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BRUNO VIDAL:

"Quiero ser el poeta de los victimarios"

 

Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de El Mercurio, Viernes 23 de julio de 2004.



Asumiendo la voz de torturadores y homicidas, en una estrategia coral de crudeza extrema, el poeta chileno rompe un silencio de trece años con la publicación de "Libro de guardia", obra tanto o más implacable que su primer título, "Arte marcial", convertido ya en un texto de culto.

 

Composición de lugar: un despacho en el último piso de un edificio situado en Providencia. La habitación, ni grande ni pequeña, emerge de la semipenumbra, atestada de libros. Flannery 0'Connor, Baudelaire, Hoffmann, Turgueniev, Gabriela Mistral, John Cheever, Willa Cather se mezclan con códigos de derecho, repletando las estanterías, apilados sobre el piso, encima de su escritorio. Sentado tras él, está el poeta junto a un crucifijo y varias fotos enmarcadas: su hija pequeña, María Trinidad, Jaime Guzmán Errázuriz y un militar asesinado por un francotirador el 11 de septiembre de 1973. También hay un gran cuadro japonés o chino y un ventanal con vista nocturna al World Trade Center que invita a recordar las escenografías de «Blade Runner» o «Metrópolis», de Fritz Lang.

Bruno Vidal (Santiago, 1957) es su nombre de batalla, es decir, de poeta. No el que usa como profesor particular de leyes (estudió Derecho en la Universidad de Chile) ni como alumno vespertino de psicología. En el registro civil fue inscrito como José Maximiliano Díaz González. Sus iniciales, J. M.D.G., casi reproducen la divisa de la Compañía de Jesús: Ad Majorem Dei Gloriam (A.M.D.G.), detalle que no se le escapa en los agradecimientos finales de su flamante Libro de guardia (Ediciones Alone), donde se imbrican el lenguaje militar y la imaginería católica.

El «libro de guardia» es el que está a la entrada de las comisarías, los regimientos, los cuarteles de bomberos. Corresponde a la «bitácora» que se usa en la navegación. Vidal la asocia a las prefecturas y generalatos con una doble connotación religiosa y policíaca de "vigilia" y "vigilancia". No es el único caso ni el más cotidiano que deja registro pormenorizado de la disciplina autoritaria y litúrgica: hay un altar en cada iglesia, así como hay un altar de la patria. Ambos exigen sacrificios. O recuerdan alguno. Son lugares de culto, escenario de ritos y peregrinación votiva.

En su despacho, el pequeño altar de este poeta-abogado tiene forma de memorial fotográfico:

—A Jaime (Guzmán) le tengo un cariño enorme, fue uno de los profesores de Derecho Constitucional más contundentes, en la teoría y en la práctica, además de político de marca mayor y un chileno de primera. No fui su alumno, pero me considero uno de sus pupilos más aventajados, aunque yo me incliné más por el Derecho Civil y su enseñanza privada, en el estilo de los pasantes medievales. La foto del suboficial muerto el once de septiembre me llega hondamente. Lo imagino combatiendo en Morandé con Moneda, me lo figuro sacrificándose por la patria y eso me da motivo para pensar en la hombría del miliciano castrense y en el misticismo del pronunciamiento militar.

Con su primer libro, Arte marcial (Ediciones Carlos Porter, 1991), Vidal remeció la escena literaria de los noventa, moderada por los aires de reconciliación y la nueva narrativa. "UN POETA MALDITO/ NO SE CORTA LAS VENAS/ SE BAÑA CON LA SANGRE/ DE LOS CAÍDOS", desafiaba uno de sus textos más provocadores.

El libro ganó un certamen convocado por la editorial Sinfronteras en 1987. En el jurado: Jaime Quezada, Gonzalo Millán y Enrique Lihn, a quien Vidal le dedicó el libro cuando lo publicó.

En su momento, Arte marcial fue leído por su audacia en recoger una lectura excéntrica de los fenómenos represivos de la dictadura, habitualmente abordados por una literatura militante, sin mayor fuelle, o por un arte conceptual que él considera contestatario y espurio:

—Yo tomaba esos materiales deslucidos y los remodelaba a rienda suelta, solidarizando con la práctica de «vigilar y castigar». La dictadura daba tupido y parejo en el cuerpo social. Arte marcial se hacía eco de esta marcha forzada. La estrategia básica era mimetizarse y zafar el dolor con maquinaria pesada. El poeta asaltaba el comando de telecomunicaciones y proponía un acto de locución alucinado con el dialecto de la milicia. En tal acontecimiento espectacular declamaba: ¡Rompan filas! Y esto en un doble y hasta quíntuplo sentido: nos íbamos de franco con la frente en alto o seguíamos cuadrándonos con una manga de iletrados. Mal que mal estábamos haciendo el servicio militar en la guarnición del gran Santiago.

Vidal se adjudicó en 2001 el Premio de poesía inédita del Consejo Nacional del Libro y la Lectura, con una obra titulada «Aka 47», como el fusil de asalto soviético diseñado por Kalashnikov. Esta vez los jurados fueron Diego Maquieira, Gonzalo Rojas y, nuevamente, Gonzalo Millán. Modificado, el texto ganador sirvió de base para Libro de guardia, una autoedición de 500 ejemplares prolijamente supervisada por el autor. De tapas rojas, como las de su primer obra, pero con diferencias cruciales:

—En Libro de guardia me enfrento a los materiales con más conciencia de mi propio quehacer poético y por lo mismo establezco un mayor distanciamiento. Para decirlo en forma siútica, incorporo un metalenguaje, no hay solamente una cosa espontánea. Porque yo le atribuyo mucho espontaneísmo a Arte marcial, y por eso que me llama poderosamente la atención que haya suscitado tanto interés. Para mí fue una buena manera de ejercitarme en la escritura, pero ya en Libro de guardia hay una profesión de fe absoluta: la poesía es un arma de servicio.

Con más soltura de cuerpo, ahora pone el acento en lo que llama "acuartelamiento en primer grado": la represión inmediatamente posterior al 11 de septiembre. En el libro escenifica interrogatorios feroces, seguimientos a opositores, conversaciones entre agentes de inteligencia y monólogos interiores de conscriptos reclutados en ese período:

—Me importa la obra profunda de la dictatura. Mi poesía simpatiza con las voces de mando y las jinetas. Se imponía la gratitud a los culatazos dados con rigurosa impiedad. Las víctimas no estaban en condiciones anímicas de narrarnos lo realmente acaecido en los flagelos de las sesiones de tortura. A mí me concernía la sevicia atroz en la piel de los perseguidores. Mi poesía se propone la misión cumplida.

—En su libro se describen actos de tortura chocantes. ¿Es posible mantener un distanciamiento? ¿No se puede leer incluso como una exaltación?
—Hay un cierto sentido de verdad en eso. Yo exalto la tortura, pero no porque quiera torturar, sino para dejar en claro lo que significa. Voy directo a la crudeza: esto ocurrió; así es una sesión de tortura, pero al mismo tiempo busco el sentido litúrgico, ideológico y emotivo que hay detrás. No es un tema que podamos soslayar los que hemos estado cercanos a él. Yo tenía 16 años el 73, cuando muchos creíamos que era posible luchar por ideales revolucionarios que más tarde serían totalmente destruidos. Lo más decente que uno podía hacer como sobreviviente era buscarles sentido a esos acontecimientos de costo social impresionante.

Sin embargo, dando un nuevo golpe a la cátedra, el poeta ha declarado en estos días que considera al general Contreras su "guía espiritual":

—La trascendencia temporal del oficial Contreras es innegable. A quién no le pone los pelos de punta el temple de acero del coronel. A mí se me llenan los ojos de lágrimas. Sus trabajos no fueron sucios, sus guerras no fueron sucias, fueron manifestaciones de la pureza al máximo de sus posibilidades; para algunos es difícil de entender. Muy lamentable. Son los mismos que no entienden la crítica social que hay en «El Corralero», de Sergio Sauvalle, interpretado por los Huasos Quincheros. Todas estas cosas me recuerdan día a día lo extraordinariamente delicado de la historia del 73 y años posteriores. Estuvimos a punto de caer en el caos y el precipicio. Lo único triste fue la desaparición forzosa del movimiento social. Me causa extrañeza que nadie quiera resucitarlo de entre los muertos...

El camino recorrido por Vidal no ha sido fácil. Su obra, además de reconocimientos literarios, ha cosechado reacciones airadas. Incluso acusaciones. A quienes lo llaman "poeta fascista" les responde literariamente:

"Deja que los perros ladren. Yo recibo órdenes superiores" (mira al cielo).

—¿Se siente malinterpretado o agredido?
—Tengo claras muchas cosas. No soy un desalmado, tampoco un demente. Ahí está la foto de mi hija, debo trabajar como todo el mundo para parar la olla y no estoy en el Open Door. Ahora, como poeta sí, estoy loco, fuera de todo canon, porque precisamente las cosas con las que yo trabajo son de esa índole: totalmente infrahumanas, desquiciantes. Por desgracia, a una persona analfabeta no le puedo ordenar que lea a Husserl para que entienda lo que quiero decir. No es problema mío. Por lo demás, es un buen síntoma, porque esto siempre ha ocurrido con las obras valederas. En toda situación fundacional ha existido una incomprensión tremenda, el auditorio no está al día en la lucidez. Yo quiero ser el poeta de los victimarios.

—Para asumir la voz de ellos, ¿debe ausentarse el yo del poeta?
—Yo diría que sí. Tiene que abolirse. En el tratamiento lírico de mis temas el yo se despedaza, se debilita, se trastorna, se encomienda, se jode; en una palabra, queda "en lengua". Mallarmé hablaba de abolir el azar, lo cual es francamente imposible, pero el poeta tiene un yo absolutamente aniquilado, fuera de quicio.

—Como el de los torturados que aparecen en sus libros.

—Claro. Y es lo que pasa también con el yo colectivo en el cuerpo social. Es tan devastador el efecto de la contrarrevolución, que las personas, por mecanismos de defensa e identificación con el agresor, empiezan a tomar una lengua que en una posición original no les correspondía. Eso sucedió en términos suprahistóricos en Chile y es algo que me sobrecoge. No hablo solamente en el sentido colaboracionista del que se pasó al otro bando. Imaginemos eso mismo, pero trasladado a cantidades industriales, macrosociales, donde hay ejemplos patéticos, francamente groseros.

El autor de Libro de guardia maneja en sus textos un discurso escindido, lleno de contradicciones, antinomias y paradojas abiertas a dobles lecturas. Coherente con estos rasgos es el concepto que tiene del hablante lírico:

—El poeta es un ser lúdico, estrafalario, excéntrico, que habla raro, un outsider, como le llaman ahora. La tensión lírica, la ambivalencia, la androginia y la di-versión juegan un rol estelar en su trabajo. El lenguaje es una cosa absolutamente híbrida, yuxtapuesta, llena de dialectos, sonsonetes. Para mí, como poeta coral, recoger toda esta informalidad, estas gramáticas, es súper entretenido en el sentido de creatividad, pero también supone una responsabilidad enorme darle un sentido ético. Algo angustioso, porque en el lenguaje hay una gigantesca fábula autoritaria que Barthes advirtió muy bien: la lengua no es reaccionaria ni progresista; es simplemente fascista: obliga a decir.

Entre los poetas que se han mencionado para establecer la genealogía o filiación literaria de Bruno Vidal, el nombre que más se repite es el de Diego Maquieira. En La Tirana (1983) hay un sujeto poético travestido (habla una voz de mujer), conviven giros coloquiales junto con alusiones cultas, referencias callejeras, expresiones del lenguaje militar, armas y elementos religiosos que aparecen de nuevo en Los Sea Harrier (1993). Pero Vidal no se cuadra, ni mucho menos, frente a la obra de Maquieira:

—En ningún caso hay una angustia de la influencia. Creo que es una coincidencia o un correlato par de la creación literaria. Tengo claro que algunas críticas acerca de mi obra hacen esa relación, pero si se efectuase un cotejo de letras, la pericia diría que Diego Maquieira es un estilista del glamour cinefilo y yo un cuadro del partido bolchevique que busca redención en la toma de conciencia.

—¿Está hablando de una poesía militante?
— Sí, mi gran vocación literaria es construir una militancia que se desborde en términos de desconstrucción, de ironía. Quiero meterme en las patas del caballo de la militancia, ¿para salir indemne? Me consta que eso es prácticamente imposible. Asumo el riesgo. Yo soy un poeta social por excelencia, a despecho de una serie de holgazanes que se amparan en el desposeído para justificarse con bravatas. A mis libros los define una preocupación sostenida por la polis, son el testimonio fiel de una militancia en el arte y en la vida.

—Templos, imágenes sagradas, invocaciones... ¿De dónde proviene la vertiente religiosa de su obra, tan enfatizada en su reciente libro?
—No hay poeta en Chile que no haya aludido a lo religioso. Para empezar, la Mistral, pero sobre todo Anguita es el que me da el pie con su poema «Única razón de la Pasión de N.S.J.C.». Si hay una influencia en mí que nadie ha advertido está en ese poema que vincula al Cristo redentor con una serie de sujetos populares. No podemos evitar la hegemonía de la cultura católica. La patrona del Ejército de Chile es la Virgen del Carmen: del atentado a Pinochet se llega a decir que las balas dibujaron una virgen en la ventanilla del auto. Yo postulo una relación edípica en esta devoción mariana: la evidencia cierta de nuestro matriarcado es la Virgen del Carmen. Ella es la madre de Dios, de Chile, del Hijo enviado al sacrificio. Todo hombre sacrificado en este mundo es hijo. Por último, de puta, pero es hijo. Cuántas víctimas no dijeron "papito" o "padre" cuando las estaban matando.

—Parafraseando la afirmación de Adorno acerca de que no se puede escribir poesía después de Auschwitz, ¿cómo seguir haciendo poesía luego de tanta desaparición y tortura?
—Porque siento que las voces de las víctimas me lo piden. Te lo digo de verdad, sin ironías. Yo soy muy poco dado a publicar, pero finalmente son ellas las que me dicen: "Bruno, que hablen los victimarios, porque al hacerlo vamos a estar hablando nosotros".

 

 


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Bruno Vidal: "Quiero ser el poeta de los victimarios",
por Pedro Pablo Guerrero,
Fuente: Revista de Libros de El Mercurio,
Viernes 23 de julio de 2004.