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 Entre
        paréntesisIntento de agotar a los mecenas
 
 
 
 
   
 
 Por Roberto
        Bolaño
 Publicado en  Las Ultimas
        Noticias, Miércoles 4 de julio de 2001
 
 ... Nunca
        tuve un mecenas. Nunca nadie me conectó con nadie para hacerme
        beneficiario de una beca. Nunca ningún gobierno ni ninguna institución
        me ofreció dinero, ni ningún caballero elegante se sacó la chequera
        delante mío, ni ninguna señora trémula (de pasión por la literatura) me
        invitó a tomar el té y se comprometió a pagarme una comida diaria. Pero
        con el tiempo he conocido, personalmente o a través de lecturas, a
        muchos mecenas.
 ... El más común de
        todos es el cuarentón homosexual que de pronto advierte que su vida está
        vacía y que se dedica, morosamente, a llenarla de sentido. Este tipo de
        mecenas lo que en el fondo quiere es ser artista y tener a su vez un
        mecenas, un mecenas cuarentón y violento, que a su vez también tiene un
        mecenas, el cual a su vez es apadrinado por otro mecenas, y así hasta el
        infinito. Generalmente las obras que enloquecen a este tipo de mecenas
        son los falsos autorretratos.
 
 ...
        También existe el mecenas con vínculos sanguíneos. Suele ser hermano o
        hermana del artista o poeta en cuestión y la relación que se establece
        entre ambos es como la del pájaro y el peñasco. En ese ámbito a la
        necesidad desesperada se la conoce con el nombre de amor. La derrota en
        todos los frentes está asegurada.
 
 ...
        Luego viene el mecenas invisible. Su apadrinado jamás lo tuteará. De
        hecho, en algunos casos, jamás lo verá. El mecenas invisible es capaz de
        violar a un escritor sin que éste se dé cuenta. El mecenas invisible no
        es, como podría pensarse, un ser discreto y prudente. Más bien al
        contrario: suele ser un patán astuto.
  
 
 
 
        ... Después tenemos a la abuelita
        melancólica. Que no es, por supuesto, abuela, ni siquiera tía abuela, de
        sus apadrinados, y cuya imagen se corresponde en parte a aquellas viejas
        damas rusas amantes de las letras que durante una época pulularon por
        París, Venecia y Ginebra. Las abuelitas visten impecablemente bien.
        Hablan de Proust como si lo hubieran conocido. A veces evocan veladas a
        la luz de las velas en palacios de los que uno no ha oído hablar jamás.
        Tienen (por ignorancia) en alta estima a los autores que han sido
        traducidos a más de tres lenguas y su colección de diccionarios y
        enciclopedias suele ser admirable. Están en peligro de
        extinción.
 ... No están en peligro de
        extinción, por el contrario, los agregados culturales que en las noches
        de luna llena se creen mecenas. De más está decir, puesto que todo el
        mundo lo sospecha, que los agregados culturales tienen mucho más de
        agregados que de culturales. Durante sus breves reinados sus amigos
        medran lo que pueden, que generalmente es poco, pero que para ellos es
        mucho, es todo.
 
 ... Tampoco están en
        peligro de extinción los profesores latinoamericanos en universidades
        norteamericanas. Su concepción del mecenas se sustenta en la fuerza
        bruta y en una cobardía sin fin. La mayoría son de izquierda. Asistir a
        una cena con ellos y con sus favoritos es como ver, en un diorama
        siniestro, al jefe de un clan cavernícola comiéndose una pierna mientras
        sus acólitos asienten o ríen. El mecenas profesor en Illinois o Iowa o
        Carolina del Sur se parece a Stalin y allí radica su más curiosa
        originalidad.
 
 ... Después viene una
        masa amorfa de mecenas de distinto pelaje y de distinta desgracia. Están
        las vírgenes neuróticas, el hombre de las gauchadas, el que lo hace por
        spleen, las casadas insatisfechas, los funcionarios suicidas, el poeta
        que de pronto descubrió que carecía de talento, el que cree que nadie lo
        entiende, el borracho que recita a Salustio, el gordito al que le
        gustaría ser flaco, el resentido que quiere levantar un nuevo canon, el
        neoestructuralista que no entiende ni la mitad de lo que dice, el
        sacerdote que pena por el infierno, la señora que vela por las buenas
        costumbres, el empresario que escribe sonetos.
 
 ... Detrás de esta muchedumbre, sin embargo, se
        esconde el único, el verdadero mecenas. Si uno tiene la suficiente
        paciencia como para llegar hasta allí, tal vez lo pueda ver. Y si lo ve
        probablemente acabe defraudado. No es el diablo. No es el estado. No es
        un niño mágico. Es el vacío.
 
 
 
 
 
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