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Romería, de Juan Huenuán Escalona
(Del Aire Ediciones, Volumen I Kütral/Poesía, Temuco 2010, 76 páginas)

Por Bernardo González Koppmann

 

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“El hambre de los hijos es un pez oscuro
devorando la sombra de los dioses”
JHE

I

“Romería”, de JHE (Temuco, 1977), es uno de esos libros que se agradecen porque se lee con el desasosiego que nos provoca una alta poesía que cuestiona o interpela nuestro contexto y nuestro frágil ethos de pies a cabeza, y logra remecernos con un lenguaje que exige revisar cuidadosamente los conocimiento previos que albergamos para que así podamos aproximarnos sin prejuicios, limpios, con una mirada transparente a esta escritura tan viva y, en cierta medida, aún en gestación.

“¿Dónde está el hijo para escuchar estos relatos de viejo?, nos plantea de entradita el sujeto poético en el poema “Últimas brasas”, y esta interrogante nos resitúa frente al fenómeno literario auto-lector o destinatario. ¿Para qué y para quién esbozamos gemidos del alma? ¿Cómo me posesiono de la palabra, de la escritura, del canto para emitir mi mensaje? Éstas y otras inquietudes nos quedan latiendo pecho adentro al leer “Romería”. En el prólogo, Roxana Miranda Rupailaf intenta una aproximación a esa pregunta que considero primordial del poeta en esta obra. Escuchemos: “La escritura, entendemos, es consciente de la palabra oral y su pérdida, como así del mundo sin lengua indígena propia, extraviada y convertida en espejo de esa carencia que la traducción del libro al mapuchezungun manifiesta”.

JHE se asume poeta en un contexto histórico, antropológico diría yo, donde su pueblo originario es violentado por una civilización occidental que impone sus cánones racistas, mercantilistas y ultramontanos a sangre y fuego, siendo sometido como nación y donde los hombres de la tierra pasan a ser gobernados por otra ley, otro dios y otra economía en un territorio escindido y mutilado, reducido a su más mínima expresión. “El libro pretende ser plural, oral y dialógico. JHE presenta un texto poético donde se agitan luces de su conciencia étnica, traspasada por el lenguaje y la cultura dominante”, acota la ya mencionada RMR.

Sin embargo, la supervivencia de la cultura mapuche es asombrosa; su resistencia, memorable. De tal prodigio cantan los poetas del Arauco indomado. La validez de esta poética radicaría entonces, según mi modesta opinión, en la porfía con que el autor busca la afirmación de un lenguaje, de una voz, de una expresión propia que lo identifique como un ser humano íntegro que rememora las vivencias de un pueblo avasallado. “He de escuchar quién habla por esta voz que soy. He de encontrarme en esta romería”. (Apunte I).

II

Es preciso, entonces, establecer algunas coordenadas para ubicarnos frente a esta interesante propuesta. Empecemos al tiro.

Primero y antes que nada quisiera dejar establecido que JHE es poeta a secas, sin etiquetas ni rótulos distintivos que lo designen como tal; insisto, JHE es poeta aquí y en la Quebrada del Ají. No por biografía sino por versos, por escritura. Un botón de muestra?: “Como silencios ligados en pentagramas, aprendí a hablar por la noche y los ladridos; pero sé callar como el pájaro muerto en la cruz de la tarde”. (Apunte VI). Estamos de acuerdo?

Segundo; al titular su poemario con el nombre “Romería” se está reconociendo así, sin tapujos, como un hablante inmerso en un proceso histórico, cultural y antropológico dinámico, en movimiento, en peregrinación, movilizado, en marcha que brega por zafarse de los condicionamientos impuestos por la cultura dominante ajena a su ser original, enmarañado y cautivo en esa red siniestra que teje el poder del estado chileno sobre las comarcas y los valles de la Araucanía. “La única puerta de ceniza que el caballo huele,/ es la salida a la comarca que maldice y que perdona/ en el mismo canto”. (Romería I).

Pero lo relevante de esta escritura es, y he aquí una tercera coordenada, la creencia absoluta en los fundamentos esenciales del ser mapuche: la vida comunitaria arraigada a la tierra de los míticos ancestros. O sea, la poesía de Huenuán plantea sin miramientos de ninguna especie su propuesta poética como una resistencia que explora los límites, las fronteras, de un nuevo territorio que, por el momento, sólo se vislumbra en sus visiones de bardo en permanente vigilia, atado al newén de lo genésico que salva al “romero” y lo restituye de la derrota definitiva. “Aún mis manos trenzan la muerte en el cuello del gallo/ y tocan las tetas de las chinas./ Aún guardo silbidos para llamar a los perros tras los cerros.// Atizó así las últimas brasa/ y sintió alivio al ver que el caldo no era ceniza en su boca”. (Últimas brasas).

Dentro de este contexto JHE se asume poeta bilingüe (cuarta coordenada), inserto, como ya dijimos, en los paradigmas decadentes de la cultura dominante, con toda esa carga semántica anexa que implica trasvasijar su mapudungun al español temucano. Creo que sale bien parado del intento, porque más allá de la traducción impresa en textos escritos en castellano pervive y trasciende la rebeldía de su canto como un viril lamento que recurre a la memoria y sus estigmas para resituar los sueños de su pueblo, como una utopía intacta en sus posibilidades de plasmar el insobornable espíritu del ser mapuche aquí y ahora. Así la auténtica poesía se vale de cualquier medio oral o escrito, sea en el idioma que sea, como un pentecostés tenaz y persistente para seguir cantando las verdades verdaderas, como dijo un amigo del Estero de los Puercos, Pencahue adentro. “Canto que tu mano va sellando,/ ya quebrado el acertijo de la infancia”. (El mapa roto de la sangre).

III

Por todas las razones o coordenadas esbozadas anteriormente, no es nada agradable ver envueltos en pequeñas disputas a los bardos mapuche que con distintos estilos y temáticas abordan los afanes literarios de la etnia; no es sano que se desgasten mutuamente por un miserable “quítame estas pajas”, considerando la riqueza superlativa de sus “escrituras” frente a la poesía huinca. Creo que si analizamos los aportes de estos autores debemos coincidir en que, indudablemente, la poesía mapuche incorpora motivos originales, temática genésica y oralidad gutural a la literatura de estas latitudes; un retorno al sentir y pensar los hechos y las cosas en contacto directo y desnudo con el medio natural, donde la imaginación de las materias sueña con símbolos que restauren la sabiduría abortada por imperialismos insaciables. La confrontación no debiera ser entre hermanos poetas, sino contra el estilo de vida ordinario que nos quieren imponer los señoritos de palacio.

No me siento preparado para dirimir debates en torno a la poesía mapuche, ya sea en su oralidad o ya sea en su léxico escrito traducido al español. Sólo intento reseñar el aporte de esta obra a la poesía sin adjetivos; poiésis que se pueda leer indistintamente en Temuco, Talca o Santiago, y, también, ¿por qué no?, más allá de nuestras fronteras a veces auto impuestas tanto territoriales, geográficas como sicológicas o espirituales. Es imprescindible que nos acerquemos a la expresión lírica como género literario, independiente del origen étnico de poeta que la crea y por sobre los condicionamientos temporo-espaciales que, en este caso, no la determinan. “La poesía -dijo Gonzalo Rojas- es más grande que todos nosotros”. Los versos tienen sus propios parámetros estéticos y recursos literarios para hacerse valer, para perdurar y quedarse en la memoria emotiva de los pueblos.

No me gustaría estar metido en esa discusión; ojalá que el debate, la polémica fratricida, la guerrilla de estilos y propuestas me pille fuera de juego, sólo atento a esas imágenes poéticas únicas e irrepetibles del universo mapuche que entre todos sus poetas van creando la trama cósmica del wenu mapu místico, imágenes de un canto que resiste, sobrevive y deja en ridículo las discusiones teóricas y literatosas que pretenden imponerse a ese silencio lleno de voces que late entre palabra y palabra. He aquí una interesante cita de Hernán Lavín Cerda: "Volviendo a la poesía, cada uno puede tener sus preferencias y defenderlas, lo cual está bien, aunque sin borrar a los otros del mapa porque no escriben como yo escribo. Si así ocurriera, al fin todos saldríamos perdiendo. Yo estoy a favor de la diversidad temática y estilística, aunque no oculto mis preferencias, como nos sucede a todos. Si borramos a los otros, corremos el peligro de instaurar una especie de dictadura poética, y eso al fin nos empobrece en lugar de enriquecernos".

Estimo que la humanidad entera gana cuando una cultura como la que celebra y comparte Huenuán se restaura en sus orígenes y manifestaciones étnicas. Más aún cuando rescata valores inalienables como el amor a la tierra, a lo trascendente, a lo comunitario; invaluables aportes a la liberación de todos pueblos que hoy por hoy se desperfilan entre las garras de una globalización impersonal hecha a escala y medida de los poderosos que no trepidan en mancillar las identidades locales. Dada su fuerte carga ética y estética, humanizadora –redentora, en suma, diría el padre Luis de Valdivia-, “Romería” se levanta como una voz vigorosa y rebelde en su hermosura de ser mapuche, frente a la oferta neoliberal de una civilización que guatea en sus componentes postmodernos, ya sea en su individualismo autista como en su moraleja depredadora, nihilista y vacua. Interesante esta quinta coordenada, que por lo demás vendría siendo la última en este breve comentario.

IV

Hablemos un poquito ahora de la estructura del libro. Su construcción consta de 26 poemas, agrupados en dos apartados (“Ralea” y “Romería”). Durante todo el desarrollo del poemario se escucha transversalmente una especie de voz en off -por la cursiva, digo, con que se estampa en la hoja-, la cual consistiría en seis “Apuntes” que van resonando y acompañando la procesión con un eco telúrico que viene del fondo de los surcos, de las herramientas familiares, de los artefactos de uso diario, del paisaje íntimo manchado de sangre; es el gemido gutural de la conciencia que no se apagará mientras el poeta siga cantando: “No canté Sensemayá esa noche de Junio (no quise importunar), pero ¿son lobos o culebras sordas? Se me esconden y aún no he llegado a morada alguna. (Apunte V).

Libro para leer y releer pausadamente, doliéndose y condoliéndose con cada palabra, con cada imagen, con cada poema hasta asumirnos víctimas, victimarios o cómplices de un estado huinca abusivo y criminal. Obviamente leo esta obra desde mi ser chileno culpable y culposo, que no podría ser de otra manera; mas, hago mías las razones y los sentires de este canto tan fraterno y cercano al padecimiento de los temporeros e inquilinos de mis lares maulinos. Tamaña similitud obedece al mismo afán segregador y expansivo del empresariado maderero transnacional que avanza como una nube tóxica por el cielo de los más sencillos. “¿Ya te vas, ¡oh salteador de la memoria!?/ dijeron a quienes perturbé con el rastrillo.// Para mí, suficiente apodo./ Mi viaje está sellado”. (Apunte VI).

Interesante aporte, sin duda, de JHE a la poesía de todas las latitudes; más allá, incluso, de auto denominaciones y desgastes innecesarios entre pares para redefinirse o tomar posesiones -por lo demás emíferas, como dijo un crack-, ya fuere como literatura oral, literatura escrita u oraliteratura porque esta “Romería” que nos lleva y nos trae por la memoria como Pedro por su casa es, en definitiva, buena poesía a todo imperio, perdón, a la intemperie, sin apellidos ni teoremas que la sostengan o validen. Simplemente, poesía… Todos los aportes son buenos cuando ella, esa humilde e inefable alegría para siempre, y no el orgullo fanfarrón es quien nos convoca. Pewkayal.





 

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