OSCAR BUSTAMANTE

 
 

 

Oscar Bustamante
GENTE DE LA CIUDAD


"Santiago cambia con una velocidad tal que los habitantes no alcanzan a tomar conciencia del cambio, es más fuerte el cambio que ellos mismos. Esa cuestión hace que la ciudad se convierta en algo -valga la redundancia- casi inconsciente. Todos los fenómenos asaltan al ciudadano".

por Roberto Merino

Oscar Bustamante ha pasado estos dos años dedicado a escribir Café cortado, su último libro de cuentos, que tiene a Santiago como estructura de fondo. Se trata de una serie de relatos en que los personajes -procedentes de distintos sectores del mundo urbano- terminan con sus destinos interconectados. Un cantante micrero de blues, un idolo del boxeo que rodó por el arroyo, una cafetinera del centro y un aristócrata tras las rejas son algunos de los individuos que el autor ha
hecho pasar de la realidad a la ficción.

Bustamante es -además de escritor- arquitecto, y lleva ya más de una década de publicaciones. Entre sus títulos hay que destacar Asesinato en la cancha de afuera, Recuerdos de un hombre injusto, Explicación de todos mis tropiezos y El dia que se inauguró la luz. En esta conversación empezamos hablando de la ciudad y derivamos en el campo. Chile queda suspendido entre una y otra categoría.


Has estado un par de años escribiendo cuentos santiaguinos. ¿Has sacado algunas conclusiones sobre Santiago?

Yo siento que Santiago es una ciudad que todavía no toma conciencia de sí misma, es una ciudad poco urbana, en el sentido de que todavía no se organiza a sí misma. Es una acumulación de miles
de entidades sin destino común. De repente aparecen cosas, barrios que empiezan a consolidarse pero, como el chileno es un tipo muy precario, muy emigrante, nada dura. La presencia de la naturaleza es además muy poderosa. Con los terremotos vivimos en la actitud de que nada es demasiado duradero. Es una actitud escéptica. una característica muy chilena. Siempre esperamos que las cosas salgan mal, que todo se venga guarda abajo. Los rastros de nuestra cultura arquitectónica son muy escasos, porque está hecha de tierra: el adobe. La lluvia, el temblor hace que eso desaparezca. Entonces, el chileno está como consciente de la fragilidad que lo constituye.

¿Y esto cómo se ve concretamente en la ciudad?
Lo que pasa es que Santiago cambia con una velocidad tal que los habitantes no alcanzan a tomar conciencia del cambio. es más fuerte el cambio que ellos mismos. Esa cuestión hace que la ciudad se convierta en algo -valga la redundancia- casi inconsciente. Todos los fenómenos asaltan al ciudadano, todo es una novedad. Te puedo contar una anécdota que tiene que ver con esto: un día yo me subía a una micro en la Alameda, como a las nueve de la noche, y el chofer me dice "hola, don Oscar".
Era un antiguo empleado mío de Talca, con el que éramos muy amigos. Se había venido hacía diez años y estaba trabajando de chofer. "¿Adónde va?", me dice. "A mi casa". Yo vivo en Salvador con Marín: se tiró por Salvador y me fue a dejar a la puerta de mi casa. Había ahí una especie de desadaptación o falta de conciencia de que el tipo era un chofer de micro que se debía los pasajeros. Es un fenómeno que no me imagino en Londres o en Buenos Aires. En la micro iban unas quince personas: pifiaban, gritaban, le sacaban la madre. Este era un tremendo gallo, así es que se daba
vuelta y les decía: "Cállense, huevones, voy a dejar a don Oscar aquí a la esquina".

El internado debe haber sido una cuestión muy marcadora.
Yo creo que sí. Yo nací en Talca, en la casa de mi abuela, calle 1 Oriente, año 41. Estuve interno desde los siete hasta los doce años, en el Liceo Blanco Encalada. Son los peores recuerdos de mi vida. Tenía a mi abuela viviendo a tres cuadras y yo toda la semana encerrado entremedio de unas paredes. Los colegios no eran como hoy con esa reminiscencia inglesa. Esto era unos patios de cemento con una cancha de básquetbol al medio y un edificio horrible. Después pasé cinco años interno en un colegio en Inglaterra.Yo era un chileno que llegaba allá de doce años -sin saber ni palote de inglés -a un colegio de la aristocracia católica inglesa. Esos colegios que son mucho más duros
de lo que uno podría imaginar, estrictos, el mundo ahí era otra cosa, inimaginable.

¿Cuán violento fue el cambio de vida?
Yo era un niíio de campo y mis referencias eran los cerros de la costa, las cordilleras. Cuando chico iba con mi padre a las veranadas en la cordillera, ese especie de santuario. Entonces, fue muy impresionante subirme a un avión -artefacto del que no había estado ni siquiera cerca- y llegar a un país donde las mujeres fumaban, para empezar. Insólito: nunca había visto a una mujer fumando. Pasar de Los Cerrillos, donde había un avión y salía dos veces a la semana (estoy hablando del año 52), al aeropuerto de Londres, donde la frecuencia es una locura, ver buses de dos pisos y una ciudad que no terminaba nunca. Uno de cada cuatro edificios estaba en el suelo por los bombardeos de la Segunda Guerra: sitios eriazos perfectamente limpios, pero las huellas de la guerra estaban ahí.

¿Y en terminos culturales?
Con el tiempo me fui dando cuenta de que estaba frente a otra cultura, a otra relación con el mundo. Sentía que los ingleses de alguna forma controlaban el mundo. Para mí era una Iocura ver que en Oxford Street todos los autos se detenían frente a los semáforos, porque en Talca no había semáforos y habría unos quince autos en total. Cuando en Talca se instaló el primer ascensor, en la Intendencia. había una cola de toda la ciudad para subir. A mí la experiencia me sirvió para escribir una novela donde aparece la conformación de dos mundos. Los chilenos siempre contamos con los referentes culturales y políticos europeos y norteamericanos, y tenemos a la vez una personalidad producto de nuestro paisaje, que esa cosa mínima y una gran necesidad de reconocimiento. Lo mismo me
pasaba allá: yo les mostraba a los ingleses fotos del casino de Viña del mar, en E1 Mercurio buscaba fotos para demostrarles que en Chile había edificios y autos. Cuando en el fondo debía haberles mostrado el Aconcagua, los ríos, pero entonces me sentía muy acomplejado.

¿Y los ingleses cómo te veían?
Como un ser absolutamente de otro planeta. Estaba todo distorsionado. Una vez el director me llamó al dormitorio para que le mostrara en un mapa del mundo dónde quedaba el campo nuestro. Con un alfiler yo le decía "ahí" y el gallo no entendía: creía que teníamos una provincia. La falta de conocimiento de ellos sobre nosotros era altísima y nosotros sabíamos todo sobre ellos.

En tu infancia debes haber experimentado algo de lo que se Ilama "la sociedad talquina".
Claro, era una sociedad muy pretenciosa. Los talquinos habían construido su propio mundo, que ellos jerarquizaron como muy aristocrático. Se definieron como gente de mucha prosapia, aunque en el fondo eran unos acomplejados de Santiago, con la que rivalizaban. Estamos hablando de cuando tú demorabas seis horas en llegar a Talca en auto, cinco pannes de neumático, camino de tierra, no había buses. sólo el ferrocarril. Para serte franco yo me siento más cómodo al sur del río Maule, me
siento más un hombre de cordillera, más un hombre de Linares que de Talca, porque todo esa cosa encapsulada en pretensiones hidalgas era un poquito absurda. Era un mundo que me parecía estereotipadamente ridículo, pero que también tenía sus explicaciones y su encanto. El slogan "Talca, París y Londres" era una manera de salir del barro, por así decirlo, de situarse. Esa sola cosa le ha dado carácter a la ciudad. De una tontera se ha creado algo, por lo menos.

¿Era una burguesía finalmente, no?
Una burguesía. Pero de ese sector social yo admiro a personas cuyas preocupaciones eran otras, que querían encontrarle sentido a esta cuestión. Su lucha era contra la naturaleza, los ríos, los terremotos, además de luchas políticas y de poder. Esos gallos estaban mucho más erosionados por el paisaje y eran mucho más malditos que los caballeros que tenían viñas y se pasaban yendo al club. Mi abuelo paterno tenía esa cosa maldita. Gallos violentos, que amaban mucho, bebían mucho, daban mucho trabajo, anárquicos. Algo pasaba con ellos, dejaron una huella de grandeza y al final de decaimiento, Te digo que me emocionaba mucho cuando iba a las casas de la exhacienda de mi abuelo y veía a la última descendiente, pobre, en una casa que se está viniendo abajo. Eran 3 mil cuadras y quedan siete hectáreas, con este personaje metido ahí, solo. Pero ahí está la huella de la vida. la huella de un terrible desafio.

Es curioso que estos ímpetus humanos tienen un momento de combustión y después, a través de las generaciones, quedan como una larga estela que se va apagando.
Es dramático. Esa escena para mí fue clave, y a partir de ella construí Recuerdos de un hombre injusto: vi a mi tía, que había sido muy bella, a un lado del brasero, en la casa derruida. Lo que habían sido grandes murallas ahora eran unas pilas de tierra. Descubrí toda una vitalidad que de repente se derrumba. Mi abuelo había reconstruido esa cuestión que su padre alcohólico había perdido, y que seguramente otro antes había levantado.

Parece que es una especie de ciclo inevitable: el esfuerzo y la pérdida.
Leyendo a los rusos , sobre todo a Gogol, aparece esta terrible capacidad de destrucción. Pero en Chile, por la precariedad, por la fuerza telúrica general, los períodos son muy breves, va quedando esa estela que es mucho más larga, que es una cuestión donosiana finalmente. Lo valorable es que esos hombres tuvieron pasiones, fuerza y vitalidad y lo que los empujaba eran las insondables ambiciones. Al final pienso que lo que ellos quisieron eran bonitas alamedas, agua para regar los campos. Porque hay que pensar que estamos hablando en un período en que Chile era todavía indomable. Había falta de puentes, falta de regadío, pobreza. Fíjate que la luz llega a los campos nuestros recién el 76, la micro es un fenómeno de esos años. Yo me acuerdo de la galería de personajes que pasaban frente a mi casa en el campo, hombres poco a menos que a pata pelada vagando por los caminos de Chile en busca de trabajo. Y en todas las casas patronales había un lugar donde ellos podían pasar la noche y comer para seguir su ruta. Esa cosa inquieta del chileno tiene que ver con la precariedad.

Por historia tú podías haber permanecido aislado, pero en tus relatos hay una atención real hacia personajes provenientes de otros mundos.
Bueno, yo me siento un marginal. La verdad es que me siento incómodo en todos los lugares en que estoy. Tal vez incida la sensación de que nací en la soledad y de que a los siete años me llevaban a la cordillera, algo infinitamente más grande que yo. En Inglaterra. cuando estaba solo y había gente que
era agresiva conmigo, me refugiaba en los recuerdos del río, de los pescadores con los que iba a pescar. Yo siempre he andando buscando la vuelta a eso, pero las cosas que viviste cuando niño no vuelven, quedan grabadas como cuestiones lejanas e irreales. Por otro lado me gusta la sensación de sentirme marginal, en el sentido de sentirme inestable con respecto a mí mismo.

Donoso observa en sus memorias que el desplazamiento social del escritor : la "fractura", ha sido clave para la narrativa moderna, partiendo por Stendhal.
Exacto, eso de no estar enteramente cómodo en un espacio. Si estás enteramente cómodo para qué te mueves. En el caso mío, estuve siempre desarraigado por los internados, y esa cuestión me hizo buscar un mundo con el cual defenderme, que en el fondo empezó a ser la mirada. Cuando salía a recorrer la ciudad de noche para estos cuentos de Café cortado, iba con la sensación de que en algún momento iba a encontrar una tonalidad con la cual me iba a sentir cómodo. De repente entrar a un boliche y escuchar una conversación me dejaba en una cuerda fantástica. Siento que es ese ejercicio
de mirar lo que aprendí, y ya no se me escapa.

 

en El Metropolitano
28 de mayo de 2000
fotografía de Pablo Martínez

 

 
 

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letras.s5.com , proyecto patrimonio, OSCAR BUSTAMANTE: Gente de la ciudad, entrevista por Roberto Merino, en El Metropolitano, 28 de mayo de 2000.

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