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Breve Antología Poética

BEATRIZ HERNANZ

 

DE LA LEALTAD DEL ESPEJO (1993)

Vendrá, vendrá el amor, -seguro laberinto-.
Descorriendo sombras, jarcias escarlatas,
como julio mil espejos entreabiertos,
- dulces añicos de luz atrapados por la brisa -.

Huele a sol. La calle, cómplice y ensimismada,
nos conduce por los recodos verdes de la dicha.

Azul, demasiado azul en el lento horizonte,
impulso de mar hacia los estambres de la noche.

La calle, sabia; el paso confiado, sutilísimo,
hacia la ribera irresistible del sueño
-celeste llave de luna y de cometa -.

Con vértigo restaurado, pude leer su voz,
cerrado abanico, cercando al insomnio
en la palidez oculta de unos brazos.

 


Unas manos que huelen a crepúsculos,
- de nuevo el verde olvido de la noche -,
la oblicua soledad llena canastos ateridos,
la oscuridad de todo gesto y sus meandros,
grietas en las ásperas flores de la duda.

Con sus manos recorría la lluvia y sus acacias,
las angostas colinas de la luz,
crucigramas sin destino en los rumores de su piel.
Con cintura huérfana de frágiles bellezas
abrazó la herrumbre de todos los silencios.

Salteador de eternidades, tus súbitos volcanes
perfilan camino largo en versos y sortilegios,
hasta llegar al alba en las vísceras de la ternura.

 

 

Inventa la tarde la fiesta convulsa de las sombras.
En los charcos de luz taconea lascivo el tiempo.
Geometría de sol. La calle, incensario de rumores,
-cómplice piel de granito que flagelan tus pisadas-.

La hora es alta y rayada de serenos eslabones.

Te vistes con la desnudez de todos los espejos,
sin más abrigo que un festín de claridades.

Limpia de ligaduras, me arrojo por la escalera de tus ojos.
En mis párpados madura un motín de encrucijadas.

 

 

DE LA VIGILIA DEL TIEMPO (1996)

Después del tiempo de las espadas
vuelvo a casa sin llaves, sin derrotas,
emerjo del agua que se enrosca en mi frente,
sin anestesia local. Me invento otro dolor.
Nada es igual. Ya no conozco el camino.

Y golpea la nostalgia con sus cuchillos secretos,
como desesperación celeste de un jaguar,
como maleta cerrada de un viajero sin tiempo.
La verdad todavía es posible en las palabras,
Y brotan mares que se bifurcan en mi carne cancelada.
No quiero oír la ausencia,
ni tocar mi dolor abrasado por la huída.
Una mano es una red de senderos que el abandono araña.

 


Súbitamente huele a música.
Existe una cenefa oculta en la memoria,
un índice oscuro que canta en la marea,
habitado de mediodías perdidos que retornan.

El frío enciende otros rostros,
lejanos perfiles que se han ido.
En la espesura del invierno
un jaguar ensaya una cauta espera,
nutricia desaparición del presente,
un intermedio de versos ciegos que transitan
sin adioses íntimos que el olvido enseña.

Enajenada madurez, instrumento del retorno
que pulsa sonidos que en la piel tiemblan,
que murmura tiempo que se fuga en las sombras,
como súbita floración sin fondo de una tristeza.

 


El dolor escoge sus ciudades,
el asedio aplaca sus heridas,
el amor persigue sus batallas.

En el feudo de tus manos,
-crisol de cenizas y llantos-,
perdura el olvido y sus cautelas,
languidecen augurios delicados.

Dilapido ausencias, transijo con la nada.
Pájaros lentos ofrecen su cuidado.
Dreno los aljibes oscuros de la sed,
la oblicua noche del regreso,
las imposturas del tiempo,
la quemazón de los retratos.

Te miraré otra vez, en otra noche
de desamparado rasgo.
Se columpia sin prisa la ternura,
me pruebo otra tristeza con la distancia de un presagio.

 


Un aroma de sangre oceánica,
cereal de los tiempos sin lunas,
emerge como la ley, como la selva,
como la piedra que crece en un vientre
y despierta el futuro de la carne.
Cómo no sucumbir al deseo que perece
inmóvil en la frente suplicante de los ángeles,
cómo no reconocer el llanto vegetal del miedo,
cómo no derrotar al veneno aterido de la muerte.

 


Él creía en héroes con gafas de espuma,
en mancos hidalgos que se bebían toda la tristeza,
más profunda y lejana que los arrabales del tiempo.
Él creía en notarios conformes y de eclecticismo marítimo,
en las fases lunares de mujeres
que tiemblan ante retratos y espejos,
pálidas de alcohol antiguo y desconsuelo,
aferradas a las sumergidas acacias del recuerdo.
Bebía el soplo de una mitología urbana,
aliento de romero y madreselva en los bolsillos,
y desde arriba el silencio hacía transparente las calles.
Se agazapaba de la vida tras una muralla de pánico,
extraviándose en el mar, cansado de sueños,
en busca de sirenas con cabelleras de cuarzo,
de piratas que secuestraban descarriadas estrellas.

Resplandece lejana el agua en los pantanos de la infancia.

 


(Madrid, 1939)
Sólo un bálsamo de hiedra silencia esas manos destronadas de eternidad.
Los ojos de una niña rubia y sola miran la furiosa sombra,
la amenaza inmóvil de una estrella falsa
que surca inhabitable un cielo sin pájaros.

Madrid es una ciénaga donde aúllan los obuses.
Los fusiles acorralan a las flores,
son lenguas torrenciales de ira,
crepitantes tinieblas que sólo odio encienden.

La niña olvida una lluvia de incendios en la ventana.
Acuna a la muñeca fea de mirada trágica.
Un gato transparente invoca en los tejados
a las aves que emigraron a un sur olvidado.

Ya no hay duendes esquivos en la casa,
y la niña espía a una adolescente estremecida,
a una madre borrosa que calla,
a un padre grande y fugaz,
al aire negro que oprime la demencia de los sueños.
Taciturnas, las hadas,
se exilian a los archipiélagos de la luna.
El pulso del fuego levanta lenguas de ira.
Se va la vida en un aire extraño,
pasará más allá del desastre.
Las manos de la niña son muros de aire.
Todo es ajeno en las cicatrices oscuras de la infancia.

 

 

DE LA EPOPEYA DEL LABERINTO (2001)

Qué hay detrás de tantas vidas perdidas
la nitidez del engaño,
el hielo oscuro del infinito,
el terciopelo ausente de las caricias.

Raptada por el invierno,
qué fiebre cultivaré con elevación.

Delfos sólo trajo la mansedumbre,
el espejo encubierto por las montañas.
Necesito el reposo de las tinieblas,
-el cielo cada vez está más alto-,
las lámparas inquietas ribetean
las sombras familiares y sumisas.

Llevo un abrazo olvidado en mi seno,
pero un crespón de cenizas abriga mis entrañas

 

Un bosque de cuchillos ciñe un traje de novia.
Es la patria del fuego y la ignominia
que habita en los suburbios calcáreos de la memoria.
Los pájaros siempre son una despedida,
silente y pálida,
como ciertos atardeceres en el mar.

Crece un muro con la lumbre del abandono,
con las palabras del fango,
-tinta de la sangre o de la piedra-.
Las manos viven dentro del espejo,
desatan sin asombros la crueldad del estigma
negro, de mares de furia estéril.

El velo está roto y en silencio.
Los puentes se extienden como tigres
en el ocaso.
Pálidos musgos y pianos enredan un aire antiguo.
En la selva cantan los muslos tristes de una muchacha.

 


Hasta el año décimo,
Héctor ha rehuido el campo abierto.
La tregua
no ha llegado.
Las aves le miran con clemencia.
Los carros invocan a los dioses,
augurando su final.

De isla a isla,
Héctor suplica la derrota.
La hija de Teucro escruta
las vísceras de la ciudad.

La batalla era el único horizonte
que le permitía ver el mar.
Azul era la muerte, y las montañas,
las monedas, la rueca de Andrómaca,
y las flechas perdidas de los encuentros.

Antes de huir dijo:
Una muchacha hiere mejor
que todos los ejércitos del mundo.



Noche ilimitada,
pródiga de luces antiguas,
sombras titubeantes
fortaleza son de momentánea serenidad.

Una galerna de lunas
se funde
en las piedras suaves de la Historia.

Permanece
una extraña criatura esculpida
de ausencias y renuncias.
Invoco
con demencia de espejo,
al menguante destino de las horas.

Desde aquí
aparecen los muertos por la calle,
danzan con violines,
espías azules sin palabras.

Voces viajeras,
sin tránsito en el sueño perdido,
surcan el deseo secreto de los años,
ocultas en las torres lunares,
dulces de humedades recónditas.

Y recorro sonámbula
las calles de Edimburgo,
sumisa al dolor de otras épocas,
con mi maleta verde gastada de nostalgia,
como un racimo de tinieblas.




Una procesión de dudas ilumina mi oscuridad.
Había soñado acabar
mi viaje aquí.

Has olvidado la nostalgia
acechando una mirada,
una luna impasible
materia perpetua de la transparencia,
centinela oficioso de la Historia.

He navegado a ciegas,
buscando oráculos imprevistos
en los pliegues ignotos de las aguas.
Me transformo
en espiga perpetua,
en papel hambriento,
en carne de ola, varada de cielos.

Héctor
tan sólo es una muesca,
una pesadilla de espejos,
una falla morfológica,
una palabra indeclinable.

Ausencia.
Le desnudaba tan despacio
que no podía defenderse.

La ausencia quiere decir jamás,
un ilimitado silencio
bajo cielos de niebla.

Era verdad todo lo que ferozmente se mintieron.

 

 

DE LA PIEL DE LAS PALABRAS (2005)

Qué sabes, Verbo, de mi cuerpo,
De la luz que arrojan
Las entrañas envueltas en espejos,
de los ríos que llegan en los lienzos
de la noche, en los hilos
sin nombre por las tristes
galerías de mis manos.

Qué sabes, Verbo, de los días
Sin límite de ausencias,
De los caballos heridos
Que se deslizan por los nombres.

Qué sabes, Verbo, si llegas
Sin aviso ni concierto, si recorres
Mi piel sin sueño,
Y desciendes
En el blanco callado de mi lecho.

 


Guardo, recóndito, en mi pecho,
Como una novia de otro siglo,
Un silabario de infancias y de risas,
Un tiempo extraño que daba al norte
Un adiós aprisionado en la espera.

Los espejos tiemblan en las casas
Antes de cambiar el mundo,
Y hago mi viaje en la médula del cielo.

Se muestran, a lo lejos,

Las mentiras que no me callo.
-Sin la risa no hay besos ni palabras-.
Palpo mi rostro de antes
En la hendidura del poema.

Preparada para vivir,
Arrincono los espejos
En ciertos lugares de un poema
Que nunca escribiré.

Dentro de mi silencio
Habita un nombre
Que madruga a sus razones,
Que desnuda la sangre de la rosa,
Ebrio de anillos desgarrados y de himnos.

 

 

He construido mi casa con palabras.
Mis libros me observan:
Tal vez pueda sobrevivir
A esa infancia cerrada de agua,
A los nombres que crecen en mi garganta
Como un carromato de mitos
Como plegarias de la sangre,
Peregrina en las páginas
Que nunca leeré.

 

 

Tú me desatas los ojos
Cubres las hendiduras del destino,
Vigía en las jambas del invierno.
Yo escribiré mi poema
Tu lengua es mi casa y mi canto,
Mi tejado de luz.
Espero un ángel sin distancia
Anclado en sus lejanías
Rehén de abriles pasados.
Y amueblo mis heridas,
Con un inagotable murmullo de escenarios.



Inventaré palabras nuevas
Para hablar con tus silencios.

Un enjambre de verbos incide en la dulce luz
Que robo ilesa de tus ojos.

Una infancia llena de oscuros secretos,
De palabras afrutadas,
De verbos ensimismados en el tiempo.
-El miedo también es un camino,
un corredor de sombras
que apura el opio perfumado del olvido-.

Tus uñas obscenas,
Ácidas de noches lentas,
Descienden por mi cuerpo,
Arañan
La transparencia súbita de enero,
Una carne de luna
Alegre en la derrota,
-nunca es para siempre-
Con la complicidad de las fronteras.

Al norte del futuro hay una palabra
Que espera ser escrita,


Tal vez pueda sobrevivir a tanto olvido hacia dentro.



Abrir brechas en el entramado del tiempo,
Como telas de araña sutiles e inquietantes.

Se escapa del entendimiento
Del verde terror del futuro,
Y de los pasados azules de la infancia.

La seda negra y asfixiante del tiempo.
Harta de tinieblas,
expulso de mi un miedo líquido.

Las excursiones por el camino de la memoria
Me acunan con un anillo mágico en el centro de la hierba.

Un olor extraño no es mucho para trazar un mapa...

 

Paloma de cristal,
No te quiero ver en palabras,
-Antes sólo Dios lo sabía-
Puedo decírtelo con mis huesos:
Nunca seré dos.

Escucho las descoloridas
voces de mis hijos no nacidos.

Él nunca dijo mi nombre.
Pero la sangre se hace piedra,
Como un huésped silencioso.
Y nadie ha puesto en mi boca
Una nueva canción.

Nada hiere ya.
Aquí no hay espejos.
Y lavo mi trenza de niña en la mar.

 

"Tierra o madre o muerte, no me abandones aun si yo me he abandonado"
( A. Pizarnik)

Quién amaina el carbón perdido
En la calle cerrada de tu huida,
Niña de las llamas dormidas
Por sortilegios de náufragos.
Mujer de tiempo y alimento
Porqué el mar no pudo abrigarte,
Esos ojos de risa y lluvia,
Qué miedo te arrojó a sus tinieblas
Saqueando el cofre de tu infancia.

Escribo contra las trampas de las sombras
Que acunan la soledad de una derrota.
Pero el espejo se nubla, buscándote,
Peregrino por los despojos del alba.
Y no puedo darte más palabras.



TATUAJE DE ESPUMA

Regresan los nombres desaparecidos,
Los verbos mutilados por el tiempo
La mar funesta que cantaba
Sin mañanas
Montañas solares que conjeturan
Una sentencia
Siglos de palabras cercenadas
Por la soberbia.

Acoge mi miedo inocente,
Ampara la sombra de mi verso
Escribe con la tiza nublada

No estoy sola:
Me acompaña la niña que fui
Tatuada de poemas.

 


Beatriz Hernanz Angulo: (Pontevedra, 1963). Doctora en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Ha simultaneado la escritura poética con la labor docente universitaria, la crítica literaria y la gestión cultural. Tras ejercer la docencia en distintas universidades, colabora habitualmente como conferenciante en diversas instituciones culturales y universitarias. Como crítica literaria, ha escrito durante años en ABC Cultural y desde 1998 en El Cultural de El Mundo, así como en numerosas revistas literarias. Como gestora cultural, ha desempeñado tareas en diversas instituciones culturales nacionales e internacionales en el ámbito teatral y de la cooperación educativa y cultural. En la actualidad, es coordinadora del área de Humanidades del programa de becas de la Fundación Carolina.

Ha publicado numerosos artículos y ensayos sobre literatura española, especialmente sobre teatro clásico y contemporáneo, así como ha editado para Castalia dos piezas dramáticas de Eduardo Marquina: En Flandes se ha puesto el sol y La ermita fuente y el río. En el campo de la traducción, ha hecho versiones en castellano de poetas como Montale, Cummings, Swzymborska, etc. Es miembro del consejo de redacción de la revista Rey Lagarto, y Secretaria General de la Asociación Cultural Lyric Link, Enlace de Culturas. Miembro de la AIH (Asociación Internacional de Hispanistas) y de la Asociación Colegial de Escritores de España y de ARCE.

Como poeta, La piel de las palabras cierra un cuarteto formado por La lealtad del espejo ( premio Barcarola de poesía, Albacete, 1993), La vigilia del tiempo (Accésit del premio Adonais, Madrid, Rialp, 1996) libro que recibió una ayuda a la creación literaria del Ministerio de Cultura en 1994, y La epopeya del laberinto (Palma de Mallorca, Calima, 2001) y La piel de las palabras (Palma de Mallorca, Calima, 2005), con prólogo de Pepe Caballero Bonald. Figura en multitud de revistas literarias y antologías , así como en páginas y bibliotecas electrónicas de poesía.

 

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