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"Dylan Thomas: Poemas"


Prólogo de Cristián Barros


"Dylan Thomas: Poemas"
Edición bilingüe preparada por Cristián Barros
Al Margen Editores
118 p.

Y la muerte no tendrá dominio….....

Talento precoz y de curso efímero, muerto antes de la cuarta década de existencia, Dylan Thomas vio en sí mismo, y esto desde temprano, un elemento turbulento, un espíritu tal vez más idóneo para el circo o la taberna que para el parnaso, aunque, por lo visto, su consagración fuera finalmente doble: mitad dipsómano y mitad genio, despilfarrador bohemio y a la vez artesano cuidadoso, prolijo. Lo anterior alude, sin duda, a la capacidad -la versatilidad, el dominio- de Dylan para jugar al alimón con las máscaras de santo y tunante. (Por lo demás, mucho de lo que decía era in vino veritas.) Sin embargo, la transmutación nos ha hecho olvidar el plomo que todavía permanece en el crisol del alquimista. Pero así se le recuerda, desde luego, y los mitos tienen a su favor, cuando no la certeza última, sí al menos el prestigio de lo remoto, de lo que ha sido pulido y trabajado por la rueda de las generaciones. Y medio siglo parece tiempo suficiente para que el ícono haya, en resumidas cuentas, reemplazado al hombre.

Ello se debe en gran parte al mismo Thomas, quien, ingenuamente si cabe, tendía a mostrarse obsesionado con la idea de su propia trascendencia. Su voz era oracular y luctuosa, aun cuando quien la encarnase fuera, en un principio, cierto muchacho de provincia, perdido en una de las trastiendas rurales del Imperio. Nacido en el bárbaro Gales, "donde los hombres son hombres", crecería odiando la vieja raza, y aun los toponímicos de su región le serían ajenos, indescifrables. "Yo mismo no sé ni la menor palabra en galés, y estos nombres son tan extravagantes para mí como lo deben ser en tu caso", le confesaría a una amiga. Por añadidura, sus temas no correspondían a las hesitaciones de la edad. ¿Qué hace que un muchacho cante la muerte antes de su vigésimo cumpleaños? La influencia calvinista, se podría argüir -"¿Dónde está tu aguijón, oh muerte? ¿Dónde está tu victoria, oh tumba?" (Corintios, XV, 55)-; o la lecturas de los metafísicos ingleses -Death, be not proud, nos advierte el isabelino John Donne… Pero, sea como esa, una cosa es segura: Thomas estaba fascinado por la muerte. Constituía una oportunidad tanto para el olvido como para la memoria.

¿Quién era Dylan Thomas? Una exquisita epístola enviada a su confidente de juventud, Pamela H. Johnson, nos entrega la siguiente noticia: "Vi por vez primera la luz del día en una casa de Glamorgan, y, entre los terrores del acento galés y el humo de los escapes metálicos, me convertí en una dulce creatura, un niño sabelotodo, un muchacho rebelde, y un joven enfermizo. Mi padre fue un maestro de escuela: la persona más amplia de mente que haya jamás conocido. Mi madre provenía de las profundidades agrícolas de Carmanthenshire: la mujer más mezquina que jamás conociese. Mi hermana, por su parte, quemó pronto las etapas de colegiala de piernas largas, de frívola con trajes cortos y de esnob social, para luego profesar un cómodo discurrir de mujer casada. Yo fui iniciado en el Tabaco (el Enemigo de los Niños Exploradores) cuando era un todavía un mocoso de preparatoria, y en el Alcohol (el Diablo Rey) siendo a la sazón un avanzado pupilo de secundaria. La Poesía (la Amiga de la Hilandera) se me reveló de entrada cuando tenía seis o siete años; y ella todavía permanece, si bien su faz se ha cuarteado como una vetusta palangana. Por dos años oficié de reportero, haciendo reseñas cotidianas a propósito de obituarios, del emplazamiento de algún suicidio -hay enormidad de suicidios en Gales- y de capillas calvinistas. Pero dos años fueron suficientes. Por el momento no hago más que escribir, aunque, de cuando en cuando, vaya y me embolse unas pocas guineas gracias a mis exposiciones dramáticas sobre Cómo No Actuar. Un doctor misántropo, que al aparecer detestaba cómo eran mis cejas, me dio cuatro años de vida". Tabaco, alcohol y poesía: he ahí las tres cabezas de su cancerbero. Ahora bien, el autorretrato que surge de los renglones recién transcritos no debiera confundirnos demasiado. Se trata, en realidad, de una caricatura piadosa, donde se filtran, sugestivamente, dos o tres de mentiras apenas justificables. Ni vivía cerca del hollín de los talleres industriales ni su salud tenía fijado un módico lustro -o menos aun: ¡cuatro años!- como plazo mortal. ¿Por qué lo hacía entonces? Antes de contestar, avancemos una segunda descripción también salida de su pluma. Descripción(1) quizá más ligera, y por lo tanto más exacta:

Altura: cinco pies con seis (aproximadamente).
Peso: cien libras y fracción (aproximadamente).
Pelo: castaño color rata, o algo así.
Ojos: grandes, marrón y verde (suena como si tuviera uno de cada color, pero no, los colores están mezclados).
Caracteres distintivos: tres manchas cutáneas sobre el carrillo izquierdo, cicatriz en el brazo y en el tobillo, aunque eso pasa inadvertido pues llevo calcetines.
Sexo: masculino, supongo.
Voz: sospecho que debe ser del tipo barítono, aunque hay veces que se desliza al registro tenor y otras tantas cae al bajo. Salvo en momentos de hilaridad, creo hablar sin acento.
Tamaño del pie: cinco (que no es número).
Cigarrillos: de la marca Players, cuarenta por día pegados en el centro de la boca.
Comida: alfalfa.

Tal como concluye Paul Ferris, su más acucioso biógrafo, el "artista cachorro" se había tomado muy a pecho el papel de maldito. Había creado un personaje según el molde de los románticos, de Rimbaud, y en atención a ello, respetuoso de la máscara, debía, llegada la hora, aprontarse para una muy particular noche abisinia. Su infierno de madurez serían los célebres vicios de la adolescencia galesa; Virgilio, la urgencia por escapar al pauperismo consuetudinario; Beatrice, la adorable Caitlin Macnamara. Porque todo valía para establecer el personaje. Primero jugó con la posibilidad de una tuberculosis, y después acarició el plan de volverse loco, aunque, por supuesto, algo de eso había. Dylan Thomas era un grafómano. Su delirio eran las palabras: vivía por y a través de ellas; se extasiaba en su materialidad fonética, en su ritmo y su prosodia, y, una vez juntas, en los significados concomitantes. El crítico Ralph Maud ha desentrañado, para fortuna nuestra, la sutil red de antinomias que opera en uno de sus poemas más representativos. Abramos aquí un paréntesis para apreciar, gráficamente, el contraste de valores semánticos en la segunda estrofa de Veo a los muchachos del verano:

Estos muchachos de luz (+) coagulan la leche en su locura (-),
Agrian (-) la miel hirviente (+);
Introducen barajas de escarcha (-) en las colmenas (+);
Allí en el sol (+) frígidos hilos (-)
De duda y tiniebla (-) alimentan sus nervios (+);
La luna soberbia (+) es cero en sus vacíos (-).

Pero esta obsesión no era puramente formal. Correspondía, más bien, a la intimidad de sus miedos y esperanzas: un pathos que, lejos del clisé freudiando, ponía en balanza el Deseo y la Muerte sin jamás decidirse a favor de uno de los dos platillos. Dicha tensión pasaría a ser característica de su muy personal lenguaje. Uno de sus críticos, John Sweeney, se sirve de ello para diferenciarlo de sus coetáneos -v. gr., la generación de engagés como Auden, Spender, Day-Lewis y McNeice…-; en opinión de Sweeney, por ende, Thomas constituiría un poeta del individuo y no de la masa, o lo que es más drástico aún, un poeta comprometido con una sola individualidad: la suya. Abandonemos por un instante tal predicamento y veamos cómo Dylan Thomas elaboraba sus imágenes. "Dejo, acaso, que una "imagen" se imponga emocionalmente en mí y luego aplico sobre ella las fuerzas intelectuales o críticas que me asistan; entonces dejo que surja otra y que esa imagen contradiga a la primera, y de ello obtengo una tercera, que a su vez ha de ser atacada por una cuarta imagen, todo lo cual lucha internamente dentro de unos límites formales que yo mismo he impuesto…"(2) Satisfecha la duda sobre su método, sería pertinente indagar sobre las sutilezas de su bestiario(3) , es decir, sobre los contenidos que informaban cada una de esas "imágenes".

En primer lugar está el decadentismo. Se trata de la confirmación vital de un mundo caído, inficionado por las mil lenguas de lo vulgar, de lo filisteo, de la gris horda de pequeños burgueses con radio y cuenta corriente. Pero también es la elevación aristocratizante del poeta, que lucha contra una realidad venal y ramplona. El poeta habla desde el pasado o desde el futuro, pero no desde su horizonte actual. De ahí la simpatía de Thomas por el legendario Blake(4) , quien, huelga asentar, reprobaba ominosamente los "molinos satánicos" de la Industrialización. Pero esta actitud pronto se torna en sistema, evoluciona hacia una preceptiva del gusto. Así pues, en una carta de índole bufa, Thomas le recomienda a su tía que un poeta moderno no debe olvidar el siguiente axioma: cada rosa tiene un gusano y cada doncella lleva un feto en el vientre. De alguna manera, acaso perversa, el pesimismo del entorno redunda en la glorificación del testigo, esto es, del propio poeta. Y para hacer tal, nuestro querido bohemio cuenta con una panoplia no menor. Gusanos, guadañas, carroña, buitres, urracas, nonatos, verdugos, sudarios, hombres muertos por acción del fuego o del agua, he ahí la troupe de personajes macabros, cuyas sombras y voces desfilan, una y otra vez, por los espejismos verbales de Thomas. Cierto que gozan de un contrapunto ideal: el sexo. Pero los universos resultan tan mezclados, que finalmente no tenemos sino un híbrido prodigioso, tal vez un andrógino de Muerte y Deseo.

Porque en segundo lugar está el fervor dionisiaco: el Deseo, efectivamente. Y para un puritano de la especie de Dylan Thomas, el Deseo era único: un solo Edén, un solo Adán, y una sola Eva… Y ella, sin duda, debía ser Cat, la hermosa y voluble Caitlin Macnamara. Dibujemos su hagiografía muy brevemente. Hija de un terrateniente irlandés, ausentista y polígamo, Caitlin crece junto a su madre, una lesbiana pasiva que adoraba la lectura, pero que prefería el silencio para con sus hijos. Con antecedentes así, Caitlin decide ser artista, quién sabe si bailarina, y para cumplir el sueño viaja a París. Fracasada, regresa a Londres donde se convierte en modelo y amante del padre de su ex novio. Visitante asidua de los pubs londinenses, conoce al pequeño y tímido Dylan Thomas. Posiblemente fue la primera experiencia del galés. Sea como sea, el destino de ambos parecía corresponderse: un cara o sello donde todo daba igual. El alcohol, las deudas con el lechero y el casero, los primeros hijos, los últimos abortos, el vislumbre de un porvenir aceptable, acaso el reconocimiento al cual era acreedor, los viajes, las conferencias en público, los contratos editoriales… y entonces la muerte. Sí, la muerte. I have to be abstemious, tal fue la posdata de una carta escrita a Caitlin; pero ese "debo hacerme abstemio" fue tardío e infructuoso. Moriría al otro lado del Atlántico en una de sus habituales abluciones báquicas. Quizá trece o catorce tragos de whisky. O más. Nadie en verdad llevaba la cuenta.


 

Notas

1.- The Collected Letters, p. 67
2.- Marshall W. Stearns, "Under the Skeleton: Notes on the Poetry of Dylan Thomas", Sewance Review, verano de 1944.
3.- La imaginación de Thomas era exuberante. En una de sus cartas leemos: "Y para empezar, deseo creer en dragones, no en esas tormentosas criaturas que, blindadas como un tanque, luchaban contra San Jorge, pero sí en la soberbia y bullente quimera, cargando medio planeta sobre sus hombros, el infierno en sus fosas nasales y el cielo dibujado en sus escamas, con un meteoro brillando en la cavidad de sus ojos y un pequeño dragón a cada lado, en fin, con una abuela dragón en casa, tejiendo increíblemente largos calcetines y descubriendo sendos países en su cabellera". The Collected Letters, p. 81.
4.- "Estoy tras la pista de Blake; pero tan lejos que sólo puedo divisar de él las alas de sus talones. He estado escribiendo desde que muy niño, y he estado luchando siempre contra unas mismas cosas…" The Collected Letters, p. 25.


Cristián Barros (Santiago de Chile, 1975). Su última entrega es la novela Tango del Viudo, finalista del premio Planeta España 2002. El autor, asimismo, es columnista para el diario japonés Mainichi. Recientemente (octubre, 2003) fue distinguido con la Beca de Creación para Escritores Profesionales. Es autor de "La Espesura", novela editada bajo el sello editorial Alfaguara.

 

 


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"Dylan Thomas: Poemas".
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