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Estos pederastas que nos gobiernan*


Por Blanca Espinoza C.


Toda palabra dice algo más de lo que debiera y
también menos de lo que debiera expresar.

José Ortega y Gasset

Situación delicadísima. Seres humanos que por razones sociales y económicas llegan a tener la facilidad de estar a la cabeza de un grupo político y en nombre del poder cometen los actos más escandalosos y abominables y siendo personajes públicos tienen el descaro o el derecho de seguir declarando en tribuna abierta y garantizada públicamente como si fuera la cosa más natural : haber violentado sexualmente a menores, causándoles un daño físico y psíquico, prácticamente, irreparable. En estos momentos de la historia, podemos afirmar que los hechos relacionados con abusos sexuales dejan fría a una buena parte de la raza humana. Gravísima la pérdida de la sensibilidad. ¿Es acaso tolerable este hecho? ¿Hay excusas para un individuo que maneja todo un poder desde su propiedad agrícola de Metrenco hasta un puesto en el Senado, representando a un partido político oficial de su país? ¿Hay excusas para otro individuo que se encontraba a la cabeza de una Gran Municipalidad? ¿Podrá existir el hecho de buscar excusas a declaraciones de daños causados a ciertos menores que han declarado haber sido abusados literalmente por estos pederastas? ¿De qué forma podríamos tolerar estas excusas, no significa acaso obviar o desmentir las declaraciones hechas por 4 víctimas? ¿O es que 4 víctimas no son nada? Algo que hace eco a las opiniones de los partidarios de Pinochet que declaraban descaradamente que los desaparecidos no eran más de 10 bajo la dictadura, como si 10 muertos fueran una bagatela y justificaran la bonanza del régimen. ¿Es posible seguir contemplando el rostro de un Lavandero y no se sabe de cuántos más, sin sentir el pánico de tenerlos como aclamadores de verdades prepotentes, de convicciones que parecen farsas, después de estas revelaciones? ¿Cuál es la opinión del Sr. Lagos frente a todo esto? ¿Podemos suponer que la violación de un niño merece alguna duda en cuanto a la pena para los pederastas? ¿Los castigamos con algunos años de cárcel o los expulsamos del partido? ¿O les damos un tratamiento psicológico? Y mientras tanto, les pagamos a las víctimas una suma considerable impuesta por ley para disimular quizás cuantas fechorías más que hubiera podido revelar la declaración de esos 100 testigos. ¡Porque se declaró que había 100 testigos! ¿Qué tenían que declarar estos 100 testigos? ¿O el Gobierno del Sr. Lagos y su justicia prefieren pensar que es mejor mantener a la gente en silencio, miedo al escándalo, miedo a destapar la olla, miedo a qué, a verse involucrado? Es nuestra forma de pensar, sin embargo: ¿Acaso no es el mismo procedimiento que vimos en la dictadura de Pinochet?

¡Qué fiasco para la política de un país! Un grupo de parlamentarios pertenecientes a una red de pederastas encabezada por el empresario Claudio Spinak. ¿Qué confianza podemos tener en estos hombres, en estos supuestos capaces políticos, empresarios y alcaldes que ocupan sus energías en orgías con niños, víctimas de deseos obscuros? Acaso, no deberíamos, en el futuro, preguntarnos antes que nada si este candidato es o no es un pederasta? Sra., Sr., antes de votar o de escuchar el discurso de un hombre público chileno pregúntese si es pederasta? Exija elucidar la pregunta. Muchas oportunidades para estos pederastas, demasiadas indulgencias. O quizás, por más de alguna cabeza pase velozmente la historia para decidir simplemente que todo gobierno ha tenido sus debilidades y sus hombres y mujeres con fobias, taras, perversiones, enfermedades físicas, psíquicas, enfermedades incontrolables, vicios etc., y así excusar la existencia de estos pervertidos de doble cara, que deberían estar encerrados hasta confirmar que no van a hacer más daño. Esto nos lleva a formular la siguiente pregunta : ¿Existirá en este mundo alguien que crea que los niños violentados pueden sanarse? ¿Sabe Ud., ha pensado Ud. lo que puede sentir un niño frente a un adulto que lo amenaza, que lo amedrenta, que lo toca y que lo ensucia? ¿Es Ud. capaz de ponerse en el lugar de ese niño que se enfrenta a un adulto deseoso de satisfacer sus ansias sexuales, depravadamente, en él? ¿Cómo cree Ud. que hizo todo esto Lavandero y compañía, cree Ud. que hubo delicadeza y que hubo palabras de amor, o cree Ud. que hubo consentimiento de la parte de esos menores? ¿Cree Ud. que a esa edad, los niños están ávidos de sentir placer sexual, sobre todo viniendo de un adulto depravado, pervertido, envilecido, inmoral, crapuloso, degenerado, tantos sinónimos que califican a estos pederastas y a aquellos que todavía están protegidos por el silencio de otros culpables? ¿No cree Ud. que quién calla es también culpable? Hemos sido capaces de ver protestas y huelgas por un aumento de sueldo, por una causa política, por más trabajo. Hemos visto a los profesores y a los alumnos en acción por causas mucho menores que el abuso sexual de menores. Porque supongo que Ud. puede darme la razón, cuando afirmo en este texto, que no hay crimen más vil que darle a un niño el repudio a la vida, el repudio a sí mismo. ¿Debemos entender que el hombre es incapaz de ir más allá para gritar contra la violación de un niño? ¿Creerá Chile que Lavandero es inocente? ¿Puede Lavandero utilizar las palabras: protección, justicia, respeto sin darles inmediatamente un sentido de suciedad, de náuseas, de carroña?

¡La justicia ya es un hazmerreír universal! ¿A dónde vamos con todos estos crímenes impunes? ¿Deberíamos llegar acaso a probar la virtud de cada individuo antes de darle un título profesional o público? Deberíamos llegar a publicar en el Diario Oficial exactamente como cuando alguien se divorcia y vuelve a contraer nupcias : ¿Tiene Ud. algo que declarar en contra de este tal individuo para darle la posibilidad de actuar públicamente, conducir masas e influenciar a generaciones de jóvenes? ¿Tendremos que llegar a estos extremos para asegurarnos el bien humano?


* Parodia del título del libro “Ces malades qui nous gouvernent” (Estos enfermos que nos gobiernan), de Pierre Accoce y Pierre Rentchnick (Stock, 1976, París).

 

 


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