Javier Campos

 
 

 



Los premios


por Javier Campos*
16 de Noviembre del 2003



Recién me entero de que el premio de poesía para obras inéditas que cada año convoca el Consejo Nacional del Libro y la Lectura, y que el ofrece la cantidad nada despreciable para un poeta no publicado, o ya famoso/a, de 7 millones de pesos –alrededor de US$ 11.000– fue declarado desierto. Bien, es posible que el jurado estimara que no hubo obras de calidad entre los cientos de originales recibidos.

Pero ¿realmente en esos 300 manuscritos todo era paja molida, nada destacable, mala poesía al fin de cuentas? ¿Realmente el jurado –integrado por el ensayista y poeta Federico Shopf, el poeta joven Germán Carrasco, y Jessica Atal, periodista de la Revista de Libros de El Mercurio– en ese mar de versos no encontró nada que pescar?. Pero, y si Chile es un país de poetas, ¿eso sólo es entonces una frase de exportación, según muestra el veredicto en cuestión? A lo mejor .

¿Será posible que cientos de jóvenes poetas, otros no tan jóvenes, e incluso poetas con obra publicada se presentaran al concurso –que el año pasado ganó Gonzalo Millán, bien reconocido por la crítica chilena, con obra inédita–, todos, con textos de mala calidad? No quiero meterme en las variadas y posibles maneras de obtener un premio (hacer lobby se dice ahora) pues es una cuestión que puede acarrear(me) enemistades, o acusarme de desubicado, o que exagero el poder del mercado de la cultura que influye en los premios. O que estoy sugiriendo que la amistad invisible al momento de otorgar algunos premios influya en la decisión final.

Esto ultimo –las amistades que posiblemente influyen en los premios– fue escrito con mucho más detalle en un artículo publicado en La Nación por Felipe Manso con el siguiente título Cómo premios, becas y concursos se entregan a camarillas literarias. Incluso la critica literaria de la revista Rocinante Patricia Espinosa, consultada por Manso, fue bien clara : “Aquí no se compite en igualdad de condiciones. El que está contactado, el que posee amistades, tiene muchísimas más chances del que viene de un pueblo como Pitrufquén, por ejemplo”.

La cuestión es que por primera vez un jurado del Consejo Nacional del Libro declara persona non grata a la poesía chilena. O quizás, para ponerlo en términos dramáticos, el joven o la joven poeta –de Santiago o de provincia– ve imposible ahora postular a un Premio Nacional y lo/la embargará la tristeza y la abulia (“pero un poeta de verdad no se deja amilanar por detalles” , arremeterá el poeta famoso, el antologado por aquí, por allá, con una docena de premios internacionales y nacionales). Quizás aquel joven poeta no se suicide, es cierto, pero ya no querrá escribir poemas ni a su amada/o ni contra el neoliberalismo cruel y salvaje. Menos meterse en encrucijadas surrealistas con el lenguaje. Y menos aún re-inventar la poesía realista socialista en tiempos de globalización. ¿Para qué?

¿Qué puede hacer entonces un poeta sin incentivos? A lo mejor darse cuenta de que la nave de las posibilidades de publicar, ser un poquito famoso, se le hundió para siempre , y más encima, le incendiaron el barco por el juicio certero –o indiferente– de aquel jurado. Juicio terminal de que no había “calidad” en ninguno de los cientos de manuscritos recibidos en el concurso. Y es muy posible que el jurado tenga razón.

Quizás lo siguiente que diré para el jurado podría ser una suposición de mala leche la mía: “Acaso no había nadie conocido a quien darle el galardón y los 11.000 dólares”. Por eso creo que el joven poeta chileno, el aún anónimo poeta –después de saber aquel veredicto– recorrerá calles solitarias allá en Tomé o Curacautín, Carahue, Pitrufquén, o en Alemania, Suecia, Canadá, o en algún perdido pueblo del Norte chileno. Caminará hacia “las olvidadas catacumbas”, destino obligado que hace años le otorgaba Octavio Paz al poeta posmoderno, ya viviera en la megalópolis o tuviera la vida retirada del campo.

Parece que desapareció aquel famoso lema de la literatura chilena de que éramos país de poetas. Y justo ahora, para tan mala suerte, en el momento adecuado, cuando el país ingresa al Tratado de Libre Comercio por la vía rápida. Mirando la cuestión desde una perspectiva neoliberal (perdón a los anti globalización y anti TLC), la poesía deja de ser un producto de exportación para el gran mercado global chileno que comenzará el 1 de enero de 2004.

Pero el veredicto dice otra cosa también, muy cierta según el jurado. En estos años, y al comienzo del Tercer Milenio, la poesía chilena que se escribe actualmente, incluso la de los poetas más profesionales, de los que viven en Chile y a lo mejor de los que también viven fuera del país, no tiene nada que decir. ¿Qué otra lectura podríamos hacer del veredicto que declaró desierto el premio entre más de 300 manuscritos de poesía inédita enviados al reciente concurso, auspiciado por el gubernamental Consejo Nacional del Libro y la Lectura? No quiero echar leña al fuego con esta columna, sino –como poeta– mirar entre las llamas.

 

(*) Javier Campos, escritor y académico chileno radicado en EE.UU.


 
 

 

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