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Dulzura y acidez en Claudio Bertoni

Por Ignacio Rodríguez
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 4 de noviembre de 2007



Bertoni es lo mejor que le está pasando a la literatura chilena. Después de Parra, le está terminando de quitar el almidón y el rimel. Claro que por direcciones inversas: Parra hace de la metafísica un chiste y Bertoni de la trivialidad, una metafísica. Se mueve permanentemente en el lugar común, pero lo esquiva con marcial arte de pugilista y se las arregla, además, "a la maleta", para meterle combos en la guata. Escribe como le chorrea, como eyacula, como habla, como sangra, como sufre, como babea.

Misericordioso, deja en paz al prójimo mandándose a sí mismo a la mierda al mismo tiempo que queriéndose, y compadeciéndose de su entorno, y haciendo la crítica más dulcemente ácida del tiempo en que está escribiendo. Es decir, sin rencor, con parsimoniosa inteligencia. A fin de cuentas, la mejor forma de comprometerse con el mundo y su suerte es comprometiéndose con uno mismo a fondo y sin vergüenzas, sin tapujos, dudando hasta de sus propias dudas.

Bertoni es sagaz a fuerza de ser auténtico, es sobrecogedor a punta de no rehuir nada, de convertir lo nimio en testimonio y trascendencia, pero no en la teológica sino en la existencial o la teológica al revés. Clochard y soñador, en su escritura se equilibra con perfecta perfección lo banal y lo sustancial, un banderín del Everton en una carnicería platónica con un sentimiento de extrema soledad, exaltación o extrañamiento, y al rato después con su afinado humor de greguerías y disparates. Entrañable, impredecible, cálido, simpático, culto, entretenido, avispa, Bertoni se alza aquí definitivamente como lo que es: un observador y padecedor de indudable genio metapatafísico de las circunstancias que lo circundan, lo hunden y lo catapultan hacia su mismidad que es también la nuestra; es decir, esta agobiante otredad.

En lo personal, la lectura de este libro me "abertinonó", que es lo mismo que decir que me puso a ver la vida desde su inmaculada desfachatez. Entre tanto texto que seleccioné, donde copulan la poesía con el absurdo, el asombro con la lucidez o simplemente una mujer con un hombre en el trasfondo de todas las liturgias y libertinajes, elijo finalmente éste, que de alguna manera comunica lo esencial del espíritu de estos diarios de vida: 23 de septiembre de 1977: "Veo con claridad que hay que detenerse un instante, abandonar la literatura, aparentemente, tratar de hacer otra cosa, fingir otro oficio, abstenerse de escribir por un tiempo, seguir leyendo, buscar en otras disciplinas, disimuladamente alejarse hasta olvidar, y volver con la lengua limpia, y con los dedos de la mano derecha en mi caso muy limpios, y con el cuero cabelludo muy limpio, y con el mapa de acceso a cuevas en los muros de nuevas y antaño remotas circunvalaciones cerebrales, muy claro, para encender el resplandor, para verlas de nuevo (a las palabras), para volver a verlas, o para verlas por primera vez".

No puedo dejar de decir que estoy convertido en su hincha y en su fan, que me gustaría tener un banderín de él para colocarlo en mi escritorio como el carnicero del Everton en su carnicería de prodigios metafísicos. ¿Por qué el Estado o el Gobierno no inicia una campaña de "despelotización" nacional, compra dieciséis millones de ejemplares de este libro y le envía uno a cada chileno y chilena. ¡Otro pájaro nos cantaría!


RÁPIDO, ANTES DE LLORAR
Claudio Bertoni
DIARIO
Ediciones Universidad Diego Portales, Santiago, 2007, 341 páginas.

 
 

 

 

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Dulzura y acidez en Claudio Bertoni
Por Ignacio Rodríguez
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 4 de noviembre de 2007