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La Poesía de Carlos Germán Belli
Sextinas y otros poemas


Por Julio Ortega

 

Una tradición realista ocupa buena parte de la poesía peruana. Naturalmente, la realidad es aquí la circunstancia: el malestar social, el divorcio entre el individuo y su medio, la invalidezdel pasado peruano, la depresión de un presente sin signos de real cambio.

Y esta condición de la poesía peruana está obviamente relacionada con la situación marginal de la literatura en el marco depresivo de una sociedad dependiente. De aquí que aquella tradición realista buscara deslindar su propio papel: ¿poesía de testimonio?, ¿poesía de denuncia social?, ¿poesía aleccionadora, política? En estos dilemas, la mayoría de nuestros poetas perdieron la posibilidad de explorar sus propios mecanismos: la posibilidad de ampliar una visión de la realidad, más compleja. Una ilusión fatal (la inmediatez de realidad y lenguaje) parecía simplificar lo real a un catálogo temático. Así, no es extraño que los mecanismos formales empobrecieran. Y también la posibilidad de incorporar más críticamente las mismas situaciones asumidas.

Es por eso que la poca poesía peruana de exploración verbal y más complejo cuestionamiento (los notables poetas Eguren, Martín Adán, Oquendo de Amat, Cesar Moro) es insular en el marco de intereses de la poesía peruana de los últimos años. Cabría también preguntarse en qué medida la capacidad de exploración de Vallejo ha comprometido esa tradición realista.

Pero tal vez la poesía es en muy escasa medida un proceso literario: un solo poeta (Vallejo) puede hacer estallar el proceso poético de un país, o su ausencia en ese proceso puede denunciar su anacronismo (Moro). La realidad y la palabra no son evidentes en sus contactos, como creían las estéticas ingenuas, sino que se modifican mutuamente, y así se amplían.

Precisamente, la poesía de Carlos Germán Belli está más allá de las preceptivas y su aventura invalida las escisiones de una poesía "realista" y otra "imaginaria": nace de una circunstancia concreta dentro de una ambición formal; así, asume una modernidad postergada y supone una incidencia contemporánea. Si se quiere, Belli podría ser un poeta neorealista porque su testimonio se da en un contexto social y termina definiendo al ser humano en una vasta depresión actual. Pero también podría hablarse de una poesía expresionista, porque esa inserción está trabajada de tal modo que las formas quiebran a los temas, los prolongan en hipérboles, y el lenguaje es una deformación metafórica, un desgarrado espacio. Pero al mismo tiempo esta poesía está relacionada con el surrealismo, por la exultante e irónica presencia del yo. Presencia que luego se reviste de una máscara barroca, de claroscuros patéticos, y de un lenguaje arcaizante en una sintaxis clásica: poeta clásico, finalmente. Y esta conjugación, esta polivalicencia, supone una vuelta de tuerca en el proceso realista de la poesía peruana: Belli habla en un lenguaje que es confesional y simbólico a la vez; un lenguaje tomado de los poetas del Siglo de Oro pero desplazado de sus contextos originarios. O sea: inventa una suerte de jerga tradicional, de cultismo irónico y barroco, para capturar e imaginar la realidad. Así el testimonio es el estallido de la realidad en el poema. Y el núcleo de este proceso es el yo: la persona poética, que testimonia su experiencia traspuesta en lenguaje.

Esta aventura se inicia en 1958 con un primer texto: Poemas, al que puede sumarse por espíritu una breve plaquette, Dentro & Fuera (1960). En estos textos Belli deja ver sus afinidades poéticas: el surrealismo, movimiento al que estuvo muy adherido y que sigue manteniendo tutelarmente, porque Belli a pesar de ser un poeta confesional —o por eso mismo— prefiere asumirse marginalmente, cerca de una literatura convertida en subterránea entre tantas urgencias de las sucesivas estéticas. Esta secreta y preservada base surrealista alimenta no sólo su obra, también sus más personales actitudes en un medio cuya hostilidad nunca será suficientemente descrita. Pero esta marginación es también un acto central: no en vano la imaginación prolonga hoy lo real, lo cuestiona. En estos textos aquella adhesión surrealista se daba más bien en una fresca aunque ya irritada vitalidad. Pero ya en esos primeros poemas, donde la ironía no había tocado el drama, se percibe un clima sicológico muy concreto, porque la poesía de Belli nace de estímulos directos, que traspone, y su exasperación anuncia la nueva sensibilidad estética que entre el juego y el drama va mostrando las relaciones de un individuo y su tiempo. En esta síntesis, tiempo y medio son sin duda una misma razón.

El tercer título de Belli (¡Oh Hada Cibernética!, 1ª edición, 1961; 2a edición aumentada, 1962) deja paso al drama y el juego se repliega: el contexto del libro es el malestar social del individuo, que suscita una nihilista y sarcástica visión de la realidad. Declarando en un desgarramiento confesional su marginación, y el consiguiente sentimiento de frustración y culpa, el poeta describe un universo visceral donde el individuo es desintegrado. Así, aquella visión reduce al individuo a una corporeidad fragmentada y sufriente: huesos, tuétanos, feto, tartamudo, manco, seso, heces, bofes, forman parte de un vocabulario que concluirá en polvo y nada. Esta hipérbole verbal es también una metáfora del yo en el libro, un espejo enfrentado a la realidad de lo horrible que se testimonia con la aplicada obsesión de una tautología tenaz. Incluso el mismo "linaje humano", en este radicalismo confesional, es canjeado por otros rostros, de animales o de rocas, porque la rebeldía de Belli es también una negación metafísica, una reducción al absurdo, de la realidad humana.

Pero este desgarramiento confesional está organizado sobre un tratamiento formal de origen clásico: Belli ha optado por las formas menores del XVI español, y ha recurrido a una sintaxis muy elaborada, asi como a un léxico arcaizante y hasta alegórico que conjuga con voces del habla popular limeña. De este modo, su poesía se proyecta hacia una zona verbalmente hiperbólica en la que adquiere su formulación de la realidad: un patrón de lengua tradicional, en una forma decididamente diferenciada por su rigidez insular, crean para esta poesía su peculiar modalidad, una zona literal desde la cual el dramatismo del poema adquiere una singular eficacia parabólica. Si en Garcilaso —para hacer un ejemplo— el lenguaje sensibilizado dignificaba el dolor, en Belli es el marco de una lengua tradicional el que dignifica o enmascara y al mismo tiempo revierte con una curiosa nitidez —como si el absurdo pudiera mostrar mejor al individuo sufriente— ese dolor, que ni siquiera es diverso, que siempre es el mismo, en su recurrencia obsesiva, suerte de variaciones sobre un mismo tema; y esto nos llevaría a suponer que Belli intenta un único poema, o un poema minuciosamente reiterado porque su libro prolonga espectralmente aquel testimonio nuclear.

El poeta uruguayo Juan Cunha muestra un trabajo similar sobre formas tradicionales; sólo que su excelente poesía opta por una solución contraria: la literalidad en su caso es una hipérbole oral, porque su poesía se desenvuelve en reiteraciones que hacen fluir, tal vez buscando el diálogo de la comunicación, la rica reflexión dramática del poema. Belli persigue más bien fijar sus motivaciones en un vocabulario y una sintaxis trabadas, replegando al poema sobre sí mismo, complicando en los subterfugios de su barroquismo la desnudez del yo confesional, huyendo del diálogo, refugiándose del mismo testimonio en una suerte de autogrotesco; en una zona donde el yo del poema se convierte en otro, porque esta persona poética es una máscara que se observa a sí misma, objetivándose en la fuga que prepara para autoatraparse. Quiero decir que en la confesión del yo el poeta crea una serie de subterfugios para desnudarse ocultándose: el mismo lenguaje es una máscara trabada en el escenario de la sintaxis y vuelta a trabar en la pequeña mitología del poema.

Por eso, la temática del libro está configurada por su tratamiento verbal: la sociedad y sus mecanismos de frustración en el laberinto de un tiempo contemporáneo, significan desde un laberinto formal. El rigor verbal de este cuestionamiento poético suscita al mismo tiempo la nitidez del horror. En un mundo inflexible, el individuo aparece herido y vuelto a herir por "la lanza de los códigos terrestres", heridas que el poeta recuenta, atrapado entre la oscura presencia de "los amos" y la improbable presencia de un hada —irónicamente— "cibernética''.

El pie sobre el cuello (1964) y Por el monte abajo (1966) sus dos últimos textos, conforman con el anterior una misma secuencia, si bien en El pie sobre el cuello se advierte una mayor fusión de individuo y forma poética; esto es: ha amenguado el testimonio y emerge el maduro tono del drama asumido como absoluto poético. De aquí que Belli elija formas más ceñidas todavía, una sintaxis más abigarrada, y su vocabulario se reduzca a términos claves deliberadamente reiterativos. Belli ha logrado ya conjugar un estilo pcrsonalísimo, llevando todo su cultismo a una zona propia; y el resultado es una poesía ricamente ambigua, de un complejo claroscuro.

Un hecho fundamental revelan estos textos: el drama como absoluto poético no es aquí, como podría parecer a simple vista, un nihilismo; es cierto que prevalece una implícita formulación de la existencia como tragedia irritante e ironizada; pero hay algo más: en primer lugar, advertimos que la opción por las fórmulas clásicas no se ha operado a un nivel sólo literario o trasmutador del "significado" del poema, sino que esas formas corresponden, precisamente, al significado fundamental de su obra, a su visión de la realidad. Esas formas son el punto de vista del poeta: a partir de ellas y desde el íntimo sentimiento de una espiritualidad organizada —que esas formas parecen suponer en su contexto poético originario— que Belli capta y asume la realidad actual; de modo que traspuestas a una atmósfera opresiva y desintegradora, al tenso mundo moderno de su testimonio, esas formas —sintaxis, léxico, imágenes— adquieren un valor de contradicción, están entre el pastiche y la nobleza verbal, entre la profunda caricatura y la aspiración a una coherencia perdida. Esta tensión fundamental entre una irritación actualísima (que reconoce su filiación con el absurdo literal y con la crítica concreta) y una perspectiva verbal barroca, arcaizante, crea para la poesía de Belli aquella zona hiperbólica que decíamos, aquella parábola refractada perentoriamente sobre una realidad nuestra. Si hablo de este sentimiento de una espiritualidad organizada, es claro, que me refiero al sentimiento que esta poesía comunica en el uso de esas formas y de ningún modo, como es obvio, a la situación cultural e ideológica que dictó el barroco —donde tal vez lo orgánico— formal es una hipérbole de un deseo muy concreto de realidad.

De aquí la extraña correspondencia que se advierte en estos poemas entre un sentimiento de madura contemplación y otro de desgarrada vicisitud:

.... No eches aún por mi súbita mudanza
¡ay muerte!, el bofe y rompe el contubernio
ya antiguo con mi fiero trabajuelo,
que tan de poca monta es cuanto priesa
por halar tienes rauda mis despojos,
y que a bocados va despedazándome,
como leonera asaz endemoniada;
pues quiero que en su seno mi progenie,
por quien boto yo el bofe, tal conmigo
a la sazón mis trasudados padres,
o al presente, ¡ay infatigable muerte!,
cobijar pueda, bien que muy lejana,
de mí siquiera una leve memoria.

(Poema)

Por otro lado, estos poemas esperpénticos de Belli —donde el origen surrealista se ha trocado en un barroquismo radicalmente insular— parecen concretar también los símbolos o las imágenes recurrentes de su poesía: el Cepo de Lima, el Fisco, Cupido, la humillación, el lenguaje maldiciente, el error constante de vivir. Figuras muy transparentes en sí mismas, pues estos poemas remiten siempre a aquel contexto social frustrador de modo que anuncian la concreción de sus orígenes. Pero aquí tal vez lo importante es ver de qué modo a través de una evidentemente reducida temática esta poesía ha ido formulando sus relaciones con la realidad: la poesía de Belli es un cuestionamiento de la realidad a partir de la experiencia individual. Sus relaciones, así, con la literatura del absurdo se dan sólo en aquellas zonas hiperbólicas porque, más allá del nihilismo, la poesía de Belli reconoce, por su insistencia temática, una voluntad de ligazón a la realidad que la dicta. Y el recorrido de esta poesía, a pesar de su reducido ámbito y de su brevedad, o tal vez por eso mismo, es amplio: Belli en su insistente negación y condena de una realidad concreta —a partir de una casi total persona confesional— ha estado afirmando, por oposición, tácitamente, un orden distinto donde las relaciones de la vida privada y la vida pública se armonicen y conjuguen, donde el trabajo, la familia, la sociedad, y la sociedad como destino del individuo —círculos del infierno que testimonia—, adquieran un sentido humanista al integrarse fuera del horror y la muerte cotidiana. Belli no nos dice nada de esto, pero un afán de unidad —de comunión y también de belleza— aparece justamente cuando mayor es su violencia, su condena. Así el núcleo de la experiencia personal vuelve a proyectarse como medida de lo real, como profunda crítica a esa realidad, en este caso, y como apasionada voluntad de trasgredirla en el lenguaje, en la solitaria y exorcista literalidad de un grotesco verbal elaborado por el poeta para fundirse con un mundo que rechaza y que ataca con el negro humor de su magia también negra, con el deseo en fin*.

El deseo —que rechaza y convoca— está también en el lento rito verbal de las sextinas de este nuevo libro de Carlos Germán Belli. El laberinto del horror es otra vez testimoniado desde su contemplación en el arte reiterativo —espiral y eco— de la sextina. El deseo suscita también otras resonancias: el cáustico humor, el amargo erotismo, la furiosa mansedumbre del poeta como personaje.

Pero esas resonancias pertenecen ahora al lector. El lector no requiere de la crítica para recomponer un diálogo poético. La crítica sólo puede sugerir que ese diálogo es complejo y, en este caso, notablemente valioso.

 

 



 

LOS ESTIGMAS

En los retrovisores espejuelos
de mi flamante coche día a día,
por el arrabal del burdel al paso,
de mudanzas un gris camión horrible
llamado "Los Estigmas" yo diviso,
cuyos focos cual mortecinos ojos,
por entre la neblina de la noche,
en perseguirme nunca cejan fieros,
cual si mi chasis óptima región
y convenible como pocos fuera
a las atrocidades del defecto
o al tirano motor envejecido,
que bajo su gobierno así se yace
ya fuera de la pista, ya sin ruedas

 

 

EN EL COTO DE LA MENTE

En las vedadas aguas cristalinas
del exclusivo coto de la mente,
un buen día nadar como un delfín,
guardando tras un alto promontorio
la ropa protectora pieza a pieza,
en tanto entre las ondas transparentes,
sumergido por vez primera a fondo
sin pensar nunca que al retorno en fin
al borde de la firme superficie,
el invisible dueño del paraje
la ropa alce furioso para siempre
y cuán desguarnecido quede allí,
aquel que los arneses despojóse,
para con premeditación nadar,
entre sedosas aguas, pero ajenas,
sin pez siquiera ser, ni pastor menos.

 

 

SILVA ANTIBIOTICA

Desta antibiótica tableta
cuándo un fugaz efecto al fin siquiera,
si en los arcános horizontes gira
cual la luna en el cielo,
que aquicito nomás,
al encubierto en tanto
el patógeno troglodita aprieta
las uvas del racimo corporal,
cuánto forzudamente,
más que aquilón a amarillas hojas.
Que vengan los efectos
a prisa cual la liebre,
antes que el día mude en negra noche,
y a vivir empecemos
en un puntito atroz,
flotando acá, flotando allá fiero
por entre las moléculas
de la gran antibiótica tableta,
en vano día y noche recetada
para no eternizar
éstos que somos hoy cien mil patógenos.

 

 

EL USO DEL TALON

Este talón, ¡oh hi de aire!, hoy por hoy aún pequeño,
los hados por ventura lindamente te han dado,
a prisa para andar como otros sobre el suelo,
con arreglo a las leyes del globo sublunar;
porque todo es cuestión de talón, ¡oh hi de aire!,
que quien lo tiene no rompido puede andar
y al seno entrar del valle y recoger después
ras con ras con la grey el pan llevar del suelo;
mas la memoria siempre en el precepto fija
de nunca hollar jamás con el calcañal propio
ni al hombre, ni la flor, ni el insecto. Así sea.

 

 

SEXTINA DE LA DISMINUCIÓN

Del álbum de familia la gran foto,
en donde el continente de los kilos
repartido fue lindamente en trozos,
en los haces y enveses deste fardo,
bajo las vueltas de divina soga,
ciñéndo con el celo de su nudo.

No faltaba de la razón el nudo,
como bien puede verse en esta foto,
y aun de flamante nylon era la soga,
que unía los recién pesados kilos,
en el interior del prenatal fardo,
engarzando entre sí todos los trozos.

Como piezas de máquinas los trozos,
cada cual con su inextricable nudo,
entre los pliegues del corporal fardo,
que lucir nunca hicieron en las fotos
bajo arpillera mal mezclados kilos
ni en Rayos X tumefactas sogas.

Más cierto día rómpense las sogas
y descuajaringados van los trozos
volando por el aire con sus kilos,
por no haber la fijeza del buen nudo,
y cuando hay que tomar hoy nueva foto
no saben cómo hacer pesar el fardo.

Así despachurrado se halla el fardo
por exclusiva culpa de las sogas,
y nunca más en otra nueva foto,
en dulce popurrí estarán los trozos,
sino por siempre desatado el nudo
y ya sin continente cada kilo.

En fin ahora sólo febles kilos,
cuyo peso no vale nada en fardo,
y ni híbrido son por no haber el nudo
del todopoderoso de las sogas,
que desmembrado yace cada trozo
antes del acabóse de la foto.

Danos, Dios mío, de tu soga el nudo,
que si no en nueva foto qué de trozos
y aun kilos como pizcas en los fardos.

 

 

AL INVIERNO

Tal aquilón, tal cierzo, tal favonio
impelidos, invierno, en vueltas mil
contra el orbe en litigio por tí sólo,
en cuyas aguas, éter y montañas
mañana y noche van dejando siempre
planetarios horribles sabañones;
y todo tal entonces
que al roble, al avión o a los mayorales
ya ahora queda si menoscabados
del yelo no son sólo,
sino de soplos que lanzarlos fieros,
como partículas por los ciclos osan.

Pues del roble el troncón caído torna
por una de tus iras explosivas,
al bajo suelo donde se alzó ufano,
y aun del valle el grande mayoral,
o el desalado avión del celeste éter,
al punto también tornan cuan remisos
donde partieron fúlgidos;
qué me queda tras ello, qué me queda
si avión, roble ni mayoral soy nunca,
y no sé en dónde estar
para escapar del ajo de tus iras,
que ni el gusano cédeme su antro.

Estas, invierno, ABC vitaminas,
que cada vez al paso de los siglos,
cuanto más ciudadelas nunca mías,
de tu fiereza en contra se levantan,
tanto menos son petos poderosos
en cada cuerpo ayer impenetrable,
que de aura en aura rueda,
como de peña en peña el primer cebo
do la res en la caza mayor muerta,
pues torso, patas y alas,
en universos de microorganismos,
bajo tu mortal soplo se desmembran.

Mas ahora yo apelo a los orígenes,
pues en tu fase a este mundo vine,
y quédeme por siempre padeciendo
de los desdenes silenciosamente
el soplo más inmenso que aquilón,
de ajena Filis como el yelo fría;
que primero que humano,
de tu linaje soy por los hados,
por lo que sé que al fin descubriré
en tu aire el dulce ceño
o en tus nieves la oculta calentura,
que sólo en sueños tengo por ahora.

 

 

LOS ENGRANAJES

A Enrique Molina

Por ningún lado puedo mirar aún
los modales del engranaje finos,
aunque más día y noche aquí los busque
entre miles de máquinas flamantes,
que la fábrica cada rato engendra
por aligerar el trajín del globo;
mas en vano ya fuera
si acaso descubriera acá en la vida
el perfecto engranaje codiciado,
tarde sería para ensamblar todo,
que como piezas sueltas,
del cuerpo y alma cuánto quedaría.

Estas grandes máquinas ya dos siglos
sus invenciones nunca ceder quieren,
ocultando a los austros celosísimas
la cerúlea mecánica que gira
cada sinfín tornillo del planeta,
bien de hierro inoxidable, bien de carne;
y a quién elegirán
éstas que esquivas son hasta la muerte,
más que vírgenes bellas pudorosas,
guardando bajo tutelares níqueles
el pubis del piñón,
que no engrana con desdentada rueda.

Así me paso día y noche siempre,
tentando por doquier de coronar
los actos cotidianos intrincados,
y alguna vez en el mundano vientre
de un simple mecanismo entrar feliz
para alimentar yo también al globo;
y si andando los años,
las tuercas mías no embragaren nada,
cómo quedaré, ¡ay Dios!, desconectado,
más mísero que bruto, piedra, planta,
quienes ufanos viven,
cada cual cuán seguros en sus reinos.

Ya poquito siquiera engargantarme
a la invisible rueda de los astros,
al fin a la par del tornillo aquel,
que nace, vive y muere inoxidable,
suavemente cual amarilla seda,
por ordenanza de los cielos ciega;
pues soy acá cuán célibe,
aguardando que algún herrero engrane
un borde mío al hemisferio ajeno,
para que vuele, corra o nade al fin,
entornillado yo
al aire, tierra o aguas. Así sea.


 

 

 

 

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La Poesía de Carlos Germán Belli: Sextinas y otros poemas.
Prólogo de Julio Ortega
Fuente: Sextinas y otros poemas /Carlos Germán Belli.
Santiago de Chile : Universitaria, 1970. 61 p.