemas de mediano aliento y versos de una duración mayor. Dicha plaquette se ha convertido en esta edición en un logrado poema largo, denominado “estancias”. Ambas publicaciones reunidas en versare constituyen lo que es quizás un afortunado elogio de lo efímero, el momento de compenetración entre las apariciones, lo inasible, y la palabra.
Dicha fijación por hallar en lo fugitivo lo imperecedero es una manera peculiar de explorar la realidad, siempre “detrás”, “más profunda”. Acaso para hallarla se deba invertir los signos, como “las raíces” que “se abren al cielo”. Esto que hace tan distintivos los versos de Diego Alegría descansa en la confianza que deposita en los elementos intuitivos de la palabra poética (los objetos reconocibles como el árbol, la roca, el eco), es decir, más allá del concepto y más acá del símbolo. Sus imágenes bien pueden ser estáticas como conformar un afluente que gira en torno a lo conocido para llevar el poema hacia la otra vereda del silencio y la contemplación. No necesita de otros aditamentos, es lo que diríamos un minimalismo contrastado con continuos destellos de “fenómenos terrenales” que se encarga de invertir en búsqueda de una nueva perspectiva: “el sonido anterior a la palabra”.
Ello se refleja mejor aún en la tercera y última sección de versare: una serie de tercetos con una estructura casi regular de enunciados, sustantivos con artículos determinados (la raíz, el peso, la montaña) que le otorgan a los objetos, la mayoría de ellos naturales, contornos definidos. Obedece esto a un ejercicio de topografía que no llega a tematizar la naturaleza, más bien la presenta en toda su sustancialidad, a modo de recuento de sus recursos simbólicos. La síntesis de sus poemas no es una que se aferra a las meras particularidades, sino que de allí se dirige a lo universal, en la búsqueda de una realidad más amplia y de una mirada más abarcativa. En ello, el poeta tiende a sustraerse justamente para darle permanencia, lo que tiene como resultado un considerable número de encuentros prodigiosos.
Con esto decimos que su lenguaje es cada vez más escueto y depurado. Escasean las estructuras sintácticas complejas y la mayor parte del tiempo nos encontramos con versos nominativos. Por supuesto que la vuelve una poesía cristalina, no por ello menos vertiginosa ni menos grave. Esos “meandros de lenguaje”, como ha anotado Marcelo Pellegrini, nos llevan a pensar que para la poética de Diego Alegría —y así lo señala una antigua expresión— todo poema es demasiado largo.
Como Diego Alegría, no han sido pocos los poetas que en el último tiempo se han volcado por la brevedad, llevando sus registros hacia una cada vez más exigente capacidad de síntesis. Podrá ser propio de un momento de la historia en que la palabra abunda, llevando al poema a sus contrarios, o bien se trate de una nueva sumersión en las lagunas del silencio. En cualquier caso, el poema breve lejos está de responder a una tentativa única y común, y lo cierto es que aún es demasiado temprano para esbozar un sentido de adhesión a una pretendida tendencia literaria —lectura cada vez más desprestigiada. Eso hemos de comprobarlo con el mudar del tiempo.
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Sobre "versare" de Diego Alegría.
(Ediciones Tácitas, 2024, 92 páginas).
Por Benjamín Carrasco Bravo.
Publicado en 49 ESCALONES, 21 de marzo de 2025.