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        Entrevista a  Claudio Maldonado, autor de "Piel de gallina"
          
            Por Bernardo González  Koppmann
        
          
          
           
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        Claudio  Maldonado (Curicó, 1977), académico de la Universidad Autónoma, sede Talca,  acaba de publicar -julio 2013- su segundo libro Piel de Gallina por Editorial  Inubicalistas de Valparaíso. Sobre esta novela, su oficio y perspectivas  literarias hemos querido conversar con él.
        - Claudio,  tu primera novela Santo Sudaca, Editorial Fuga 2010, te revela como un autor de  un indiscutido talento para narrar sarcásticamente y con humor, especialmente  la realidad de literatos que buscan una rápida inserción en el mundo de las  letras. También describes el mundo popular urbano y provinciano con una gracia  sorprendente, acudiendo al habla cotidiana de los protagonistas. ¿Qué nos  aporta esta nueva novela, según tu parecer, desde la perspectiva del lenguaje?
          - Podría ser la posibilidad de  presentar un lenguaje narrativo que contribuya a derribar los estereotipos que  hay en torno a nuestras formas de habla coloquial, es decir, el lenguaje  adocenado y retórico no es sólo propiedad de nuestro lenguaje formal. En la  reproducción de nuestro hablar popular he visto muchas veces caricaturas mal  hechas y burlescas que generan una realidad muy  sesgada: el hablar “bruto” de  un campesino, el hablar acartonado y ridículo de un profesor, o el barroquismo  esperpéntico del habla de un homosexual. Es cosa de ver los medios de  comunicación para darse cuenta de este fenómeno, o ver el humor que algunos  idiotas están haciendo en la televisión, pretendiendo ser marginales, pero siendo  sólo unos zafados que reducen esas formas de habla a un plano conservador y  servil a las fuerzas dominantes de este modelo de vida que hoy llevamos y que  se puede reflejar en nuestras escuelas, en nuestras universidades, en nuestros  servicios públicos. Hoy por hoy, apuesto por el riesgo de escribir sobre lo  maravilloso y profundo que hay en ese hablar popular; no me interesa figurar  como un escritor que habla desde su sitial de escritor y que proyecta (aspira)  su discurso a un posible llamado multinacional. No es casualidad, según mi  opinión, que la mejor narrativa que se está gestando aquí en Chile y que da  cuenta un poco de esa profundización del habla coloquial, sea de editoriales  independientes. Tampoco quiero escribir sobre estos “hablamientos” para jugar el  rol de exagerado rescatador de un patrimonio perdido. Quiero, como lo decía  antes, aportar con otro espacio que dé cuenta de las variadas formas para decir  y escribir ficciones; eso me interesa, y creo que mi forma de trabajar el  lenguaje me permite hacerlo. Ahora, y en relación al lenguaje de Piel de  Gallina, este segundo ejercicio, después de Santo Sudaca, me enfrentó a las  limitaciones del idioma mismo, a la incapacidad de representar mis pensamientos  y emociones. Julio Cortázar señalaba al respecto que la necesidad de recrear y  manipular ese lenguaje era producto de esa limitación. En la medida en que iba  escribiendo Piel de Gallina me encontraba con esos choques. ¿Cómo podía  sostener el discurso de un personaje que deliraba en tiempo presente sin que  resultara agotador para el lector? ¿Cómo generar en un protagonista sin  imaginación la posibilidad de recrear un mundo lleno de seres tan diversos y  extraños a su mundo? Así me percaté que ese “escribir bien” residía en  inventarme un idioma que lograra prescindir de un narrador omnisciente con el  fin que los personajes adquirieran personalidades libres y portadoras de ese  lenguaje coloquial que, en el fondo, no eran más que informes grabados de la  realidad y luego editados para darles una significación social. Y para  terminar. Si está presente lo barroco en la novela es porque nuestro origen  literario hispanoamericano es en esencia barroco. Carpentier señala nuestra  necesidad de nombrar los animales, los árboles, nuestra naturaleza, todo lo que  nos define y circunda, para situarlo en lo universal. En esta línea puedo decir  que la gran cantidad de diálogos que existen en mi novela, son para dar un  espacio a ese lenguaje que arranca de la prisión del estereotipo burlón, un  intento por dignificar y dar a luz una pequeña épica del cotidiano.
sesgada: el hablar “bruto” de  un campesino, el hablar acartonado y ridículo de un profesor, o el barroquismo  esperpéntico del habla de un homosexual. Es cosa de ver los medios de  comunicación para darse cuenta de este fenómeno, o ver el humor que algunos  idiotas están haciendo en la televisión, pretendiendo ser marginales, pero siendo  sólo unos zafados que reducen esas formas de habla a un plano conservador y  servil a las fuerzas dominantes de este modelo de vida que hoy llevamos y que  se puede reflejar en nuestras escuelas, en nuestras universidades, en nuestros  servicios públicos. Hoy por hoy, apuesto por el riesgo de escribir sobre lo  maravilloso y profundo que hay en ese hablar popular; no me interesa figurar  como un escritor que habla desde su sitial de escritor y que proyecta (aspira)  su discurso a un posible llamado multinacional. No es casualidad, según mi  opinión, que la mejor narrativa que se está gestando aquí en Chile y que da  cuenta un poco de esa profundización del habla coloquial, sea de editoriales  independientes. Tampoco quiero escribir sobre estos “hablamientos” para jugar el  rol de exagerado rescatador de un patrimonio perdido. Quiero, como lo decía  antes, aportar con otro espacio que dé cuenta de las variadas formas para decir  y escribir ficciones; eso me interesa, y creo que mi forma de trabajar el  lenguaje me permite hacerlo. Ahora, y en relación al lenguaje de Piel de  Gallina, este segundo ejercicio, después de Santo Sudaca, me enfrentó a las  limitaciones del idioma mismo, a la incapacidad de representar mis pensamientos  y emociones. Julio Cortázar señalaba al respecto que la necesidad de recrear y  manipular ese lenguaje era producto de esa limitación. En la medida en que iba  escribiendo Piel de Gallina me encontraba con esos choques. ¿Cómo podía  sostener el discurso de un personaje que deliraba en tiempo presente sin que  resultara agotador para el lector? ¿Cómo generar en un protagonista sin  imaginación la posibilidad de recrear un mundo lleno de seres tan diversos y  extraños a su mundo? Así me percaté que ese “escribir bien” residía en  inventarme un idioma que lograra prescindir de un narrador omnisciente con el  fin que los personajes adquirieran personalidades libres y portadoras de ese  lenguaje coloquial que, en el fondo, no eran más que informes grabados de la  realidad y luego editados para darles una significación social. Y para  terminar. Si está presente lo barroco en la novela es porque nuestro origen  literario hispanoamericano es en esencia barroco. Carpentier señala nuestra  necesidad de nombrar los animales, los árboles, nuestra naturaleza, todo lo que  nos define y circunda, para situarlo en lo universal. En esta línea puedo decir  que la gran cantidad de diálogos que existen en mi novela, son para dar un  espacio a ese lenguaje que arranca de la prisión del estereotipo burlón, un  intento por dignificar y dar a luz una pequeña épica del cotidiano. 
         - Tu lenguaje coloquial, vivo, chispeante  -incluyendo neologismos o groserías según sea el caso-, en esta novela no  reduce su alcance como propuesta sólo a lo local. Háblame de tu técnica  narrativa, por favor. La temática central, me parece que queda claro, es el  drama de todo hombre contemporáneo que ha vaciado su vida en un trabajo  monocorde y mal valorado por la sociedad moderna. Para ello tomas la figura de  un profesor inserto en el sistema educacional chileno, y en hilarantes,  mordaces, sarcásticas y lúcidas escenas vas intentando rescatar la humanidad  del protagonista. Pero éste docente empedernido insiste en auto eliminarse  existencialmente. ¿Estaríamos hablando de un estilo, el tuyo, cercano a lo  carnavalesco?
          - Hay una cercanía con lo carnavalesco  en el sentido que a través de mi historia pretendo distanciarme de la idea que  tiene la cultura oficial acerca del sistema educativo y emocional en que se  encuentran no sólo los docentes a punto de jubilar, sino todos los trabajadores  de este país que terminarán sus días con una vida miserable, no sólo en  términos de pensión, sino de salud, de valoración social, de afecto. Una herida  que se arrastra desde la dictadura y que los gobiernos post Pinochet no han  querido resolver.  También en Piel de  Gallina está presente el carnaval en esta suerte de “reino al revés” en que  vivimos, donde las figuras de autoridad, las religiosas y “las aristocráticas”  son ridiculizadas en su jerarquías, pues representan todo lo opuesto de lo que  deberían ser: sostenedores educativos que sólo sostienen sus bolsillos, milicos  “patriotas” que abusan de sus reclutas, vírgenes que buscan la luz espiritual a  través de la magia terrenal de la inhalación de tolueno. El protagonista de mi  novela, un profesor reventado y acobardado por tantos años de hacer lo que ya  no quiere, la manipuladora de alimentos del establecimiento, los pollos  estudiantes y los demás profesores son seres que en cierta medida intentan  anular las distancias ante las figuras de poder que los oprimen; es por ello el  exceso y la desmesura, la fantasía. Y la irrealidad del lenguaje, a ratos  exagerado, es re-significado para dar envoltura a la idea de que en el fondo  todos somos iguales ante la muerte. Lo que sucede es que el protagonista  participa de este carnaval, pero siempre con un miedo, con un miedo que jamás  vencerá, pero de todas formas le permite mezclarse con las figuras de poder en  el rito ilimitado del absurdo. 
         - Claudio, me imagino que tú como profesor que  ejerció algunos años en condiciones parecidas a las de Lizardo, el protagonista  de Piel de Gallina, debes haber padecido un desgarramiento visceral al ver a tu  personaje prácticamente forcejeando con el autor, empecinado en salirse con la  suya -más que en un nihilismo a lo Camus, con una inconsciencia absoluta de su  precaria situación humana. ¿Pasó algo de eso en tu proceso creativo?
          - Vivimos  con Lizardo situaciones parecidas; no sé si él me creó a mi o yo a él. El  asunto es que si existimos es para enfrentarnos; él me considera un tipo  inestable y con cero apego por cuidar el futuro que ya viene. Yo tampoco quiero  a Lizardo a mi lado; sus miedos son para exorcizar los míos. No es fácil perder  la conciencia en un sistema educativo tan absurdo como el que estamos viviendo.  El año pasado me tocó trabajar en una escuela de campo, en las cercanías de  Temuco; una buena parte de los alumnos vivían del vertedero (Boyeco). Ese era  su lugar de trabajo después de las clases, que comenzaban, (lloviera o hiciera  frío) con una gran alabanza en el patio, y la directora haciéndolos cantar: “Yo tengo un abogado / que me defiende / el  siempre está ocupado /  pero me atiende…”.  Y, claro, en el proceso creativo no sólo  podía sustentarme en  mis experiencias  autobiográficas ficcionadas; ahí lo fantástico entra a operar como motor  fundamental de la trama. La novela es una historia acerca de la cobardía, acerca  del sin sentido de la vida. De esa forma me gustaría que se leyera; que se  pudiera entender mucho más allá de la crítica educacional, que es la evidencia.  Bueno, es mi deseo; la historia ya es de todos y sólo me queda contemplar las  versiones de sus lecturas. 
         - Hay escenas en tu novela, de un tono  alicaído, melancólico -una relación afectiva que no madura, recuerdos de  antepasados del mundo rural, relaciones filiales atomizadas y otras. Son como  contrapuntos al absurdo y el desquiciamiento hilarante que predomina en tu  estilo. ¿Cómo crees que te insertas con esta propuesta estética en el panorama  narrativo chileno actual, oprimido al parecer todavía por el centralismo burrocrático?
          - En  realidad no sé si me he insertado o no. Nunca me he sentido dolido por vivir  lejos del centro. Todo lo que he escrito no sería, no existiría, si me hubiera  preocupado por estar donde supuestamente las papas queman. Viví 17 años en  Curicó, 18 años en Temuco, llevo 6 meses en Talca. Considero que hablar de literaturas  nacionales está demás; eso ya pasó ¿Cómo poder sentirme oprimido por  vivir en una aldea que me da todo el silencio  para imaginar?
         - Las ilustraciones de Chanchán Olibos me  parecen acertadas. ¿Qué opinas de la fusión de las artes y los géneros -poesía,  dibujo, prosa- en tu novela?
          - Chanchán  es un tremendo ilustrador, supo darle un valor al libro, pero no como esas  típicas ilustraciones que van agregadas a la historia. Chanchán hace una  interpretación de las imágenes más potentes de la novela desde su doble mirada  de dibujante y lector. En resumen, fue una experiencia muy significativa;  realizó un trabajo formidable. 
         - Para ir terminando esta grata conversa,  estimado Claudio, me parece que el trabajo de la Editorial Inubicalistas es  notable. Tu libro, ya sea el contenido como el continente, la forma y el fondo,  se potencian el uno al otro. ¿Qué opinas?
          -  El  equipo de Inubicalistas (Gladys González, Felipe Moncada, Rodrigo Arroyo) es un  claro ejemplo de cómo puede funcionar una real editorial independiente. Esto es  devolviéndole el sentido original al libro a través de un trabajo colaborativo  y de calidad, difundiendo literaturas que no le interesan a los grandes poderes  culturales y políticos, y que, en el fondo, reflejan en ese distanciamiento el  estado de salud de la sociedad en que vivimos. Para mí fue un honor y un  orgullo haber trabajado un libro con ellos. 
         - Bueno, en resumen una novela que nos hace  reflexionar sobre la fragilidad del ser humano cuando intenta llegar a la otra  orilla de su existencia en pos de un jubilación misérrima. Antes de  despedirnos, te digo que a pesar de lo deprimente de la historia, queda un  regusto jovial, esperanzador, que nos remece y nos hace abrir los ojos para que  veamos el camino al fracaso por donde tantos indignados vamos. "Nunca es  triste la verdad", dice un cantautor. Lo lamentable para el profesor  Lizardo es que a él nadie le dijo nada... No leyó esta novela antes para  evitarse tanta paranoia. ¿Algunas palabritas de despedida para el atento y  lúcido lector, Maestro?
          - Muchas gracias por la entrevista.  Espero que disfruten la novela, ya que para mí fue un hermoso aprendizaje. Y  espero trasmitirlo de la misma forma. 
          -  Por  ahí estamos.