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El poeta habla de los peligros de la decrepitud y de su nuevo libro

Claudio Bertoni:“Todo es buena o mala cueva
........................................... y yo espero tener buena cueva”



por Jazmín Lolas
Las Ultimas Noticias, Jueves 6 de mayo de 2004


Algo temeroso ante los efectos del paso del tiempo, el cincuentón autor entrega un poemario en el que explora asuntos como la muerte, el deseo, la vejez y la enfermedad.



Si Claudio Bertoni no hubiera corrido la negra suerte de perder, hace un tiempo, un número considerable de manuscritos de poemas, su nueva obra, “Harakiri” (recién publicada por Editorial Cuarto Propio), tendría más de cuatrocientas páginas en vez de las 313 con que finalmente fue editada.

“Me robaron los borradores. Fui a hablar por teléfono en la calle Valparaíso (en Viña del Mar), salí, caché los motes, volví corriendo y ya no estaban. Era una carpeta amarilla que nunca recuperé y lo único que me faltaba era dormir con ella, porque la andaba trayendo para todos lados. Por eso digo que este libro es un libro lisiado”, explica el escritor y fotógrafo.

Autor de poemarios como “El cansador intrabajable”, “De vez en cuando” y “Jóvenes buenas mozas”, este escritor de 58 años que reside en Concón y aparece por Santiago de vez en cuando presenta, en su más reciente publicación, versos inspirados por temas como el deseo, la vejez y la enfermedad, y por el recuerdo de artistas ya muertos, entre ellos Roberto Matta, el Gato Alquinta, Rodrigo Lira y Jorge Teillier.

“A Rodrigo y a Jorge los conocí, son poetas y habitan un mundo distinto, porque en este mundo casi no ocupan ningún lugar. Cuando murió Jorge, no apareció en ninguna portada y si las cosas fueran como deberían ser, en vez de haber salido el Chino Ríos o Bam Bam Zamorano, que no tengo nada en contra de ellos, debería haber salido Jorge, porque sin duda es más valioso. Si viene un marciano y quiere saber algo de la Tierra, yo lo haría hablar con Teillier, no con Zamorano”, comenta.

-¿Con Teillier quedaría mejor enterado?
-Claro, el huevón lo ubicaría mejor respecto de lo que pasa acá, sin la más mínima duda. Los poetas y los filósofos son los mejores testigos de lo que realmente sucede aquí.

-Supongo que si conversara con usted también sabría más de la Tierra, aunque tendría una visión bastante pesimista.
-Sí. Yo creo que tengo una visión más amplia y soy cualquier cosa, menos optimista. No es que la vida sea mala. La mala vida es mala y ahora la mala vida está a mil por hora, debido a la tecnología. En el medioevo no había televisión, no pasaba que el 75 por ciento de los chilenos estuviera mirando a Kike Morandé.

-A propósito, uno de los poemas de “Harakiri” dice: “En/ la tele/ sí que se/ sufre”.
-Es un chiste y es verdad. En la tele hay ambigüedad, porque salen huevadas atroces, mientras cientos de programas son la Isla de la Fantasía. Yo tengo tele en la playa y me ha ayudado harto, porque llegó un momento en que tenía que distraer la cabeza y en parte me compré la tele para eso y me ha funcionado. Un amigo que se suicidió, que no voy a decir quién es, se compró la tele y fue feliz un tiempo, pero después cagó de todas maneras y se mató.

-¿A qué se debe la abrumadora presencia de poemas relativos a la enfermedad y la muerte?
-La palabra principal en esta respuesta es depende, porque todo depende de lo que te haya pasado y de tus inclinaciones genéticas. También es por la edad, porque yo no estaba así a los 25 años. A mí, la muerte me apareció a los 30 años, cuando murió mi abuelo, y con la vejez me pasa un poco lo que dice Cioran, que es el precio que uno paga por la vida. Siempre he tenido conciencia de nuestra fragilidad, tanto fisiológica como sicológica, y se profundizó el 98, cuando paré en un psiquiátrico. Lo más heavy que me había tomado era una aspirina y me tuve que medicar y todo, porque estaba realmente mal.

-¿Qué tenía?
-Estaba enfermo de todo. Era muy difícil estar vivo, en realidad. Todo me asustaba de una manera absolutamente atroz, no podía entrar a los supermercados y me tenía que bajar de las micros por las caras que tenían algunos. Había un cuento tan claro en la mirada de ciertas personas, que era intolerable. Era como una exacerbación de la certeza de nuestra precariedad.

-Crisis de pánico.
-Sí, pero es que las crisis de pánico son más acotadas. Era, sobre todo, una sensación de desamparo absolutamente inexpresable. El paso del tiempo, en general, deja ver cuál es la condición de los seres humanos. Y eso que tengo absoluta conciencia de que mi vida ha sido un paseo por el parque comparada con la de algunos seres.

-En otro poema, envidia a una anciana que tiene dinero para pagar una enfermera.
-Es cierto. Cuando me venga el infarto o el trombo al cerebro y caiga en un hospital, si supiera que me van a llevar a un lugar donde no me van chupar la poca plata que tengo, estaría tranquilo. La decrepitud puede ser muy infernal. Hay que cruzar los dedos para que no te pase lo peor. Eso es lo que más me caga la siquis, actualmente. Todo es buena o mala cueva y yo espero tener buena cueva.

-Pero usted eligió una vida desprovista.
-Absolutamente. Por eso mis primeros ídolos occidentales fueron unos huevones posteriores a Sócrates, los cínicos. El norte de estos gallos era la autarquía: ser dueño de uno, funcionar con nada. Diógenes, por ejemplo, vivía en un tonel en Atenas. Llegó Alejandro Magno, que era el dueño del mundo en ese tiempo, y como le habían hablado de este filósofo fue a mandarse las partes con él. “¿Qué puedo hacer por ti?”, le preguntó. “Hazte a un lado, que estás tapando el sol”, le respondió Diógenes.

-¿Y a qué se refiere con “Huevear un rato no cuesta nada./ Lo difícil es huevear toda la vida”?
-Ese poema me encanta. No hacer nada es una huevada extraordinariamente difícil. Los profesionales en no hacer nada son los monjes, que tienen el tiempo absolutamente arreglado. Con el ocio es muy fácil irse al chancho, porque uno es responsable de cada segundo. Es difícil depender de ti exclusivamente, siempre. Huevear, en el fondo, es hacerlo bien.

 

Con la lengua afuera

“No existe nada en el mundo que me guste más que la música y las minas”, comenta Claudio Bertoni, quien, como los lectores informados saben, ha reflejado su inmensa pasión por las féminas en su obra literaria y en sus fotografías.

En “Harakiri” también hay ejemplos de esa afición, sobre todo en el desesperado poema “59”: “(mendigo sexual)./ una ayudita por favor/ una tetita/ una zorrita un culito/ una corridita de mano/ lo que sea/ una ayudita por favor”.

“Todos los días veo a diez mujeres a las que me encantaría darles un besito y mirar un rato, y no pasa. Creo que dos veces en mi vida le he hablado a una mujer en la calle. Por eso les hago fotos y escribo de ellas”, confiesa.

-¿Su debilidad son las jóvenes?
-Déjate de huevadas, son la debilidad del género. No se puede generalizar, en realidad, es una cuestión caso a caso. Hace dos semanas vi a una señora que debe haber tenido más de 60 años y yo estaba con la lengua hasta las rodillas. Si le hubiera dado un beso me habría muerto.

 

Foto: Abraham Márquez

 

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Claudio Bertoni: "Todo es buena o mala cueva y yo espero tener buena cueva",
entrevista por Jazmín Lolas,
Fuente: Las Ultimas Noticias,
jueves 6 de mayo de 2004.