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REESCRITURA DE “CANTOS DEL BASTÓN”[*]
Obra poética (1981 -2021), de Bernardo González Koppmann,
Helena Ediciones, Talca, 2022


Por Felipe Moncada Mijic


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Conocí la poesía de Bernardo González en la revista “Tengo”, editada por el poeta y cantautor Juan Carlos Aros, allá por el año 88, si no me equivoco. En esa revista, cuya edición siguió el destino de casi todas las revistas literarias, eso es desaparecer y quedar como leyenda para quienes la disfrutaron en su momento, allí, como decía, había gráfica, entrevistas, reportajes, y lo que me interesa ahora: una selección de poemas de Bernardo. Recuerdo uno en que el poeta cruzaba un puente sobre el estero Piduco, se quedaba pegado mirando las luces en el torrente y lanzaba algo a las aguas que se iba hacia la eternidad del mar. Otro poema que salía en esa revista, era “Cuerpo de Bernardo”, poema que está en esta versión final de “Cantos del bastón”; por ese entonces, yo tenía algo así como catorce años, me pareció que el poema tenía un aire franciscano, en el sentido de la simplicidad y las formas de sobrellevar la pobreza, pero ahora al releerlo me parece más bien algo así como un anuncio metafísico en medio de lo cotidiano, una certeza de que existimos y que en algún momento eso dejará de ocurrir. Otro poema de esa revista era sobre un saco de dormir. Por entonces me llamó la atención que, de elementos cotidianos, sencillos, el poeta era capaz de conectarse con lo trascendente, y creo que es una línea que ha ido depurando a lo largo de los años del ejercicio de la escritura.

Releer ahora el poema “Cuerpo de Bernardo” y resignificarlo es un acto ciertamente creativo; en general la relectura es eso, lo que considero una de las varitas mágicas que tiene la literatura, volver a darle sentido a algo captado veinte, treinta, cuarenta años atrás, y ver de qué manera se recibe. Imagino que todos y todas las presentes acá, han leído algún libro con años de diferencia y con distintos resultados; lo menciono porque este libro es en gran parte una revisión y una reescritura de la obra de Bernardo, que reúne libros publicados entre el año 1981 y 2021. Son cuarenta años de registros, los que están depurados de tal manera que parecen un solo continuo de textos con preocupaciones similares: lo místico-religioso, la celebración del mundo popular, el erotismo, la sensualidad, las luchas sociales, la naturaleza. En este acucioso trabajo de relectura y reescritura, se demuestra una artesanía y prolijidad pocas veces vista para con el oficio de las palabritas; hasta la puntuación es testigo de ello, con la particular síntesis de Bernardo, que es coherente de principio a fin en estas más de 300 páginas que hoy se presentan.

Pero sigamos. Les contaba que por entonces no sabía nada del poeta, no sabía de su veta religiosa, ni que se retrataba por entonces “judío-alemán, español y picunche”, ni que se alimentaba del “maíz del inca”, ni que “en el Maule tenía construido su sagrario”. Y es que el origen, la raíz social de la que provenimos, lo místico y religioso recorren toda la poesía de Bernardo González. Remontémonos a 1981, a los tiempos de la Vicaría de la Solidaridad, de la Teología de la Liberación, de la Iglesia obrera, de la Iglesia de los pobres, en la que militaba -y milita todavía- el cura (diácono, en realidad) Guido Gossens en las poblaciones de Talca, o el sindicalista Clotario Blest en Santiago, con su barba de profeta bíblico comprometido con la clase trabajadora. Hablamos de la Iglesia que asiló clandestinamente a Adriana Bórquez a su salida de los centros de detención Colonia Dignidad y La venda sexy. No hablamos de la Iglesia de los abusos sexuales a menores, ni la de los capellanes que bendicen armas en los regimientos y celebran los cumpleaños de los generales; por lo contrario, es esa comunión sencilla, de pan y vino, de los primeros cristianos, la que vuelve a asomar en la poesía de Bernardo. La poesía como acto litúrgico, la palabra como un cuerpo de comunión entre las personas, cuando justamente la idea de comunión y comunidad son eso, “ideas” que se practican cada vez con más dificultad.

Pero Bernardo González también se define como comunista, en el compromiso de transformar la sociedad. Entonces este poeta católico y comunista, en una mezcla que hubiera espantado a nuestros abuelos, se lanza contra los molinos de viento del neoliberalismo y contra todo aquello que deshumanice a las personas. No es casual, con respecto a lo mismo, que su antología de poemas sociales, recopilada por Ediciones Inubicalistas en el año 2012, se llame “Catacumbas”, que eran los sitios donde se reunían los primeros cristianos a confabular contra el poder terrestre, imaginando y comportándose como deudores a otro tipo de reino, que anida más en el corazón de las personas que en las estructuras económicas de un territorio político.

Pero la religiosidad de Bernardo está lejos del terciopelo púrpura del obispo; ya lo dice en su poema “La Moneda”, en los años 80, que desarrolla la idea de que, aunque las grandes autoridades eclesiásticas se paseen por la casa de gobierno, si no entra el pueblo / no entra Dios, afirmando que, si la espiritualidad no tiene los pies puestos en la Tierra, es un trámite más del poder por adueñarse de la vida íntima de los seres.

Al releer hoy estos “Cantos del bastón”, también me llama la atención la apuesta por la sencillez. El autor no intenta pillar a los lectores con inteligencias abstractas ni con asombrosos fuegos artificiales técnicos, que duran lo mismo que un petardo; trata de ser transparente en sus imágenes, evocador en sus enumeraciones, narrativo en cuanto la experiencia personal es el esqueleto del poema. Pienso, paradojalmente, que la búsqueda de la sencillez puede ser un camino largo y complejo; en ese sentido Bernardo cita a nuestra Gabriela cuando dice: la sencillez es difícil, porque es la perfección, o recordando a algunos buenos profesores de física que tuve: un buen profesor, o ensayista agregaría yo, hace aparecer simple algo complicado; un mal profesor o ensayista, en cambio, hace parecer compleja cualquier cosa.

Otro de los aspectos que me impresionan de este libro, es la coherencia del tono para una obra que abarca 40 años de escritura y publicaciones. Bernardo mantiene el temple, enriqueciéndolo y dándole gran unidad de estilo al conjunto. Si en sus primeros poemarios, que apenas eran un cuadernillo de roneo, impresos en las catacumbas de la dictadura de Pinochet, se fijaba y escribía, por ejemplo, sobre los cachivaches que se acumulan en un cajón y que van desde tornillos perdidos a herramientas sin uso, monedas vencidas, o se fijaba en un tarro con eucaliptus sobre la estufa, en el chal de la madre que la protege de la lluvia al salir del patio -eso hace más de treinta años-, en su último libro, llamado “Monasterio de Quilvo”, el ánimo es parecido y lo hace fijarse en esas acciones que parecen no tener trascendencia y que son el sustrato de las vidas humildes: ordenar la leña, hacer astillas para prender el fuego, desgranar el maíz, esperar a que alguien regrese por la tarde con remedios, tomar once o estar sentado con un gato en el regazo, los actos simples de las vidas comunes, que para el poeta asumen la categoría de un presente maravilloso, trascendente, válido de ser experimentado y compartido.

Hay además una descripción y enumeraciones que pintan con claridad su entorno popular, su barrio, sus calles por donde pasaban las carretas de la panadería La Fortuna y que, ahora, se aprietan con tacos de vehículos recién importados; sin embargo, hay anuncios de antiguos almacenes que no se han borrado del todo, una epifanía de tiempos más lentos por los que el propio poeta González pasea en su bicicleta observando, capturando e hilando su trama de afectos, recuerdos y sensaciones por alguna calle íntima de Talca, mientras se transforman los barrios y la tecnología se va volviendo la única madre del cordero, reemplazando a las palabras, los recuerdos y los propios sentidos.

Quiero hacer un corte en el tiempo y, en esta presentación, contar cómo conocí a Bernardo. Érase una feria del libro en San Bernardo -miren el nombrecito ad hoc de la ciudad- creo que en el año 2003; yo iba desde San Felipe, junto a Patricio Serey, con ejemplares de la revista “La piedra de la locura” y algunos libros de la Editorial Casa de Barro. Bernardo iba desde Talca con el poeta Mario Meléndez, quienes habían editado una colección de libros titulada Hijos del Maule, además de libros propios; en esa feria fuimos vecinos de puesto, y la conversación y la afinidad dieron paso a la amistad. Yo había tomado clases de ajedrez con el papá de Bernardo, don Hugo González, así que había oído hablar del poeta. Es más, buscando rastrojos en la memoria, recuerdo que el año 1989 caminaba con la poeta Lilian Barraza hacia el barrio La Florida de Talca, cuando, cruzando una cancha de tierra, vemos asomar un joven barbón de camiseta blanca y sandalias, que traía una bicicleta a su lado; “es el poeta Bernardo González”, me dijo Lilian, y conversaron algunas palabras, ya que habían estado juntos en un taller. Yo había leído sus poemas en la revista “Tengo” y la imagen del poeta se amoldó perfectamente a la imagen de los poemas, que, como dije antes, me parecieron “franciscanos” en un no sé qué, difícil de explicar. Pero ese encuentro, desenterrado de la memoria, no valió como conocerse, y sí el de San Bernardo.

Luego el poeta visitaría San Felipe, donde yo residía, a los encuentros realizados por Cristian Cruz, llegaría a Valparaíso donde viví años después y dónde editamos libros suyos y de otros autores, como la primera reedición del “Poema de las tierras pobres”, de su tío abuelo, el gran Jorge González Bastías. Y, más adelante, vendrían las caminatas a dúo o en grupo: cerro la Campana, Palmar de Ocoa, volcán Descabezado Grande, las sierras del Guámparo, la laguna Caracol, una tormenta eléctrica en las vegas del mítico volcán, un bosque húmedo en Colecole con delfines y huilliches, las alturas de Butalelbún en Trapatrapa con los amigos pehuenches que asan chivos y tejen a telar, en Nueva Imperial y Puerto Saavedra con Lorenzo Aillapán, en Maquehua con Cristian Cayupán, en Vilches Alto con el poeta Alejandro Lavín, y me faltan lugares y personas. No quiero aburrirles más con la genealogía territorial de una amistad basada, en gran parte, en la poesía, en caminar y, por qué no, también en las diferencias que dialogan, la dialéctica, como diría Marx.

Y es así como, hace un par de semanas, luego de mucho tiempo sin vernos, veo la misma silueta de aquella vieja cancha de tierra, ahora por un costado del Mercado de Talca, frente al extinto bar La Mundial. Era el poeta, el profe Bernardo, que en su bicicleta hace temblar el sentido de cambio y modernidad de las cosas; allí conversamos y ahí mismo se gestó esta invitación a acompañarle en su presentación, como cerrando ciclos, de esos que abundan en “Cantos del bastón”, un diálogo lento y vivo que con los años se agranda.

Sobre el libro de hoy me quedan muchas cosas por decir, las cuales he puesto en otros escritos, estudios y ensayos, como hablar de la vitalidad de su poesía sobre la naturaleza, por ejemplo, en la que compartimos tantos temas y caminatas, o sobre sus series temáticas como “La hija de Ukki”, “Monasterio de Quilvo” o “La Porciúncula”, donde Bernardo usa la ficción de base para poetizar en un tono descriptivo y lírico el drama del destierro o el difícil hallazgo de la belleza en este valle de lágrimas.

Y hasta por aquí llego. Solamente me queda recomendarles leer y releer este libro que reúne 40 años de una sensibilidad única, un compromiso con la belleza sencilla de un par de sandalias y una bicicleta que permiten observar la realidad a un paso humano en medio del tráfago de la posmodernidad. Son tantos los temas que aborda esta obra que una presentación cabal me parece imposible; me doy por pagado con que sirva para que usted dialogue con estos poemas pacientemente trabajados y depurados, recogidos en este volumen que, siendo un objeto, una “cosa”, hable por las cosas, por los seres elementales que hallan en Bernardo su defensor cuando celebra la vida con toda la fuerza que la naturaleza y la historia le han permitido.


Salón Abate Molina, Universidad de Talca, 08 abril 2022.

 

 


[*] Texto leído en el salón Abate Molina, del centro de extensión de la Universidad de Talca, el viernes 08 de abril de 2022, en el lanzamiento de “Cantos del bastón”. Presentó además Omar Cid y Marcela Albornoz; también hubo músicos invitados a la celebración de cuarenta años de publicaciones de Bernardo González K.




 



 

 

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