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María Luisa Bombal




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En Nueva York con Sherwood Anderson


A sesenta años de su muerte, recordamos al célebre escritor norteamericano en las palabras
de una joven María Luisa Bombal, quien, atraída por el genio de este autor,
quiso entrevistarlo en Nueva York.






Por María Luisa Bombal
Publicado en "El Mercurio", 5 de noviembre de 1939










 

....... Encontrarse de pronto con que una ciudad encaja dentro de su leyenda es, desde luego, una emocionante sorpresa. Pero si llega, como Nueva York, a sobrepasar su leyenda, con qué infinito bienestar se mueve uno por ella.

........ En Nueva York no hay rascacielos. Quiero decir lo que nosotros entendemos por rascacielos: un edificio descomunal e indiscreto como un grito. (...) Manhattan está toda construida a una misma escala, sin nada que sobresalga, sin nada que pretenda pujar, como un desafío a la lógica y a las leyes de la armonía. (...)

........Nueva York es la ciudad del silencio. Porque Nueva York, la ciudad en donde transitan y se entrechocan todas las razas, donde se hablan todas las lenguas, la ciudad del movimiento, de las aglomeraciones es una ciudad... silenciosa. Los límites de su silencio comienzan en los muelles adonde la aduana canaliza y distribuye el aporte humano de varios vapores a un tiempo. De entrada, la ciudad impone natural y automáticamente la más elegante de las disciplinas: el silencio. Y también la ciudad del orden es la ciudad de la simpatía y el respeto al prójimo. Los americanos parecen haber comprendido mejor que nadie que la civilización consiste ante todo en un pacto y una transacción. Un pacto consigo mismo, con la parte subversiva de sí mismo, y un pacto y una transacción con los demás. (...)

........Nueva York es una ciudad poética. Allí no se ha perdido el impulso imaginativo, sentimental o "feérico", porque se ha ganado en organización y en practicismo. (...)

....... Cuando dije que quería conocer a Sherwood Anderson hubo sonrisas irónicas, exclamaciones escépticas: "¿Sherwood Anderson? Nunca ve a nadie. ¡Es inaccesible! Hay que entenderse con su editor".

........ Sin embargo, fue W.W. Norton, que no es el editor de Sherwood Anderson, quien me consiguió, rápida y gentilmente, la entrevista que solicitaba. Mrs. Sherwood Anderson me llamó al hotel una mañana y me citó para esa misma tarde a las 16.

........ A bordo ya había preparado, con la inexperiencia de una periodista de ocasión, una serie de preguntas pomposas con las que me proponía poner al descubierto "el espíritu del escritor americano"; a saber:
a) ¿Tiene, según usted, derecho el escritor a aislarse, a permanecer ajeno a los problemas sociales, a no tomar parte activa en la política?
b) ¿Qué escritores, qué literatura, qué tendencias han ejercido según usted influencias en su propia literatura?
c) ¿Qué opina usted de la América del Sur, de su cultura, cuáles pueden ser nuestras afinidades intelectuales con los Estados Unidos, etcétera?
........ Pero Sherwood Anderson vino a abrirme en persona la puerta de su casa, un espacioso estudio de altos vitrales. Esta recepción tan poco solemne no estaba en mis cálculos. Sin embargo, sin inmutarme me puse a observar con curiosidad alrededor mío. Sherwood Anderson me advirtió sonriente: "No se dé tanto trabajo. Este estudio no es mío. Nos lo ha prestado una amiga mientras estamos aquí. Nosotros vivimos en el campo. En Virginia". Y sin más preámbulos me presentó a su señora, una graciosa americana tan inteligente como tranquila. A pesar de todo, y para no dejar de cumplir con lo que yo consideraba mi deber de periodista formulé la primera pregunta.

- ¿Tiene, según usted, el escritor derecho a aislarse, a no tomar parte activa en la política? Sherwood Anderson me miró gravemente un instante. - Oh sí; si es que puede.

- ¿Cómo es posible que no haya concurrido un solo escritor americano a las sesiones del P.E.N. Club? - traicionando desde luego mi programa.

- Oh, sabe usted, a nosotros los escritores americanos no nos gusta hablar tanto y tanto. Preferimos escribir cada cual en su rincón: mal o bien, pero escribir.

Y Sherwood Anderson sonrió con simpatía y con un poco de cansancio.

La ocasión me pareció buena para sincerarme:

- Francamente (no pude menos que decirle) no tengo pasta de periodista.
Sherwood Anderson. ¡Qué parecido es usted a Sherwood Anderson!

Porque el autor de Poor White y de Death in the woods era realmente igual a la idea que nos hacemos de él: varonil, franco, canoso, de una seriedad tan alegre, de una inteligencia accesible y serena. La señora de Anderson trajo "whisky". Ella y su marido me mostraron luego el jardincito sobre el que se abría el estudio, luego el estudio y los cuadros de la amiga, y sonriendo con benevolencia de mis entusiasmos, me hicieron a su vez preguntas.

Pero fue a mí a quien tocó sonreír cuando Sherwood Anderson manifestó su sorpresa ingenua a la par que cierta incredulidad de que en la América del Sur pudieran conocer sus libros.

- ¿Cómo? ¿En qué idioma? ¡En inglés!

- Sí, en inglés o en traducciones al francés y al español también.

- ¿Así es que en la América del Sur saben que yo existo? ¡Qué raro! ¡Qué maravilla! (...)

"América del Sur, América del Sur", repetía, mientras me acompañaba hasta la puerta.

........Al día siguiente me mandó una carta de la que transcribo aquí algunos renglones.
"Se está hablando mucho de la necesidad para todos nosotros, en nuestras dos Américas, de tratar de conocernos mejor los unos a los otros. Creo que esto debiera emprenderse comenzando por la traducción y publicación aquí de vuestros novelistas y poetas. En estos momentos existe, sin duda alguna, un gran interés por la América del Sur. Me atrevo a afirmar que no es sólo un interés de orden comercial; hay en este interés una especie de sentimiento nuevo. Algo terrible parece haberse apoderado del Viejo Mundo. Ya no podemos seguir tomando nuestros impulsos culturales de allí. Algo está allí corrompido".

.......Como invitada al congreso de los P.E.N. clubs, no pudo menos que impresionarme profundamente la última frase de su carta. Todos los escritores europeos que frecuentaba en las sesiones y en los viajes sólo me parecían preocupados en vigilar sus derechos de autor. Yo los observaba moverse en ese maravilloso país. Los intelectuales europeos vienen a América a ver América según se les ha antojado a ellos qué es América, me decía. Tienen miedo de ver las cosas limpia y sinceramente, sin prejuicios ni lugares comunes. Parecería que temiesen recoger nuevas impresiones, ver nuevos paisajes, como si cada nuevo elemento, en lugar de enriquecerlos, fuera a romper el equilibrio precario de sus parsimoniosas vidas intelectuales.

....... ¡Qué distinto fue, en cambio, el gran paseo a que nos invitó en su coche Sherwood Anderson para mostrarnos algunos aspectos de Nueva York! China Town, Harlem, donde cada espectáculo y cada tipo de negro entusiasmaban a Sherwood como si los estuviera viendo con nosotros por primera vez. A la vuelta de una calle un negro muy elegante y deportivo se bajó de su automóvil y vino a reprender a Sherwood, que manejaba deplorablemente. El más ilustre de los escritores americanos escuchó con atención y expresión suave el discurso, por lo demás bastante insolente, del "gentleman" de color, y poco faltó para que se excusara.

- Jamás un negro se atreve a interpelar así a un americano - intercedió alguien. Ha sido usted demasiado indulgente.

Anderson sonrió y explicó.
- Si hubiera sido un blanco, no respondo de lo que hubiera pasado, pero a un negro mejor es dejarle la ilusión de sus derechos.

....... Como la mayor parte de los intelectuales americanos, Sherwood Anderson ama a los negros: un amor hecho de curiosidad y a la vez de prudente e inteligente admiración.

....... Después fue Wall Street y los "docks", la ciudadela industrial de Nueva York. Y entre los bancos y las centrales de grandes compañías comerciales, la iglesia de la Trinidad, negra y esbelta, rodeada del apacible y abierto cementerio, y el gran revuelo de las palomas en las estrechas calles empinadas. (...)

....... Durante el trayecto de vuelta, Sherwood Anderson, con un entusiasmo y una sencillez sin límites, me habló del libro que estaba escribiendo, del capítulo que acaba de resolver esa misma tarde, antes de venir a buscarnos. Me preguntaba casi mi opinión. (...)

....... Por la noche tuvo lugar el banquete solemne con que fueron cerradas las sesiones del congreso de los P.E.N. clubs. Ochocientas personas, pero muy pocos escritores americanos. Negrín estaba sentado en la mesa cabecera. El día anterior había llegado de España. Algunos sudamericanos lo mirábamos ingenuamente emocionados, conmovidos por el drama que significaría para él tener que sentarse vestido de frac a una mesa, por demás literario y elegante, al día siguiente de una capitulación tan dolorosa. No fue lo mismo cuando al final del banquete accedió a tomar la palabra y con la copa en la mano bromeó sobre su mala dicción inglesa, habló de la belleza de los rascacielos, etcétera. Entonces su resignación nos pareció un tanto exagerada.

.......Pero la noche nos tenía reservadas otras sorpresas: Pearl Buck nos habló breve y sobriamente de la China destrozada, y luego... luego se levantó y habló la China misma en la persona del ilustre escritor Lin Yutang; habló esta vez con la alegría y la verbosidad de un "speaker" de radio.

...... No sé qué pensaría en ese momento Pearl Buck. Por mi parte, mientras volvía al hotel, la frase de Sherwood Anderson me resonaba en los oídos:
- Algo terrible parece haberse apoderado del viejo mundo. No podemos ya seguir tomando nuestros impulsos culturales allí. Algo está allí corrompido.


 


 

 

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Artículo : En Nueva York con Sherwood Anderson, por María Luisa Bombal

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