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LA VENGANZA DE EMAR

Ensayo sobre el RELATO “Las Diez Víctimas de Nasón” de Claudia Apablaza.

Por Maori Pérez.

 

El día de hoy es dificil concebir hasta dónde es que el mercado dirime las relaciones afectivas y los actuares humanos. Ante cada posible tentativa de pureza respecto del sistema económico y su dictamen de valores, es decir, de libertad respecto del conjunto de reglas, vemos avanzar al mismo tiempo los duros puños de la represión neoliberal, cercando el paso que dimos y que, por el azar que hemos escogido y que seguimos escogiendo frente a la trampa, devino caída y jeta rota. A medida que nuestros deseos se alimentan de farándula, y que nuestros propios cuerpos y textos se ven sometidos al espectáculo diario de la muerte de los íconos, es más poderosa la trampa - y más fuerte el desenlace - que se ofrece en el reverso de los mass media.

¿Será posible que, dentro de todo este interminable circo romano de rostros vendibles y cizaña que es la literatura chilena como ente social, exista algo puro, algo libre del mal del que participamos sin querer queriendo?

En Las diez víctimas de Nasón, de Claudia Apablaza (primer cuento del libro “autoformato” y también participante de la antología “Lenguas: Dieciocho jóvenes cuentistas chilenos” de Carlos Labbé, J.C. Sáez Editor, 2005), todo pareciera apuntar a que sí. Pero la ansiada respuesta, el elixir, no nos es revelado a través del relato mismo, y jamás como algo estático y cuya función pueda determinarse de otra forma que no sea la crítica del método, la pregunta frente al secreto.

Las diez... narra la búsqueda de su protagonista, Nasón, a por justicia respecto de la muerte de una escritora anónima, su esposa. Carlos, su fiel e ingenuo secretario de cincuenta, recibe el encargo y le trae diez mujeres cuyo rostro sea idéntico al de famosas escritoras publicadas en el tiempo. El antihéroe Nasón (una especie de gollum narciso y edípico) procede a invitarlas a su casa, donde las encerrará en una habitación llena de las fotografías de sus rostros literarios, para proceder a la necrofilia.

Entrelíneas, sin embargo, se nos revela un relato otro, en el que se vislumbra la posición de narrador testigo de Carlos, y su importancia respecto del devenir metafísico de Las Diez.

Carlos, secretario en la plenitud de su madurez masculina (calidad) resulta atractivo para las diez (categoría), y en total le toma sólo un año encontrar los suficientes rostros para dejar a su Míster Burns tranquilo. La familiaridad con que Carlos toma prestados de Juan Emar estos números significativos, me hace pensar que se trata de un intertexto sugerente de una denuncia respecto del padre: En este caso, el padre de una generación de narradores del 2000, cuyo juego consiste, precisamente, en hablar de sólo diez víctimas, cuando en realidad se trata de más. A la usanza de Maynard James Keenan en 3 Libras, la autora refiere a un número cerrado y perfecto de mujeres violadas por nuestro Edipo, nuestro dictador, cuando en realidad podría tratarse de bastantes mujeres más y unos cuantos hombres (de diversa orientación sexual) todos asociados a la literatura chilena después de Diana, la mujer de Nasón. Carlos, el fantasma de nuestro padre, ignora y complace los planes de su propio pater amparador, y desaparece para mostrarlo victorioso: consiguió justicia para su mujer, habiéndonos sepultado a todos en su amenaza fantasma. Nasón, de este modo, se transforma en el hijo de Carlos-Emar, una vez que Carlos ha desaparecido, mutando narrador omnisciente del relato.

Rescato de Las Diez el juego con el lenguaje del cómic diarero, digno de un AntiCifuentes contra SQP, y admiro sobre todo la capacidad para mantener por debajo de ese naif la sordidez y candidez más pura en lo que la punta del iceberg esconde: la locura y pasión de seguir amando a alguien a quien ya no se conoce.

Una gran lección para todo aquel que, sabiendo de antemano a qué se enfrenta al entrar a las letras chilenas, aún se atreve a dar la batalla por algo puro y libre del mal que nos seguirá mostrando este sistema, hasta que todos juntos decidamos que es posible algo más sincero y más valiente que lo que nos han vendido como esencial.

 




 

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