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Bruno Vidal: "No hay poesía si no hay contradicción"

Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros El Mercurio. Domingo 8 de enero de 2017



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El lector puede conocer al Bruno Vidal de los 70 -antes de que adoptara ese nombre de batalla- en uno de los poemas iniciales de Rompan filas, donde se refiere al Negro Díaz -José Maximiliano Díaz González (Santiago, 1957)- como un proletario esmirriado, iluso y devoto de un ideal, no exento de ineptitudes y rigideces. También es posible reconocerlo en un episodio verídico: el 13 de septiembre de 1973 a su padre, dirigente obrero, se le ocurrió que su familia trasladara literatura marxista-leninista a la casa de su madre, camuflando libros, folletos y revistas subversivas en bolsas de feria, bajo apios y lechugas, justo cuando un operativo militar registraba a todos los que transitaban por Plaza Chacabuco. "¿Y si esos militares de rango hubiesen ordenado una revisión completa?", se pregunta.

"Elementos autobiográficos hay más de los que uno puede suponer. Pero al servicio de una idea que trasciende la minucia personal", advierte este poeta divorciado, padre de una hija, que estudió Derecho en la Universidad de Chile y se ha dedicado a dar clases particulares a los alumnos que preparan su examen de grado.

Desde hace unos años, Matías Rivas, de Ediciones UDP, le venía proponiendo reeditar Arte marcial (1991) o publicar una antología que también incluyese Libro de guardia (2004). Con el primero, Vidal ganó en 1987 un concurso organizado por Editorial Sin Fronteras, en el que fueron jurados Gonzalo Millán, Jaime Quezada y Enrique Lihn. Los editores convocantes nunca le publicaron el libro y fue Roberto Merino quien, años más tarde, lo convenció de hacerlo por su propia cuenta y riesgo.

Esos dos trabajos apuntalaron su fama de poeta de culto, excéntrico, maldito, incorrecto. No se distribuyeron en librerías, simplemente los regaló. En el verano de 2016 decidió tomar un año sabático y se fue a Cuba a conocer el país y escuchar el concierto de los Rolling Stones. Se llevó ambos libros y los examinó minuciosamente. "Allá me propuse recoger lo que consideraba más pertinente y establecer una nueva textualidad. Rompan filas es en un 98% inédito, pero con la impronta de esos dos ensayos generales. Ahí determiné que formaban una trilogía", recuerda.

Siempre le llamó la atención la arrolladora fuerza de la orden "¡Rompan filas!", que ya estaba en su primer libro. "Es un ensamblaje de disciplina y libertinaje, en el sentido de irse de franco. Es una noción que se une al ejercicio de las libertades públicas y al libre albedrío, pero dada por la voz de mando en un regimiento", observa complaciéndose en el oxímoron.

Bruno Vidal está consciente de que no fue el primero en tomar materiales del mundo castrense. "Apollinaire tiene poemas de la Primera Guerra Mundial en que recoge el tema militar", recuerda. "Pero lo mío va mucho más allá, en el sentido decisivo de irse a meter en las patas de los caballos". Sabe de gente que ha quedado estupefacta al pensar cómo es posible que se escriba un texto poético con una sesión de tortura. "Yo le respondo inmediatamente: porque hay personas que están en juego, y eso significa lenguaje, gestos, sentimientos, decisiones, a veces irrevocables. Situaciones límite donde está presente un sujeto de la humanidad. Ese mundo hay que abarcarlo, definirlo poéticamente, literariamente, mentalmente", propone.

Hace unas semanas, Pedro Gandolfo tituló "Flores de mal" su crítica a Rompan filas, en abierta alusión a Charles Baudelaire. Filiación que, a su vez, Vidal refrenda en toda su obra. "Un poeta maldito no se corta las venas/ se baña con la sangre de los caídos", dicen sus versos más citados, presentes en sus tres libros, y que, en este, el autor incluye como una nota al pie atribuida a un coro, entre comillas.

"¡Es una purificación! ¡Una catarsis!", explica Vidal. "Es un teatro de la crueldad, pero no para irnos después de la función a seguir faenando el sacrificio, sino para liberarnos de esa negatividad, que es el estropicio de sacarle la mugre a un prójimo. Y para dejar en claro que no es una cuestión de haber recibido órdenes superiores, sino que es una posibilidad que está en cada uno de nosotros".

Dice que se ha "dado el lujo" de borrar la conocida opinión de Theodor Adorno de que no es posible escribir poesía después de Auschwitz. "Esa experiencia sobresaliente en la lesa humanidad me hace decir todo lo contrario: la necesidad imperiosa de hacer poesía con la represalia y con el chivo expiatorio. No hacerlo es una irresponsabilidad literaria y una irresponsabilidad política", acusa.

Comprende las réplicas que han provocado sus textos, incluso las justifica. "Hay veces en que ha habido confusión. Yo mismo me he dado también al juego macabro de confundir su poco, pero a la postre, rigurosa y seriamente, no hay ninguna duda de que aquí hay un trabajo de purga. 'Nunca salí del horroroso Chile', decía Enrique Lihn. Yo le contesto: 'Oiga, no se resienta tanto. A ese horroroso Chile hay que redimirlo desde lo abyecto'. Y lo digo con mucho respeto. Lihn es uno de mis grandes maestros", asegura.

Descarta, de manera concluyente, la acusación de ser un poeta fascista. "Muy por el contrario, yo estoy en el desmontaje del fascismo, de la psicología fascista", dice echando mano de una audaz paradoja. "Yo digo que, en último término, Abel era fascista. Él era el consentido de Dios, el verdadero culpable del resentimiento que se produjo en Caín, porque la balanza no estaba equilibrada. En términos situacionales, hay una dialéctica de odio-amor-rencor. Lo que la anécdota bíblica no ha sido capaz de decir es que Dios tiene la culpa de la desavenencia entre Caín y Abel. Es un padre sancionador, castrador, todopoderoso, que divide a estos dos hermanos de sangre y hace que uno sea asesinado, dejándole toda la responsabilidad al otro, cuando la responsabilidad siempre es compartida entre víctima y victimario, entre vencedor y vencido. Eso lo examinó mucho Hegel en la Fenomenología del espíritu, cuando dice que las relaciones entre amo y esclavo están mediatizadas por la necesidad urgente de ser reconocido, y en esa necesidad alguien tiene que pagar el pato".

¿A qué se refiere cuando el hablante se desdobla y describe al Negro Díaz "sumido en una derrota profunda de mucha tristeza"?
— Te lo digo derechamente. Yo, como cualquier sujeto por lo demás, he sufrido varios procesos de castración en mi vida. Y te diría que los libros los he escrito precisamente para cicatrizar las heridas que dejan esas castraciones. Obviamente uno apela a la distancia y esa distancia se formaliza hablando en tercera persona, por ejemplo, o sencillamente reconociendo la fotografía de esa castración.

¿Considera que el PC y otros movimientos de izquierda fueron irresponsables con sus militantes?
— Absolutamente, y la irresponsabilidad vino fundamentalmente de no conocer la mentalidad militar. De no conocer el fuero íntimo del Ejército de Chile. Eso es lo que me molesta y me distanció definitivamente de la izquierda, que es muy dada a hacerse la víctima y no es realista. A mí me interesó en un momento dado examinar las cosas con una visión de conjunto, en 360 grados, tratando de entender a cada actor de la película, de la historia. Eso es lo que alguna gente de izquierda no me perdona, porque sabe que yo tuve una participación bien intensa en mi juventud. Que después, con los años, yo tenga una visión que no es ortodoxa, les llama la atención y les repele. Incluso algunos se enojan conmigo y me dicen el poeta de Punta Peuco. No, yo soy el poeta de la sociedad chilena de los últimos 50 años. He tomado la voz de los victimarios para dejar en claro lo que les pasó a las víctimas.

Bruno Vidal recuerda que desapariciones forzosas ha habido desde que el mundo es mundo. "Lo terrible es que, no obstante el repudio moral que nos causan, se siguen repitiendo", comprueba. "Es un capítulo que nunca se va a cerrar y el único que puede dar cuenta de él es el poeta. Ni siquiera el filósofo. Ni siquiera el historiador, sino el poeta, porque él es el sujeto de la sensibilidad social y el que tiene que encarar estas situaciones delicadas, que son perniciosas para la convivencia humana".

En Rompan filas reconoce un trabajo mimético muy cuidadoso con el lenguaje y las señas que delatan la procedencia social y las dinámicas clasistas en juego. "Una de las patas de la mesa es la narratividad de Gómez Morel o de Méndez Carrasco. Ese reconocimiento que ambos autores hacen del lumpen yo también lo he hecho", apunta. La crítica, por cierto, siempre ha celebrado su oído para capturar el habla popular.

"Mientras escribía Rompan filas, por primera vez me asusté", recuerda. "No me había pasado con mis libros anteriores, pero esta vez fue algo muy intenso, como un derramamiento de sangre, un flujo que no podía controlar. Y aquí quiero llegar a una cosa fundamental: el lenguaje poético es profundamente autónomo, discurre solo. Yo sentí mucho en este libro un trabajo de escisiones profundas en el lenguaje. Cuando se habla del tono polifónico en mi trabajo, eso se debe a muchas escisiones que he tenido que arrastrar. Somos personas profundamente escindidas", asegura.

Al abordar el horror, el lenguaje poético no solo asume la voz de los victimarios, sino que afirma y niega al mismo tiempo. "Tengo claro que la musa que siempre me ha acompañado es la musa de la contradicción abyecta. No hay poesía si no hay contradicción: negación y afirmación simultáneamente", concluye.


 

 

 

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