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Cristián Brito Villalobos: Su solución a la muerte
Presentación El Estado de las cosas de Cristián Brito Villalobos. Cuarto Propio, 2018

Por Ignacio Borel



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Mira cómo cae la hoja del olvido
mira cómo la hojarasca teme al vacío 
mírala yacer en la vereda

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Vamos planificando la muerte
calcular fríamente los actos
intentar no sentir nada por nada
ni nadie
no abrazar el deseo en sueños
tropezar en cada intento

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Los versos que acabo de leer pertenecen a Cristián Brito Villalobos. En ellos, tengo la impresión, Cristián intenta distanciarse de la muerte. Como un boxeador estudia a su contrincante, Cristián Brito Villalobos se aleja de la muerte; pretende estudiarla, mostrarse frío, para si está de suerte, noquearla. La estrategia de Cristián Brito Villalobos es paradójica, sencilla y compleja al mismo tiempo: aproximarse a la muerte y detenerla mediante la distancia, como un boxeador, o como un fotógrafo frente a su propia vida queriendo inmortalizarla. Cristián invita a examinar la muerte, la planifica, la mide.

Conocí a Cristián Brito el invierno del 2016. No sé cómo consiguió mi teléfono, el asunto es que me llamó y me dijo: “Ignacio, ya leí tu novela, mañana te haré una entrevista”. No recuerdo qué le contesté, “déjame darle una vuelta”, probablemente, pero Cristián me respondió: “Ignacio, la entrevista es mañana”. Entonces, intentando ser razonable, le dije que bueno, que contara conmigo. Cuando cortamos, me quedé pensando en que Cristián Brito iba muy rápido, como si arrancara de alguien o de algo, y ahora, después de haber leído su nuevo libro, El Estado de las cosas, comprendo que Cristián arranca, sí, pero de espaldas, como un prófugo que mientras corre dispara a sus perseguidores, sus potenciales homicidas. Cristián Brito Villalobos arranca y dispara su “poesía directo a la llaga, que no da lugar a dudas”, como escribe en Se Busca, uno de sus poemas.

Cristián fue el primero en interesarse en una novela que publiqué a fines del 2015 y que le había dejado en la consejería de su departamento, así me lo habían sugerido desde la editorial en la que publiqué. Cristián la leyó rápido, no tardó una semana, y ahora quería que hablara de ella en un canal de televisión regional. Yo no tenía mucho qué decir, pero Cristián me animó, en consecuencia, acepté.

Nos juntamos en las inmediaciones del canal de televisión donde se efectuaría la entrevista. Ya había oscurecido. Hacía frío. Eran cerca de las 8 de la tarde. Nos saludamos por las ventanillas de nuestros respectivos autos, dos autos antiguos, abollados, sucios, seguramente sin revisión técnica. Cristián asomó la mitad de su cuerpo por la ventanilla y me pidió que lo siguiera. “El canal queda por acá cerca”, me explicó. Hasta ese momento yo no sabía que Cristián escribía poesía, menos, que tres años más adelante, me tocaría leer:


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Cae el cielo sobre tus hombros
y te recoges en el suelo como ovillo, herida
perros ladran a lo lejos
los fantasmas siempre están al acecho
el sol fue un espejismo
la tierra y las rocas son nubes de otro infierno
la mar se recoge mientras oscurece el cielo
la vida se deshace en sí misma
y tú allí, en el suelo, herida

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“Los fantasmas siempre están al acecho”. Me preguntó: ¿a qué fantasmas se refiere Cristián? Podría aventurarme y decir que se refiere a la historia personal. Una historia que se recoge, como el mar, y que podría llegar a dañar. Ya dije que me parece que Cristián arranca de algo o de alguien, pero que arranca dando la cara, haciendo todo lo posible por defenderse. ¿Defenderse de sí mismo? ¿De su historia? ¿De un juego de espejos? Hablando de espejos, cito a Cristián:

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El ocaso que se posa en el horizonte
divide al día que se va
el mar en dos espejismos.

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En los poemas de Cristián, el cambio, el ocaso, en definitiva, la muerte, está constantemente apareciendo, y Cristián, en pugna con ella, procura diseccionarla. A veces recurre a un otro, que puede ser un espejismo. Del modo que sea, Cristián recurre a la escritura, que como una religión le permite hacer frente al terror que nos causa la conciencia de caducidad. Los siguientes versos del poema Vista perdida de Cristián, clarifican bastante lo que estoy intentando explicar.


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pasa la vida por esos párpados que parecen dormidos
la ilusión se desvanece como su vieja memoria
como si el planeta lo odiara
miedo a la muerte  terror a la muerte

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En otro poema de Cristián se lee:

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De pronto desea morir
que se ejecute la muerte del cuerpo
que se queme la piel que muta
así, sin dejar aviso, dejar de ser

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Cuando llegamos al canal de televisión, el asistente de producción, creo que así se les llama, nos dijo que teníamos que esperar. “Estamos súper atrasados, sobre la hora”, le explicó a Cristián, que no paraba de fumar. Y luego el asistente escuchó a Cristián declarar que yo era un escritor y que me iba a entrevistar. Yo, sacando mi libro desde una mochila, agregué que había escrito una novela. “Perfecto”, dijo el asistente, y salió corriendo por un pasillo, entre cajas vacías y cables, como si los bártulos en el suelo fueran vallas.

Y Cristián también corre, o arranca. Arranca de espaldas, como un pistolero disparándole a la pálida. Arranca de él mismo, o de su historia, cómo sea, arranca detenido, suspendido en el tiempo. Corriendo, pero dándose el tiempo para relatarnos la escena final.

Vuelvo a citar a Cristián:

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Y en la perpetuidad de la escritura
permanecer atento a la realidad, que es lo que impera
mas el mundo interior exige su derecho al pensamiento
y hay que saber conciliar lo real con lo irreal

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En estos versos, y en otros muchos del Estado de las cosas, aparece ese Cristián, el Cristián Brito Villalobos suspendido en el tiempo, fumando, cuestionándose la estrategia a utilizar.

Mientras esperábamos por nuestro turno, Cristián se interesó en saber por qué yo escribía. ¿Y por qué narrativa? Y tú, ¿por qué poesía? Recuerdo que hablamos de Ramón Díaz Eterovic, que a ambos nos gustaba, y de Soledad Fariña, que le gustaba a Cristian y a quien yo no había leído. Y hablamos del alcohol, un refugio que ambos habíamos visitado con resultados igual de nefastos, y de Santiago, y de Valparaíso seguramente también hablamos, y de algún día tomar un café juntos, y de las mujeres que estaban publicando en ese entonces, que no recuerdo quiénes eran, pero que a las dos nos causaban curiosidad, y hablamos de Ignacio Fritz, que era su amigo, y de Enrique Lafurcade que estaba viviendo en Coquimbo y de quien ambos hubiéramos querido ser amigos, y de Claudio Bertoni, que nos gustaba a los dos, y si la memoria no me falla también hablamos de Jorge Tellier, y sí, ahora que fuerzo la memoria recuerdo que cuando hablamos de Tellier a Cristián los ojos se le pusieron vidriosos. Y hablamos de las editoriales independientes, y también de los grandes conglomerados. Y Cristián, votando vapor y humo por la boca, me habló de poetas a quienes yo nunca había escuchado nombrar y que tal vez no sean más que metáforas. La vida como una metáfora, un trazo de vida como una metáfora, cito a Cristián: 

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Todas las noches antes de acostarse 
se encerraba en el baño, prendía la luz
y miraba cómo en su rostro 
se sumaban nuevas arrugas bajo los ojos
miraba su pelo
pronto tendría que teñirlo
se desnudaba y miraba su reflejo
no decía nada, a veces lloraba en silencio

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Luego Cristian me hizo varias preguntas, para calentar motores antes de la entrevista, motores que no arrancarían, pues pasada una hora, o dos, el asistente de producción le dijo a Cristián que, por un tema de espacio; no recuerdo si se refería a un espacio temporal o físico, yo no podía salir al aire. Ahora que estoy haciendo memoria, recuerdo que el asistente de producción dijo: “No caben tres personas en el set”. Ahí fue que sentí un gran alivio y pedí un cigarro, Cristián me lo alcanzó y se deshizo en disculpas, y me dijo que más adelante gestionaría otra entrevista, y yo lo abracé y le dije que estaba todo en orden. Me quedé un momento, viendo a Cristián bajo los focos, hablando de literatura, contándole a la conductora, o a la cámara más bien, acerca del último libro que había leído. Y la conductora mirando sus tarjetas le decía, “¡ah!, ¡qué linda es la literatura, Cristián!”. Y Cristián no se lo dijo, pero estoy seguro que él al igual que yo, sabe que la literatura puede ser muchas cosas, pero linda, lo que se dice linda, no es.

Cito a Cristián nuevamente:

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Nos convertimos en un viento indomable
y todo ocurre rápido. Como un sueño, un breve sueño
¡Libertad!
todo ocurre en una noche
lo suficiente para conocer el horror

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La literatura y la muerte pueden ser muchas cosas, pero lindas no son. La poesía en general, y la de Cristián Brito Villalobos en específico, no es linda, por momentos es ingeniosa, a ratos desgarradora, y también sutil, pero linda no es.

Cito a Cristián:

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LA DICHA DEL HOMBRE

Tal vez no seamos la especie dominante
la maldad y el horror nos corresponden
hemos de asumir las consecuencias
los errores cometidos
como estropear una vida y quedar sin esperanza
la piel manchada con sangre ajena
en el olvido van quedando las postales de esas tardes
en la playa
todo se derrumba y se convierte en grieta,
en cicatriz, en arruga
el hombre envejece y ve partir a muchos
todos terminamos en un foso
la muerte es justa y el hombre solo sueña
tal vez todo esté ya dicho
tal vez escribir sea un paso en falso
tal vez la dicha del hombre dure un segundo

Además de todo lo que ya he dicho, como podrán haber apreciado, los poemas de Cristián están narrados, podrían ser una secuencia fotográfica, al punto que estoy convencido de que narra mejor que muchos narradores, o proyectos de narradores, me incluyo. Aquí un ejemplo:

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LA PIPA

Fuma de una pipa de madera tallada
el humo sube formando pequeñas nubes
afuera los niños juegan a las pilladas
una vieja manta de lana cubre sus piernas
nota que la ventana está sucia
él quiere ver los pájaros
los perros ladran a lo lejos
pronto llegará Paola, su pequeña nieta
fuma nuevamente y piensa en los pájaros
piensa en los árboles y en el cielo azul
piensa en Paola en medio de un parque
jugando, riendo.
Eso piensa

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Espero que esta presentación funcione como una antesala para la lectura de este nuevo libro de Cristián. Léanlo, si les parece, como si Cristián con un mapa en las manos estuviera orientándonos en un país desconocido al que llaman muerte. Léanlo como quien lee la carta que dejó un ser querido, que, antes de partir de este mundo, optó por aferrarse a las palabras. Léanlo como si Cristián estuviera regalándonos un compendió de su vida dictado por un otro. Léanlo como a un compañero dispuesto a detenernos mediante espejos que buscan demostrarnos que más rápido no es lo mismo que mejor. Pienso que lo poemas breves de Cristián actúan como una ventana, y los más extensos como una montaña de argumentos en contra de la velocidad de las cosas, cosas que Cristián, arrancando de espalda, busca detener, para por un momento hacernos testigo de su estado. Es que en El Estado de las cosas los versos trabajan como un conjuro destinado a la reflexión, tan necesaria hoy en día que vivimos atrasados, sobre la hora, no hay tiempo para pensar, somos inmortales, corremos entre cables y cajas vacías, tenemos que salir al aire, nadie nos sintonizará, pero hay que correr, estar apurados. Corten.



 

 

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Cristián Brito Villalobos: Su solución a la muerte
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