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CRÍTICA




"UNA CARTA"



Claudio Bertoni.
Editorial Cuarto Propio.
Santiago, 1999.
66 páginas

por Alejandra Costamagna

La herida se abre. Al frente está el emisario, sobreviviente, jadeando, descreído y vuelto a creer, bebiendo siempre de la fuente ésa, con el mismo loco afán y la lengua evaporada. A veces no es Bertoni, sino su doloroso el que habla. A veces es él mismo anestesiado, poseído por la protección de su alma asceta. Escritos en estado de dolor. En "Una carta" están las palabras estoicas (y uno siente tan mezquinos los propios oídos). Están en su cabeza pezones, Claudia, un poto, esa rubia, una persona chica, un cuadro de San Sebastián. Pero, perforado en su alma, está Bertoni. La piel de una mujer para cifrar el abandono de cada día, el propio, el del estertor. Para chillar auxilio. "¡Debemos salvarme! Ése es el grito. Ésa es la consigna. Pero todo esto es algo muy silencioso. Es de un trabajo aquí, entre las uñitas, como de una cosa asquerosa y muy íntima. Es una conflagración personal y muy íntima mía y muy púdica y muy pudorosa y muy instransferible y muy espaciosa y sobre todo para mí es preciosa".

Es una carta, pero es una ventana abierta, más bien. Así, muy intrusos, nosotros contemplamos el vértigo y el trance. Leemos el amor, los ejercicios de desapego, nos drogamos. El amor, sí, pero ante todo su ausencia. Los polos: por cada vibración de júbilo, una porción equivalente de martirio; una mueca de hilaridad canjeada por otra de prudencia. Es todo. El amor después del amor, siempre la misma adicción. A veces uno lo lee y lo escucha bien y le parece que tiene acalambrado el corazón. Se le arrugan los labios de tanto arañazo, se le fija la pupila en unos ojos cuchillitos. Pero no hay ira en Bertoni. Eso sí hay una daga o un corazón apuñalado o, al menos, esa herida abierta. Hay el dolor. ¿Y qué hacer con tanto dolor? ¿Donde guardar estos calambres? Tú enciendes la grabadora y te dejas comer los tallarines de tu cabeza y entonces haces el poema y luego te lavas el pelo. Tú caes y nos golpeas con tu nuca sangrante. A ti todo te parece curioso y una, que es curiosa, te mira, te lee, quiere escucharte, te ve tan curioso. Tú escribes la carta y te das vuelta y vuelves sin remitente a retiro. ¿Nunca te sientas en el sillón de los destinatarios?

Arriesgo el lugar común, pero así es: Bertoni hace un poco de música. Leer "Una carta" es oírla. "No me has devuelto la calma. No me has devuelto absolutamente nada. Me has sacado. Me has saqueado todo el tiempo". No es bolero ni es la musiquilla de las pobres esferas. Es la cadencia de la desazón con su orquesta completa, muy cegada y limítrofe. Bertoni traga saliva y no hace más que topar fondo, emisario. La herida no se cierra. Habría que respirar por la boca, profundo, tragar todo el aire de Con-Cón, acurrucarse en una baldosa y entonces abandonar a Ciorán y escuchar todos los mantras y comer lo necesario y coser la cicatriz con hilo de caña y beber de la misma fuente -es inevitable- y saber que el huevo vuelve a estrellarse en el suelo, que hay cartas, hay esta otra carta, sin lacre, y basta.


Rocinante Marzo 2000.

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