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“Cuento de guerra”, o los relatos del viejo Mateo
Memorias de Lucrecia Mijic Valenzuela
Ediciones Libro de Memoria, Valparaíso, 2023

Por Bernardo González Koppmann


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“Cada uno, sentado,
escucha sus propios pensamientos”
Tu Fu

“Transcurría el año 1914, mi padre Mateo vivía en Europa, Croacia, una provincia eslava dependiente de la monarquía austrohúngara, al sur de la isla Brac, en el pequeño pueblo de San Martín”. Así comienza el hermoso relato que Lucrecia Mijic Valenzuela (Luján de Cuyo, Argentina, 1940) ha escrito en memoria de su venerado padre Mateo Mijic Bonacic (1897-1988), llamado “Cuento de Guerra”.

Es una intensa historia donde se narran las distintas etapas que experimenta “el viejo Mateo” en sus 92 años. Así vamos conociendo las bondades de una infancia vivida en la aldea de San Martín, junto a las labores de labriegos y pescadores; muy luego van a surgir las inquietudes de la temprana juventud donde se aficiona por el teatro, los sones del acordeón, además del dibujo y la lectura. “Fuimos creciendo llenos de ideales; vino el trabajo en los viñedos y olivares, vinieron las noches de pesca, la tertulia con los amigos y las obras de teatro… Leíamos a Tolstoi, Dostoyevski, Pushkin, Turguéniev. Los personajes de “Ana Karenina”, de los “Hermanos Karámazov” o de “Crimen y Castigo” eran parte obligada en nuestras conversaciones, con un pequeño vaso de oporto en nuestras manos”.

En eso estaba Mateo, viviendo plácidamente una existencia isleña saludable, vital, en contacto con la naturaleza, rodeado por el mar Adriático, cuando se oyen abismantes rumores de guerra. Lucrecia Mijic diestramente nos contextualiza el ambiente socio político que provoca el conflicto, dejando que su padre se explaye contándonos anécdotas y sucesos de su país de origen, con oportunas referencias sobre las decadentes monarquías de Europa, en especial la austrohúngara que reinaba sobre los Balcanes, donde los pobres campesinos debían soportar tributos onerosos para financiar el lujo palaciego. “Y nos fuimos interiorizando en la política; nos preocupó saber quién, en realidad, nos gobernaba, y así supimos que alrededor del Emperador (Francisco José) había una costra de archiduques, grandes duques, la familia del Emperador, príncipes y princesas. Nos preguntábamos que hacían, de que vivían y nos dimos cuenta que a todos ellos los mantenía el Emperador”. Así las cosas, se produce el asesinato del heredero al trono Francisco Fernando, el 28 de junio del 1914, en Sarajevo, capital de Bosnia, desencadenando la cruenta Primera Guerra Mundial.

Con pluma ágil, suelta y coloquial la autora nos va introduciendo en la emotiva y entrañable historia de su progenitor, el viejo Mateo. “Cuento de guerra” es la narración de la vida de su padre —carpintero, artesano de la industria del jabón, almacenero, croata de la isla de Brac, migrante en el nuevo mundo—, que ella va conociendo y archivando en su memoria emotiva gracias a conversaciones informales que ambos tenían, especialmente los días sábados, en el despacho de frutos del país que habían instalado al costado de su casa, en Linares. Diestramente, Lucrecia a veces hace un quiebre en el parlamento del protagonista e introduce reflexiones personales en cursiva, haciendo un salto en el tiempo hacia delante donde nos describe la cotidianidad de la hora presente, en un interesante contrapunto que hace más verosímil, más contingente, lo que cuenta Mateo. “El relato se detiene. A través del pasillo, atravesando la puerta, nos llega la voz de mamá llamándonos a almorzar. Mientras caminamos, después de lavarnos las manos en el baño que nos queda en el camino, nos llega el perfume de las humitas recién sacadas de la olla. Al olor, por sí solo, se reúne la familia en la galería junto a la gran mesa”.

El meollo del libro, su parte más sustancial, serán los horrores que viven las familias de la aldea de San Martín cuando sus hijos eran enrolados —cada vez más jóvenes— en el ejército de los aliados. Mateo, con algunos amigos, simulan estar “no aptos para la guerra” y así evitan una muerte segura. Estos recuerdos acompañarán toda la vida a nuestro personaje, e incluso le darán cierta sabiduría de vida, reforzada con una espiritualidad oriental. “Encontramos razón suficiente para creer en el Bhagavad-gita (hinduismo), cuando dice: “la partícula inmaterial se encuentra dentro del cuerpo material”. Este cuerpo material está cambiando progresivamente de la infancia a la niñez, después de lo cual la partícula anti material deja el cuerpo viejo e inservible… Comprendimos que lo burdo es la materia; lo sutil, las sensaciones, y la anti materia es el espíritu. Pero para confirmar nuestras creencias buscamos mensajes crípticos, cábalas y tratábamos de resolver los misterios conscientes que otra canción era la que producían las mentes más abiertas”.

La guerra llega a su fin: “Todas las familias de Europa habían perdido algún miembro en la guerra. En cada grupo social tuvieron que afirmarse unos con otros, proteger a los desvalidos, mutilados, cuidar a los huérfanos y con un sobrehumano esfuerzo, ponerse de pie… A los diecisiete años y medio terminé de estudiar carpintería y dibujo lineal y obtuve mi libreta de profesión. Pero en mi pueblo no había trabajo”. Así nace la idea de emigrar por un tiempo —que después se haría eterno— a otros cielos, a un mundo nuevo. Luego de un largo preparativo, con el inevitable dolor de sus padres y hermanas, emprende navegación a rumbos desconocidos: “Fue un largo viaje, de varios meses. Frecuentemente se ocasionaban disturbios. Éramos en su mayoría croatas, italianos y alemanes, personas castigadas por la guerra y hambrientas. Muchos enfermaban… Cuando llegamos a América, el primero de marzo de 1925, nos hicieron desembarcar en Punta Arenas, mientras el barco sacaba una carga y volvía a subir otra. Finalmente, sentimos la libertad de caminar por las calles”.

Lucrecia Mijic nos lleva a reflexionar con “Cuento de guerra”, libro breve pero muy intenso, en la vida de su padre y a la vez en todos los migrantes. Me pregunto, ¿cómo un ser puro, silvestre, campesino, músico, actor, dibujante, diestro carpintero, que debe abandonar su amado pueblo natal por la insensatez humana, se logra insertar con tanto ímpetu y desplante en otro continente, en un territorio también rural, en las antípodas de su amada isla Brac, sin perder ninguna de las aptitudes, talentos, destrezas y sabiduría con que lo dotó la naturaleza y el Infinito? Inevitable no pensar entonces en un par de versos de Constantino Cavafis: “No hallarás otra tierra ni otro mar. / La ciudad irá en ti siempre”. Dura vida la del extranjero.

Después de peregrinar por el sur y centro de Argentina, se instala en la región del Maule. “Al llamado de familiares llegué al centro del país, a Talca, en el mes de julio de 1931. Ocupé un puesto de venta en el Mercado Central, de la firma Monasterio, fabricantes de jabón. En el año 1933 llegué a Linares donde instalé una fábrica de jabón junto a Tadeo, esposo de mi prima Dora… Nos instalamos con una tienda y paquetería en calle Brasil, entre Maipú y Delicias. El 20 de agosto de 1941 nace nuestra tercera niña Maritza y a los tres meses nos trasladamos a calle Delicias, con esquina de Salesianos. Instalamos una gran bodega de frutos del país, carbón, harina en quintales, ropa y zapatos de trabajo. Agregamos almacén para surtir a la gran cantidad de campesinos que llegaban a Linares por ese lugar. Fue un buen negocio con mucha clientela. Ahí nació nuestra María, la cuarta niña. En esa casa recibí el telegrama avisando la muerte de mamá; se me estremeció el corazón, ella sabía que la amaba, pero pasó el tiempo y no pude volver. Lo doloroso es no poder abrazarla; eso produce un dolor físico. Pero ella sabe, y yo sé, que estamos ahora más cerca”.

Bueno, lo que sigue después es un larga y hermosa historia de un hombre que venció la adversidad con talento y devoción por las cosas hechas a mano y una calidad humana a prueba de balas. Formó una hermosa y larga familia en Linares, donde falleció a la edad de 92 años. Gracia Lucre por compartirnos “Cuento de guerra”, memorias imprescindibles para ir recomponiendo nuestro zarandeado ethos, nuestra identidad y nuestra alma tan maltrecha por terremotos, epidemias y golpes de estado. ¿Qué somos? ¿Qué queremos? ¿Hacia dónde vamos?

Talca, 5 agosto 2023.


 

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