Los siguientes textos agrupados componen un rápido mural verbal desde la
escritura de tres autores representativos del otrora grupo Narración, que entre los
años 60 y 70 irrumpió en la escena cultural-literaria peruana para emprender
diversos retos desde el arte de escribir, el periodismo hecho crónica de denuncia
social, con base central en postulados marxistas, entre otros conceptos y praxis de
vanguardia. Al reciente deceso del conocido novelista hispano-peruano, se han
sucedido previsibles loas y lembranzas, principalmente desde los centros de poder y
sus megacadenas comunicacionales (televisión, radio, prensa escrita, redes
sociales, etcétera); todo lo cual se debe, sin duda, a diversos factores entre los que
se cuenta la propia trayectoria literaria y política de Mario Vargas Llosa (1936-
2025), así como el Premio Nobel que se le otorgó en el 2010, además de otras
acciones suyas y reconocimientos públicos.
Entre el apasionado y sostenido debate sobre el carácter de su obra y de él mismo,
como sujeto representativo de su tiempo, la reunión de algunas citas como estas
brinda otros matices y posición sobre su escritura, sus opciones y su vida misma.
Aquellas, por cierto, podrán aún multiplicarse; por lo que este MURAL M.VARGAS
LLOSA es una obra abierta, sin término a la vista, en el sentido de que pueden ir
sumándose otras apreciaciones que disientan, con argumentos válidos y concretos,
de las que provienen de los círculos de poder político y cultural donde Vargas Llosa
se situó y al que sirvió prácticamente desde los años 70 hasta la actualidad.

Intervención Neolibertina de la clásica fotografía de Martín Chambi
("Víctor Mendivil y el gigante de Paruro", 1925)
MIGUEL GUTIÉRREZ. En La generación del 50: un mundo dividido [Lima, 1988
* Ensayo. Reeditado en el 2008]
“Pero si, a pesar de [tantas] cualidades la prosa de VARGAS LLOSA da la
sensación de cierta chatura, se debe quizá a que ella no está atravesada de ese viento
de poesía como sucede con Proust, Joyce, Faulkner o Beckett, o aquí en
Latinoamérica con la prosa de Guimarães Rosa, Rulfo o García Márquez, y entre nosotros con el Ciro Alegría de La serpiente de oro, el Arguedas de Los ríos
profundos o el Ribeyro de Crónica de San Gabriel.
. .. . . La prueba de fuego para todo novelista consiste en la CREACIÓN DE
PERSONAJES. Vargas Llosa ha creado personajes vigorosos e interesantes como el
Jaguar, el teniente Gamboa, Zavalita (quizá su personaje más sentido). […]. Sin
embargo, no ha logrado crear personajes que sin perder su individualidad
representen clases y grupos sociales o fuerzas históricas. Los personajes son el
resultado de la conjunción de la universalidad y la particularidad. Alegría –tan
desdeñado por Vargas Llosa– ha creado una galería de personajes difíciles de
olvidar, entre los que destaca, por cierto, el venerable Rosendo Maqui. Y lo mismo
puede decirse de Arguedas quien dio vida a una serie de personajes de estirpe
dostoievskiana. Los personajes de Vargas Llosa son individuos singulares,
excepcionales o marginales […], más impregnados de artificio y literatura que de
humanidad, más patéticos que trágicos. Paradójicamente, el personaje más humano y
desgarrado y casi trágico creado por nuestro autor es el protagonista de esa novela
tendenciosa titulada Historia de Mayta, que con justicia se merecía una novela
mejor, menos repulsiva” (156-157).

“[L]a más tendenciosa de sus novelas [es] HISTORIA DE MAYTA, donde el autor
transgrede su filiación flaubertiana de ser total, imparcial y objetivo en la revelación
de un mundo. Historia de Mayta no es una novela repulsiva, sucia, porque Vargas
Llosa haya hecho de Mayta, el más abnegado entre los ‘revolucionarios’, un
homosexual (quizá a pesar de su autor, Mayta es uno de los personajes que ha
logrado plasmar mejor literariamente), sino porque su galopante y vertiginoso
anticomunismo lo ha llevado a presentar al conjunto de la ‘izquierda’ peruana como
a una cáfila de sujetos oportunistas, mercenarios, cínicos. En realidad, estos sujetos
existen –el Parlamento nos lo muestra diariamente–, solo que no son
revolucionarios, sino reformistas o claudicantes de la revolución o burócratas de los
revisionismos de nuestro tiempo” (159)

“He leído dos veces esta apasionante novela [LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO]
y, como sucede con las obras de calidad, la segunda lectura me resultó aún más
incitante que la primera. Creo que con este libro Varga Llosa ha escrito una de las
diez o quince grandes novelas latinoamericanas. […]. Sin embargo, con ser
convincentes, dinámicas y por momentos emocionantes, sus descripciones [sobre
todo de batallas y otras acciones bélicas] no alcanzan la dimensión épica que logra
Euclides de Cunha en Los Sertones (libro en el que se inspiró MVLL), ni esa
grandeza y heroicidad de la resistencia popular lograda, por ejemplo, por Pérez
Galdós en esa novela estremecedora que es Zaragoza. Esta limitación no es cuestión
de talento ni de técnicas ni de estilo, sino de espíritu, de espíritu y posición de clase.
Quizá Vargas Llosa pensase en emular a Tolstoi, pero permaneció fiel al espíritu flaubertiano; de ahí que La guerra del fin del mundo se halle más cerca de Salambó,
y más distante de La Guerra y la Paz. La objetividad solo existe en literatura como
recurso técnico, y menos se puede ser imparcial cuando se trata de una guerra en la
que se enfrentan el pueblo expoliado con el Ejército, brazo armado y sostén del
Estado. Tolstoi, al escribir La Guerra y la Paz, partió de su amor a la tierra y al
pueblo ruso, y desde este sentimiento esencial intentó comprender como artista y ser
humano a Napoleón, y sin mitigar las crueldades del ejército napoleónico supo
representar figuras heroicas y actos de nobleza y abnegación” (164-166).
OSWALDO REYNOSO. Declaraciones para Lupuna Artes Amazónicas [Pucallpa, 2013: https://www.lupuna.org/]
“Entre los miembros del jurado estaba Alfonso Reyes. Alfonso Reyes no
suscribió el acta de otorgamiento del premio a LA CIUDAD Y LOS PERROS,
porque dijo: No es más que una adaptación a la situación peruana de un libro, de
un alemán, Robert Musil, que se llama Las Tribulaciones del joven Torless. ¿Qué pasa
en ese libro? Hay un internado; hay uno que sacrifican, que es el perro; salen de
ahí a un burdel; ahí está la dominación terrible de los que manejan ese centro. Si
ustedes leen La ciudad y los perros y leen eso, verán que Vargas Llosa hace una
magnifica transposición de ese relato. Lo hace bien; pero los personajes y la idea
es de Torless. Entonces hay escritores, como yo digo, que miran la pared, otros
miran el ombligo y otros miran dónde están parados. Los que miran la pared son
los que recurren a bibliotecas, los que escriben con el ombligo son los que
siempre hablan de sí mismos, y los que escriben dónde están parados, son los
que penetran la realidad porque saben dónde están parados. En el caso de Vargas
Llosa y de todos ellos, son escritores que más miran la pared que el ombligo y el
piso”.
JUAN MORILLO. En La rueda de la fortuna [Lima, 2024 * Novela]
“Llevaba más de una hora divagando sobre asuntos de mi vida, mientras esperaba a
mi amiga Laura Vigo, en un bar de París, ubicado a la vuelta del boulevard Saint
German des Prés, cuando vi pasar por la calle a un hombre de buen porte, terno gris
claro y corbata oscura, mechón canoso medio cruzado sobre su frente y una visible
aureola de agobio y soledad. A pesar de que caminaba erguido, parecía, más que
ensimismado, conturbado, como abatido por algo parecido a la culpa o al
remordimiento. El bar desplegaba, en su espacio interior, una especie de terrazas
superpuestas que le conferían al lugar la imagen de un anfiteatro de enorme espacio
cuadrangular. En esas amplias terrazas, conectadas por pasillos escalonados por
donde los mozos subían y bajaban en un constante ir y venir, se distribuían las mesas
atestadas de clientes.
. . . . Yo estaba en la parte media, en una mesa para dos, junto al enorme ventanal
—¿era ventanal o un muro de vidrio?— que se extendía desde el suelo hasta al
techo. Su total transparencia permitía ver, de cerca y con claridad, la calle en declive
y todo lo que ocurría en ella. Me di tiempo para fijarme bien en las facciones del
hombre que había movido mi atención, y concluí que era él, sin duda: Vargas Llosa.
¿Se había dado una escapada de Madrid, donde convivía en cuerpo y alma con el
símbolo mayor de la frivolidad de España? ¿Iba a encontrarse con ella en algún café
de la zona o, de acuerdo a su semblante, rumiaba por las calles de París, lejos de la
Preysler, el contratiempo de haber caído en una absurda contradicción vital al
haberse ido a vivir con ella luego de publicar un libro demoledor contra la
banalización de la cultura en un mundo dominado por la diversión, lo superficial y lo
frívolo? ¿O simplemente paseaba su soledad —una simple soledad, o tal vez, una
intensa, amarga y sempiterna soledad, nunca disipada ni siquiera por los humos de la
gloria— por las calles de París, que tanto conocía?” (p.404).
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